análisis

Siria: un crimen y un error

El grado de crueldad empleado en las muertes indica que los autores de la matanza son los temidos milicianos paramilitares del régimen

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La muerte el viernes de 92 sirios (de los que 32 eran niños) en Hula ha marcado lo que puede ser un antes y un después en la ya larga crisis y salvo un improbable cambio total de la conducta del régimen y un aclaración aceptable de lo sucedido, es, además de una tragedia, un gravísimo error político.

La razón de tal afirmación radica en que, según se supuso desde un principio, se da por confirmado que el grado de crueldad empleado en las muertes, el asesinato de menores en sus casas y el recurso a armas blancas y a un sadismo inhabitual, indica que los autores de la matanza no son soldados, sino los temidos milicianos paramilitares del régimen, los shabiha.

Estos duros matones son de estricta obediencia clánica alauí, es decir la minoría que controla lo esencial del poder en el país y todo el imponente aparato militar y de seguridad. La denominación es el apodo popular (shabiha es “fantasmas” en árabe) con que fueron bautizados. Han sido muy activos en la represión, pero lo del viernes bate récords: la ciudad, de hecho bajo control de la oposición armada, había visto una gran manifestación antigubernamental el viernes y fue bombardeada con artillería y morteros desde sus arrabales… y después entraron en acción los shabiha.

Los sótanos del régimen

En Siria todo el mundo sabe que uno de los pilares del sistema de la familia Assad es, además de la solidaridad confesional, familiar y clánica alauí, un retoño sui generis de la shía, el acceso a los medios de una economía fuertemente centralizada, aunque bastante liberalizada desde la llegada al poder de Bashar hace doce años.

Una de sus dimensiones, cortésmente expresada en los medios, la describe como “la burguesía comerciante sunní de Damasco y Aleppo”, pero hay otra, las redes del contrabando y la extorsión en las ciudades portuarias, bajo control parapolítico del mismo régimen. Son, con los confidentes que cubren literalmente el territorio nacional, los sótanos del régimen y el semillero de reclutamiento de los shabiha.

Bajo ese control oficioso que crea lealtades algo más que políticas queda todavía buena parte del comercio al por menor, el que aún depende de las arcaicas licencias de importación y se expresa en los adorables zocos sirios, empezando por el inolvidable de Hamidiya de la capital, uno de los lugares más discreta pero férreamente vigilados del mundo.

Repercusiones diplomáticas

Teniendo en cuenta que la élite política del régimen es inteligente y está bien informada se puede dar por seguro que en las alturas, el régimen está desolad con lo ocurrido y ni siquiera se puede excluir que esté teniendo lugar un debate interno sobre cómo manejar la situación tras recurrir al cliché inverosímil de que los autores de la atrocidad de Hula fueron “bandas terroristas armadas”. Lo sucedido es un error diplomáticamente letal.

En vísperas de la llegada a Damasco del acreditado mediador Kofi Annan, cuyos hombres sobre el terreno han certificado sin sombra de duda quien es responsable, es inexplicable que un sistema tan disciplinado y eficaz se vea sobrepasado por incontrolados… siempre tan bien controlados. Se espera de un momento a otro, y con gran inquietud que, por ejemplo Rusia, el gran aliado y único soporte de gran peso internacional del régimen, haga saber su emoción y condene lo sucedido… incluso aunque repita su habitual argumentación de que la crisis solo tiene una solución política e interna, sin interferencia exterior.

Si tal cosa sucede y si, como es seguro, la batalla de la opinión se da por perdida, el balance de Hula será desastroso en términos de dignidad y derechos humanos, es decir, morales, pero también prácticos. Además de un crimen, un error… algo que el régimen sirio pocas veces ha cometido.