perfil

Barack Obama, una obra inacabada

El presidente de EE UU necesita recuperar la magia perdida para lograr la reelección

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El 10 de febrero de 2007, Barack Obama lanzaba su candidatura a la nominación del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos en Chicago, la principal ciudad del estado al que venía representando en el Senado desde poco más de dos años atrás. Por entonces, no pasaba de aportar un tinte exótico a una carrera que parecía ganada de antemano por la todopoderosa senadora por Nueva York Hillary Clinton.

Con una magra experiencia legislativa, la principal baza del que fuera primer presidente negro de la 'Harvard Law Review' era un carisma arrollador apoyado en una hermosa oratoria que había deslumbrado tres años antes en Boston, escenario de la Convención Demócrata que entronizó a John Kerry y que sirvió como trampolín a un brillante político que sedujo a los delegados con su llamada a superar las divisiones entre estados rojos y azules en un discurso titulado 'La audacia de la esperanza'.

Hoy, ese mismo hombre lucha contra el fantasma de los presidentes de un solo mandato, figuras fallidas al no haber conseguido completar su legado. Las de Gerald Ford, Jimmy Carter o George H. W. Bush son algunos ejemplos de presidencias truncadas, estadistas que no pudieron dejar la impronta que hubiesen deseado en la historia al ser desalojados del Despacho Oval cuando las urnas dictaron veredicto sobre sus cuatro años en el cargo.

Luces y sombras

La de Barack Obama es, por ahora, una obra inacabada. El primer presidente negro de la historia de Estados Unidos logró acceder al cargo gracias a una campaña modélica que supo aprovechar las nuevas tecnologías para canalizar el entusiasmo de millones de ciudadanos hastiados de la arrogante actitud con que George W. Bush había conducido al país a dos guerras que estaban desangrando el capital humano y económico de la nación. Miles de jóvenes voluntarios se entregaron a la causa demócrata, ejecutando el plan maestro tejido por los dos 'cerebros' de la campaña, David Axelrod y David Plouffe, para vender la vida del hijo de una muchacha blanca de Kansas y un economista keniata con el que apenas tuvo contacto. La formidable máquina recaudatoria puesta en marcha, y los desatinos del rival escogido por los republicanos, John McCain, y su compañera de fórmula, Sarah Palin, hicieron el resto.

Obama alejó en los debates cualquier sospecha que hubiera podido rodear en el pasado a los candidatos de su raza. Con un perfecto control de sus emociones y un dominio de los temas inesperado a tenor de su corto recorrido en Washington, dio la estocada definitiva al viejo héroe de guerra y el 4 de noviembre de 2008 hacía que los ojos de miles de blancos y de afroamericanos se anegasen en lágrimas al escuchar el discurso que pronunció en el Grant Park de Chicago. Fue el momento culminante de unos meses llenos de emoción.

Pero una cosa es hacer campaña en verso y otra gobernar, algo que necesariamente debe hacerse en prosa. Su equipo le había presentado como una suerte de 'nuevo mesías' y la decepción subsiguiente, dada la cantidad de promesas hechas, estaba cantada.

Los analistas políticos sostienen que cualquier gobernante gasta buena parte de sus primeros dos años en el cargo tratando de aprender a manejar los resortes del poder en Washington. Para hacerse con las riendas en el menor tiempo posible, Obama se rodeó de veteranos curtidos en la Administración Clinton, lo que desató las críticas dado el mensaje de cambio a cuyos lomos había llegado a la Casa Blanca.

Las posteriores salidas de figuras como el asesor económico Lawrence Summers, el jefe de gabinete Rahm Emanuel, el portavoz Robert Gibbs o el secretario de Defensa Robert Gates obligaron a recomponer el equipo para lidiar con la nueva situación creada tras el desastre de las elecciones de mitad de mandato. El Partido Demócrata perdió la mayoría de que gozaba en la Cámara de Representantes y sufrió un retroceso en el Senado. Buena parte de los escaños que cambiaron de bando fueron a parar a políticos próximos al Tea Party, maniatando buena parte del programa de Obama.

Para entonces, Obama había alcanzado el que hasta ahora es su mayor logro, la única materialización de esa presidencia transformadora de que hablara el exsecretario de Estado Colin Powell: la reforma sanitaria, denominada despectivamente por los republicanos como 'Obamacare'. En virtud de la misma, unos 30 millones de estadounidenses que carecían de seguro médico podrán acceder al mismo a partir de 2014. Los ciudadanos más acaudalados, las compañías de seguros y la industria sanitaria soportarán la mayor parte de la carga económica que conlleva la legislación. Allá donde numerosos mandatarios habían encallado, Obama salía triunfante.

No ha ocurrido lo mismo con otras de las grandes promesas que efectuó hace cuatro años. Ha sido incapaz de cerrar la prisión de Guantánamo y no ha llevado a cabo la reforma migratoria que demandan cientos de miles de indocumentados.

Vulnerabilidad

Tampoco ha conseguido atajar el más pernicioso de los efectos de la crisis, el desempleo, estancado en un 8,3%, algo más de un punto superior al registrado cuando accedió a la Casa Blanca. Una tasa con la que, ateniéndose a la historia, parece imposible revalidar el cargo. Y tampoco han quedado atrás las divisiones, exacerbadas por un Tea Party empeñado en derribar el mito y colocar a uno de los suyos, Paul Ryan, en el puesto de vicepresidente.

La economía es el gran talón de Aquiles de Obama, con una deuda pública que se ha elevado en más de cinco billones de dólares durante los últimos cuatro años y un porcentaje de población situada bajo el umbral de la pobreza que ha aumentado en casi dos puntos. La anémica recuperación -el PIB aumentó un 1,7% en el segundo trimestre de 2012- se está viendo lastrada por la crisis de la eurozona, proporcionando a su rival, Mitt Romney, su mejor baza electoral.

Mucho más exitosa ha sido su política exterior. Obama ha recuperado para Estados Unidos buena parte del crédito perdido durante la Administración Bush. Apelando a lo que Joseph S. Nye denomina como "poder blando", ha contribuido a los cambios operados en varios países árabes. Ha cumplido su promesa de sacar las tropas de Irak y las operaciones en Afganistán atraviesan sus últimas fases. Además se anotó el tanto de eliminar al enemigo número uno de EE UU, Osama bin Laden, despejando cualquier duda que pudiese haber sobre su capacidad para actuar como comandante en jefe en los momentos más delicados. Y, consciente de que el mundo que se abre de cara a las próximas décadas volverá a ser multipolar, ha tornado los ojos de su país hacia la región de Asia-Pacífico, donde está reforzando su estrategia comercial y militar.

Esto son los éxitos y fracasos con que Obama vuelve a encomendarse al pueblo estadounidense. El hombre que encarna como pocos el "sueño americano", la promesa de una tierra llena de oportunidades para quien esté dispuesto a aprovecharlas, ha visto declinar su popularidad desde el 78% con que contaba al tomar posesión hace cuatro años hasta el 47% en que se sitúa ahora, según un sondeo efectuado a finales de agosto por la cadena ABC News y el diario 'The Washington Post'. Un registro inferior al obtenido por George W. Bush en 2004 o por Bill Clinton en 1996, cuando ambos consiguieron la relección, y muy por debajo del que logra su mujer, Michelle, o su secretaria de Estado, Hillary Clinton. Se ha visto despojado de su aura. Se le sigue percibiendo como un hombre inteligente, bueno y simpático pero ya no como la figura del cambio. De su capacidad para recuperar a los descontentos dependerá su continuidad o no en el Despacho Oval.