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La vía catalana al Elíseo

El barcelonés Manuel Valls, el político más popular de Francia, no disimula su ambición por conquistar el poder

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Manuel Valls es el político más popular de Francia. El último barómetro Ipsos-Le Point le adjudica un 56% de opiniones favorables, muy por delante del exprimer ministro conservador Alain Juppé (50%) y del alcalde socialista de París, Bertrand Delanoë (47%). Su liderazgo en las listas de popularidad ha salido reforzado por el 'caso Leonarda', la estudiante gitana sin papeles expulsada a Kosovo con su familia en situación irregular. Las tres cuartas partes de los franceses han aprobado la gestión del ministro del Interior en la crisis más aguda vivida por la izquierda en el poder bajo el mandato del impopular François Hollande. El barcelonés nacionalizado francés, hijo del pintor Xavier Valls, hincha del Barça y pariente del compositor del himno blaugrana, explora a los 51 años con paso firme la vía catalana para la conquista del Elíseo, objetivo confeso de un ambicioso tan insaciable como autoritario.

La alargada sombra paterna planea en la hoja de ruta por la avenida de los Valls elíseos. «Si no se integra al padre en esta historia no se comprende nada de la relación de Manuel con la autoridad, tanto a la que desafía como la que impone de manera brutal», observa el abogado Xavier Matharan, que en 2001 vio una lágrima deslizarse por la mejilla del flamante alcalde de Evry, en la toma de posesión, cuando le señaló a un anciano sentado en la primera fila. Xavier Valls fue un pintor figurativo que en la primera década de la dictadura franquista emigró a París, donde conoció a su esposa, Luisangela Galfetti, hija del arquitecto suizoitaliano Aurelio Galfetti. «Siempre lo traté de usted, no por convención burguesa, sino por consideración. El piso en el que vivíamos le servía de taller y el silencio que exigía para trabajar marcó mi infancia y mi adolescencia», ha escrito Valls hijo.

En aquella vivienda cercana al Sena y al Ayuntamiento de París, entonces una de las pocas del barrio con cuarto de baño en el interior, aprendió a hablar francés, catalán, español e italiano. También respiró la atmósfera cultural y artística transmitida por personalidades como Alejo Carpentier, Giacometti, Vladimir Jankélévitch o Geneviève Anthonioz, que acudían a visitar al cabeza de familia. «Toda su vida en todas las conversaciones la guerra de España, el antifranquismo y la lucha contra el totalitarismo fueron referencias», cuenta el crío que en la escuela puso «pintor» en la casilla 'profesión del padre'. «La maestra me llamó aparte y me dijo: No tienes que avergonzarte de decir que tu padre es pintor de brocha gorda».

Valls asistió en setiembre a la inauguración en Barcelona de la exposición que la Fundació Vila Casas dedica al pintor de pincel fino. En los micrófonos de Catalunya Radio recordó que el artista era un catalanista que fue acogido por Madrid en los años 70, antes de que Cataluña recordara que tenía un gran pintor. «Con esta respuesta creo que se puede entender qué es lo que yo pienso», contestó en perfecto catalán a una pregunta sobre el proceso secesionista de su patria chica. Nacionalizado francés a los 20 años y sin doble nacionalidad, el jacobino ministro del Interior con vistas al Elíseo se pone a sí mismo como ejemplo de integración. «Alguien que ha nacido en el extranjero, que es hijo de un catalán y de una suiza-italiana y cuya lengua materna no es el francés, puede, porque así lo ha decidido, aspirar a la más alta responsabilidad del país. Esa es la grandeza de Francia», proclama.

