Mapa de la ruta. / Gráfico: I. Toledo
Ruta 45 a Fukushima (I) | Rikuzentakata

El último pino

Un árbol frente al mar es lo único que queda con vida en este pueblo barrido por el tsunami de Japón, que lucha por su salvación

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Un árbol, un pino de 28 metros, es lo único que queda con vida en Rikuzentakata, uno de los pueblos más devastados por el tsunami que arrasó la costa noreste de Japón el 11 de marzo del año pasado. Plantado hace 260 años, era uno más de los 72.000 pinos que daban sombra y frescor a la playa de Takata Matsubara, junto a la desembocadura del río Kesen en el Océano Pacífico. Bajo sus espesas copas, se abrían dos kilómetros de arenas doradas que cada año atraían a miles de turistas a un cercano hostal de juventud. Idílicas, las fotos de veranos pasados muestran una multitud en bañador tomando plácidamente el sol y chapoteando en aguas cristalinas.

Pero, enclavado frente al mar, no había ningún dique que protegiera al pinar. Como el muro de contención, de cinco metros, se situaba justo detrás, los árboles eran la única barrera contra las aguas. Aquel aciago día, tras el terremoto más potente en la historia reciente de Japón, resultaron inútiles. Las olas gigantes arrasaron el pinar arrancando de cuajo sus árboles. Sólo uno resistió en pie. En su tronco, una marca indica la altura que alcanzó el mar: 18 metros.

"Es un milagro que sobreviviera. Debe de haber alguna razón para ello. Como si quisiera decirnos que Rikuzentakata permanecerá si él continúa aquí", especula con el destino Yoshihisa Suzuki, el responsable de un grupo ecologista que se ha embarcado en una cruzada para salvar al pino. Profesor jubilado con casi cuatro décadas de docencia a sus espaldas, sucedió al anterior presidente cuando éste pereció bajo el tsunami tratando de evacuar a sus vecinos a un lugar elevado.

"Descansaré aquí, no me molestéis. Si muero, no me cortéis. Me recuperaré y volveré con una forma renovada", reza una tabla funeraria colocada ante el árbol junto a una deidad protectora, Jizo, y un bonsái a modo de heredero. Aunque el pino todavía continúa con vida, su estado es terminal a tenor de los botánicos que lo han analizado. Tal y como indican sus hojas rojas, ha caído enfermo y sus raíces se están pudriendo por el agua salada que inundó la tierra y se ha filtrado al subsuelo. Los expertos intentaron extraerla, pero resultó imposible y todo hace prever que le queda poco tiempo por delante.

"Al menos hemos logrado recuperar unas semillas que ya han germinado en dos jardines botánicos y crecido hasta alcanzar 10 centímetros", se congratula Yoshihisa Suzuki, quien confía en que puedan ser trasplantadas a Rikuzentakata. Sin embargo, el agua salada ha corroído la tierra del pinar y allí no se podrá plantar nada hasta, al menos, 2020.

Al caer la tarde, entre las ruinas de Rikuzentakata, los vecinos peregrinan hasta la playa para despedirse de su último árbol antes de que lo corten. "Mi abuela me traía aquí de pequeña y era un sitio maravilloso. Nos preparaba 'onigiris' (triángulos de arroz rellenos con pescado) y pasábamos el día en la playa", rememora con lágrimas en los ojos Hatsumi Sasaki. Ensimismada en sus recuerdos infantiles, "la arena que se te quedaba pegada a la piel húmeda cuando volvíamos a casa en tren", ha venido a celebrar su 50 cumpleaños.

Barridos por el agua

El tsunami borró del mapa, literalmente, Rikuzentakata, donde murieron 1.569 de sus 24.000 vecinos. Un año después, aún no se han encontrado 169 cadáveres. Más de 800 viviendas, todo el centro de este pueblo volcado al mar, fueron barridas por el agua. Sólo se libraron los barrios ubicados en las colinas tierra adentro; allí se levantan los colegios donde se refugiaron los evacuados y se han construido las casas prefabricadas para los damnificados. Hoy, Rikuzentakata es una desoladora escombrera salpicada por un puñado de edificios de cemento que aguantaron la embestida de las olas. En ruinas, esperan a ser demolidos. En medio de un sepulcral silencio, sólo se oye el quejido mecánico de las grúas arañando la tierra y apilando montañas de tablones rotos, hierros retorcidos y ruedas pinchadas.

Desde 1896, Rikuzentakata ha sufrido cuatro tsunamis y Yoshihisa Suzuki ha visto dos de ellos: el del año pasado y el de 1960, que trajo olas de diez metros 22 horas después de que un terremoto de magnitud 9,5 sacudiera Chile. Para reconstruir el pueblo, la prefectura de Iwate tiene previsto erigir un dique de contención de 12 metros y replantar el pinar. Luego habrá que esperar otros 260 años para que crezcan los árboles y rezar para que no haya otro tsunami.