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El atletismo recupera a la reina de su fiesta

Isinbayeva retoma en Estambul su cadena de títulos tras cuatro años de sequía y cambioS

ESTAMBUL Actualizado: Guardar
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Yelena Isinbayeva calculó la jugada con la precisión de un estratega. Miró y remiró el calendario hasta que encontró dos fechas cargadas de simbolismo. Reñida con el éxito que le abrazó durante años, estaba frustrada. Había dejado de ser la reina de la fiesta. De hecho, en el atletismo, directamente había dejado de ser. La primavera de 2010, tras los fracasos del Mundial de Berlín, en 2009, y del Mundial ‘indoor’ de Doha, unas semanas antes, se detuvo en el arcén. «Mi cuerpo (también su mente) necesita un descanso», se excusó. Volvió a intentarlo el pasado verano, en Daegu, y volvió a tropezar. Así que buscó la solución en el calendario.

Isinbayeva volvió a sentirse este domingo la reina de la fiesta, otra vez campeona, otra vez mirando el listón donde nadie lo ha saltado nunca, otra vez en el centro de la pista, agarrando y reagarrando la pértiga con las manos negras, la mirada fija, preciosa, hablando, susurrándole a la pértiga. Sonriente. La reina feliz. Y allá que salió corriendo a por un nuevo récord (5,02), el número 29 de su carrera (15 al aire libre y 13 en pista cubierta) que no llegó. Daba igual. Casi cuatro años después de su último éxito, el oro olímpico de Pekín, volvía a ser la mejor. Y entonces lo supo. «Hoy entiendo mejor lo que conseguí en el pasado; qué grande fue y es», aseguró tras el triunfo. «He estado esperando este triunfo como una madre espera a que nazca su hijo».

La rusa culminó el plan que había urdido hace algo más de un año. Días antes del 6 de marzo, Domingo del Perdón para los ortodoxos. La fecha elegida para hacer sonar el teléfono de Evgeniy Trofimov, el técnico que construyó a la mejor pertiguista de la historia, el hombre al que traicionó por otro hombre, Vitali Petrov, irresistible por ser el creador de su modelo, Sergei Bubka, 35 récords mundiales, el zar, su reto.

Pero la vida, aparentemente más feliz con Petrov, con base en el soleado Mónaco y escapadas a Formia (Italia) fue su perdición. El método de este técnico fue demasiado complejo. Isinbayeva se estancó. Cayeron siete nuevos récords mundiales, tras los 18 con Trofimov, pero acabó varada. Por eso buscó volver a sus orígenes. Por eso telefoneó el Domingo del Perdón a Trofimov para rogar su absolución. Por eso, dos días después, el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, se sentó con su familia en la mesa del viejo Evgeniy, quien no pudo resistirse.

Eso sí, dejó Mónaco y regresó al gélido Volgogrado. Pero allí recuperó la fe. Y volvió a ser la reina de la fiesta. Primero con un nuevo récord mundial, en Estocolmo, un sabor que no probaba desde 2009, y después con el oro de Estambul, donde se impuso a todas sus rivales con dos saltos: uno sobre 4,70 y otro sobre 4,80. Ya sola, con el título amarrado, probó sin éxito tres intentos sobre 5,02.

Su cara en el podio era la de una niña. No la de una mujer de 29 años que ya empieza a hacer nuevos cálculos: su tercero título olímpico en Londres y la retirada triunfal en Moscú, en el Mundial al aire libre de 2013. Pero primero paladeó la gloria, el sabor perdido, el himno que había dejado de sonar.