EE UU, al borde de la quiebra

Mucho más que suspender pagos

Aumentar racionalmente y en relación con el incremento del PIB el porcentaje de deuda pública federal se ha convertido en un duelo

MADRID Actualizado: Guardar
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“Cuanto haga el partido republicano debe estar dedicado a hacer de Mr. Obama un presidente de un solo mandato” dijo en noviembre pasado Mitch McConnell, un senador que oficia ahora como líder de la minoría republicana en el Senado.

Sus palabras eran en parte hijas de la euforia con que él y sus correligionarios recibieron el severo revés de los demócratas en las legislativas parciales de entonces, pero traducían ya el objetivo estratégico del partido.

El aserto sobrevuela hoy como nunca el escenario político de los Estados Unidos, donde se ha convertido en un áspero duelo lo que en otras circunstancias habría sido más bien fácil y a veces rutinario: aumentar racionalmente y en relación con el incremento del PIB el porcentaje de deuda pública federal. Es decir, la posibilidad de seguir financiándose sin problema, evitar toda posibilidad de suspender pagos y mantener la calidad insuperada del bono del Tesoro USA.

El crucial calendario

Mientras se aproximaba la fecha de revisión del techo de deuda, nadie previó que el asunto, de corte técnico y directamente vinculado al interés nacional en días de crisis económica, se convertiría en un duelo político a muerte entre la Casa Blanca y la oposición, incluso más que entre demócratas y republicanos. Se asumió en seguida, vista la opción opositora de ponerlo difícil, que se trataba de seguir a rajatabla lo de McConnell: debilitar a Obama para evitar su reelección.

En la acera opuesta se trabajó con la misma preocupación y la Casa Blanca, que cedió casi en todo en términos de números y de renuncias a todo aumento de impuestos para financiar el déficit presupuestario, un debate en paralelo, solo se plantó –y esto es decisivo para entender lo sucedido – en el calendario: no aceptaría ninguna solución que no durara hasta después de la elección de noviembre de 2012, es decir se negaba en redondo a meterlo en la campaña electoral.

Esto, a su vez, traducía otra verdad: el público criticaba a los legisladores en general por incapaces de alcanzar un acuerdo por completo necesario, pero la imagen del presidente sufría fuertemente y del dorado 60 por ciento de aprobación al día siguiente de la liquidación de Bin Laden, bajaba a un inquietante 40 por ciento. El objetivo McConnell parecía estar siendo alcanzado… pero también pagando un precio, el de la supeditación a una minoría republicana, los 50 diputados, más o menos, vinculables al “Tea Party”.

Gestión, política, ideología

El grupo, así bautizado en un homenaje semántico y fonético a un episodio de los primeros colonos rebeldes contra Gran Bretaña en el siglo XVIII, se había crecido con su auge en la legislativa de noviembre y el eco que sus portavoces, con Sarah Palin en cabeza, recibían en los medios. Pudieron imponer literalmente la gestión del asunto en su primera versión, cuando lo manejaba el líder republicano en la Cámara baja, el diputado John Boehner.

Boehner no es del “Tea Party” y es, probablemente, de quienes están preocupados por la peligrosa confusión que consiste en confundir al GOP (“Great and Old Party”, como es conocido el partido republicano, un pilar del sistema) con un movimiento, ultra, muy religioso, muy nacionalista y un punto anti-sistema y refractario al gobierno percibido como un peligroso grupo urbano (el famoso y despreciado “Washington”) solo ocupado en meterse en la vida de los ciudadanos y aumentar los impuestos.

El partido está haciendo saber más o menos claramente que Tea Party no es el ala derecha del GOP. Y hará bien en precisarlo del todo porque la alegría de hoy al acorralar a Obama encierra, tras un cierto regusto casi visceral de verle rendirse programáticamente como ha escrito un acrisolado demócrata progresista, el premio Nobel Paúl Krugman, un peligro letal: el de la división. El GOP es muy transversal, acoge muchas sensibilidades y haría mal en cambiar a estas alturas.

Un tal general Eisenhower, prototipo del republicano medio, no lo entendería…