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El mariscal que nunca fue a la guerra

El general egipcio Abdel Fattah al-Sisi se lanza al ruedo de la política, después de obtener el aval y el mandato de sus compañeros militares y de oir la petición del pueblo

MADRID Actualizado: Guardar
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El general egipcio Abdel Fattah al-Sisi se ha decidido: tras deshojar una margarita no muy dilatada en el tiempo, dejar la cartera de Defensa y, tras ser ascendido al máximo rango de mariscal, se lanza al ruedo de la política, después de obtener el aval y el mandato de sus compañeros militares y de oir la petición del pueblo: será candidato en la inminente elección presidencial.

Ahora, y tras el sangriento golpe militar con fuerte apoyo social que el general dio el tres de julio pasado, el jefe interino del Estado es un juez, ex-presidente del Tribunal Constitucional, Adly Mahmud Mansur, sin peso político alguno y designado de hecho por el propio general al-Sisi tras deponer y encarcelar al presidente elegido, el islamista Mohamed Morsi, el tres de julio.

Todo se desarrolla según el esquema previsto en la hoja de ruta política que los uniformados redactaron el verano pasado y, sobre el papel, la elección del aspirante debería ser un paseo militar, a falta de una concurrencia libre, con la oposición islamista literalmente aplastada y la social-liberal pasada al nuevo régimen o desintegrada y desarticulada por la fuerza de las cosas. Así y todo, hay un pequeño riesgo para el poder porque, en el momento de escribir esta nota, un hombre ha anunciado su presencia como contrincante: Hamdin Sabahi.

Un modo de contar

Hay pocas dudas – nos dicen fuentes cairotas al corriente de los preparativos en marcha – de que si fuera preciso el nuevo régimen recurriría al fraude, como se hizo siempre en los treinta años de Hosni Mubarak, pero las claras, aunque ajustadas, victorias de los Hermanos Musulmanes en las legislativas y las presidenciales de 2012, aconsejan ganar sin trucos y el régimen se sabe, en este orden, bajo un intenso escrutinio internacional. Pero no hará falta: el mariscal ganará cómodamente.

El hombre que anunció su comparecencia es un civil y seglar, Hamdin Sabahi, quien tiene el mérito de hacer política desde el nasserismo, que es algo así como una nostalgia y no un partido político. Formado y tenaz, pudimos hablar un poco con él cuando estuvo hace año y medio en Madrid, invitado por la patronal y todo iba más o menos bien en su país. Se limitó a presentar su programa económico si era elegido presidente lo que, como estaba previsto, no ocurrió. Pero tampoco estaba previsto que obtuviera en la primera vuelta un excelente 20,7 por ciento de los votos.

La mención de una primera vuelta es precisa porque, según la ley, quedaron en liza los dos más votados, el islamista Mursi (24,7 por ciento) y el mubarakista general Shafiq (23,6). Los tres otros aspirantes de peso obtuvieron un 20,7 por ciento (Sabahi), un 17,4 por cien ( Abu al-Futouh, antiguo islamista que abandonó la Hermandad Musulmana) y un 11,1 por ciento para el mubarakista moderado Amr Mussa, ex-secretario general de la Liga Árabe.

Una suma posible

Un lector perspicaz habrá advertido algo: la ausencia entre los candidatos de uno de al-Nur, el poderoso partido salafí que, en cambio, se había presentado con gran éxito a las legislativas (125 diputados y 7,5 millones de votos). La decisión de al-Nur, estratégica y muy hábil, relacionable con su deliberado perfil bajo en el escenario, se parece a otra que acaba de anunciar el “Llamamiento Salafí”, la organización madre del partido, su brazo electoral: no presentará candidato, pero no pedirá el voto para al-Sisi en la elección presidencial.

Habiendo dado todas las facilidades a la nueva Constitución tras el golpe, pelear poco la fuerte atenuación de la tonalidad islámica y mostrarse favorable a la hoja de ruta militar en su conjunto, llama la atención su decisión de ahora que sería una revolución – que nadie espera – si pidiera el voto para el único candidato conocido frente al mariscal, el mencionado Sabahi. Pero no lo hará, entre otras cosas porque ha trascendido que podría incluso escuchar alguna propuesta del mariscal para recibir alguna cartera en el próximo ejecutivo y obtener así una cierta tonalidad islámica que le vendría muy bien.

Hay que añadir más a una eventual suma de noes: los votos que dieron a al-Fotouh su fantástico 17,4 por ciento en la presidencial ¿dónde irán después de que él hizo saber su oposición frontal a la nueva Constitución, militarmente tutelada, aprobada en diciembre pasado con el 98 por ciento de síes y el 38 por ciento del censo? Y lo mismo se pude preguntar sobre el casi millón de votos que recibió en las legislativas un partido islamista moderado, escisión antigua de la Hermandad, “Al Wasat” (que obtuvo nueve escaños).

El nuevo rais

Todo esto es especulativo y aunque aritméticamente posible es políticamente improbable porque, además del esfuerzo de clarificación y acuerdo previo que no se advierte, requeriría el leal comportamiento del nuevo stablishment. Nada de esto parece a la vista y el pronóstico general es que el flamante mariscal será presidente, se hará reelegir (solo tiene 59 años) cuando toque y la aparente normalidad que ha descrito la vida política egipcia volverá donde solía.

El presidente interino ha dicho que, de todos modos, los días del “presidente faraón”, han concluido y que no se asiste a una burda reinstalación del régimen de Mubarak. Al Sisi, hombre personalmente piadoso, tal vez aborde algo parecido a un proceso de reconciliación nacional que se presenta arduo y lo probable es que su jefatura reponga el sistema en su dimensión clásica, la de “Egipto, sociedad militar”, el título del libro que hace casi medio siglo escribió el egipcio Anuar Abdel Malek y que aún se lee con aprovechamiento.

Hoy por hoy al-Sisi es el clásico general egipcio. No ha pisado un frente porque era demasiado joven en la última guerra (contra Israel, 1973), pero sí ha hecho lo debido: academia militar, vida de guarnición, cursos adecuados en los Estados Unidos, vinculación acrítica con las FFAA como institución paralela al Estado y autónoma en vida y organización y respeto reverencial por la Inteligencia Militar.

Esto merece un subrayado final. Lo primero que hizo en cuanto encabezó el golpe fue recuperar al general Mohamed Farid al-Tuhami, de dudosa reputación, para el puesto clave del régimen, antes y ahora: la Dirección de Inteligencia Militar, con recursos y atribuciones incontables que incluyen una condición de gran hermano final de la seguridad nacional y el destino del país. Eso es lo que hay, lo que hubo siempre, en el atormentado y gran país mientras se votaba o se robaban las elecciones: el llamado “Estado profundo” gana de nuevo y su brazo habitual, las Fuerzas Armadas, con un nuevo y mejora status de completa opacidad y autonomía, son el brazo del poder…