La hermana yonqui

A Giovanna Valls Galfetti no le sorprende nada el fulgurante ascenso de un hermano que solo la lleva 16 meses. «Hace años dije: será presidente, estoy convencida. Posee todas las cualidades de un político: autoritario, ambicioso», cuenta la coprotagonista del libro 'Manuel Valls, los secretos de un destino'. En la obra los periodistas Jacques Hennen y Gilles Verdez desvelan el drama de una extoxicómana que contrajo el virus del sida y la hepatitis C y llegó a pasar cinco meses en la cárcel. «Yo no me ocupé de Giovanna directamente, pienso que no lo habría aceptado», apunta el hermano que la ayudó a bajar del caballo en una visita en Barcelona. «Manuel me cogió la mano y me dijo: Haz algo. Una noche puse en la balanza en un lado la heroína y en otro mi vida. Me dije: me chuto o vivo. Tiré la heroína» confiesa la mujer en cuyos brazos murió de cáncer en 2006 el patriarca de la familia. «Me acuerdo de la llamada de Manuel cuando fue nombrado ministro del Interior. Me dijo: qué pena que papá ya no esté».

De pequeños los hermanos Valls pasaban los tres meses de vacaciones estivales en la casa familiar de Horta y a veces iban a Mallorca. «Manuel jugaba a indios y vaqueros en el jardín, donde instalaba su fuerte. Y, créanme, ganaba la guerra. Era reservado, madrugaba y se acostaba pronto, leía mucho y adoraba el ajedrez. Siempre supe que triunfaría, que iría muy lejos. A los 16 años su ego estaba ya muy arriba», relata Giovanna. Aquel chaval serio y aplicado, retratado con pantalón marrón y camisa blanca a los 13 años por su padre, aprovechaba los veranos para acudir al Camp Nou, «el único lugar de reivindicación durante la dictadura de Franco», a admirar al Barça campeón de Cruyff y Neeskens. «Manuel Valls, un primo hermano de mi padre, compuso el himno del club», fanfarronea orgulloso.

Campeón de los sondeos políticos, Valls también triunfa en encuestas más frívolas, como la que atribuye al 20% de las francesas el deseo de tener una aventura tórrida con él. «Estoy enamorado», replica el marido de la violinista Anne Gravoin, con la que se casó en segundas nupcias en 2010. Un primer matrimonio le había unido en 1987 a la entonces militante de las Juventudes Socialistas Natahalie Soulié, madre de sus cuatro hijos. Primer premio de música de cámara del Conservatorio de París, la concertista ha aprovechado una reforma legal de 2010 para conservar su apellido en los documentos oficiales. «No soy madame Valls, pero Manuel es mi gran amor», pregona Gravoin en 'Paris Match', que este verano publicó a doble página la fotografía de un apasionado beso de la pareja.

«Está claro que una músico es algo más glamuroso que la señora Ayrault, profesora de alemán en los arrabales de Nantes», desafinó la violinista con su arco apuntado a la esposa del primer ministro, cuyo puesto está en el punto de mira de su ambicioso marido. Se vengaba así de haber sido sustituida por un grupo pop nantés en un concierto programado en Matignon (La Moncloa gala) con motivo de la Fiesta de la Música donde iba a interpretar versiones clásicas de los Beatles. Porque Anne Gravoin frecuenta platós, estadios y estudios de grabación como arreglista de música ligera para cantantes tan populares como Laurent Voulzy, Julien Clerc, Charles Aznavour, Liza Minelli o Johnny Hallyday. Hace poco se querelló contra una revista por publicar que intercedió ante su marido para evitar el cierre de una discoteca propiedad del suegro de Hallyday.

Amiga y confidente de la periodista Valérie Trierweiler, expareja del presidente François Hollande, la influencia de la violinista en el tejado de Valls va más allá del asesoramiento en trajes y corbatas que le disfrazan del novio en una boda. Hasta puede ser en parte culpable del empeño perseguidor de gitanos, sin papeles y clandestinos de Manuel y cierra Francia. El semanario 'Le Canard Enchaîné' ha contado que el año pasado pidió a su marido que mandara a la policía para limpiar de mendigas con churumbel, sin techo y marginales varios el barrio de La Bastilla en el que viven harta de verlos al hacer la compra. Independiente, vistosa y bien relacionada, Gravoin pone la música de la marcha triunfal de su marido. El escribe la letra. «Siempre he pensado que tenía la capacidad de ejercer las más altas responsabilidades de nuestro país», gusta repetir el explorador de la vía catalana al Elíseo.