Foto de archivo (sin fechar) de Joseba Pagazaurtundua, ex jefe de la Guardia Municipal de Andoain, que fue asesinado el 8 de febrero del 2003. / Efe
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Un ácrata que nunca calló

Nadie pensó que 'Pagaza', el chaval inquieto del lunar en la cara, fuese a terminar de sargento de policía

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En el colegio La Salle de San Sebastián nadie pensó que 'Pagaza', el chaval inquieto del lunar en la cara, que iba y venía a diario desde su casa de Hernani, fuese a terminar de sargento de policía. El ingreso de aquel joven anarco y despierto en la Policía Municipal de Andoain, a finales de los setenta, sorprendió a más de uno de sus amigos de la infancia. Joseba era el compañero que nunca se callaba y que no perdía ocasión de significarse. Era solo un adolescente y empezó a implicarse en la izquierda antifranquista.

Ingresó en ETA político-militar con 16 años y en sólo un año abandonó su militancia para afiliarse al EIA, embrión de Euskadiko Ezkerra, fundado por el entorno de los 'polimilis' que apostaron por vías políticas. Continuó en EE y, cuando ésta formación se unió a los socialistas vascos, obtuvo su carnet del PSE, el que ya tenían sus hermanos Maite e Iñaki. También se afilió a UGT y años después impulsó Basta Ya.

En el trabajo era igual de activo. Sus primeros pasos como policía local en Andoain rozaron la épica. Consiguió desmantelar una trama ultraderechista relacionada con el Batallón Vasco-Español. Casi veinte años después, ya en los 90, con los socialistas en el Consistorio de Andoain, fue nombrado sargento jefe de la guardia urbana y comenzó una década negra en la que el acoso se le hizo asfixiante.

«Exilio interno»

Rodeado de insultos y amenazas, quemaron su coche y poco tiempo después fue informado de que ETA planificaba su asesinato. Casado con Estibaliz Garmendia y padre de un niño y una niña, solicitó casi de inmediato que le trasladaran en comisión de servicios a la comisaría de Laguardia. Quería poner tierra de por medio y durante tres años estableció su hogar en la localidad alavesa de Navaridas. Él lo denominó su «exilio interno».

Pero llegó 1998, el pacto de Lizarra y la tregua de ETA. En contra de su opinión, según manifestó su familia, los mandos policiales consideraron que ya no pendía sobre él ninguna amenaza y le comunicaron su regreso a su puesto en Andoain. Su reincorporación coincidió con el desembarco de Euskal Herritarrok en el Ayuntamiento. Muy pocos meses después tuvo que coger la baja por las amenazas y agresiones verbales que le acosaban a diario.

A pesar de todo, él seguía en primera fila en su militancia política. Era el alma mater de la agrupación socialista de Andoaín. Se encargaba cada mañana, a las once, de levantar la persiana verde de la sede, que amanecía permanentemente rotulada con mensajes pro etarras y amenazas contra él y sus compañeros de partido. Algunos le definían como un luchador que no tragaba con las injusticias. Otros le consideraban un temerario.

Íntimo de López de la Calle

En el año 2000 fue testigo de cómo un pistolero huía después de asesinar a su íntimo amigo José Luis López de la Calle. Empezó a ser consciente de que vigilarle resultaba demasiado sencillo. Trabajaba bajo las órdenes del alcalde de Batasuna Joxan Barandiarán -que no condenó ni uno sólo de los ataques que sufrió, ni tampoco su asesinato- y el propio Pagazaurtundua advirtió de que «la información que acabe con mi vida puede salir del Ayuntamiento». Fue encadenando bajas laborales para evitar adoptar pautas rutinarias, pero nunca llevó escolta por su condición de policía. Llevaba siempre consigo su arma, aunque a la postre no le sirvió de nada.

Atacaron su casa con cócteles molotov, volvieron a quemar su coche y dejó de llevar al colegio a sus hijos y a varios compañeros de éstos por miedo. Era tan consciente de lo que podía ocurrirle que llegó a diseñar su funeral. «Cada día veo más cerca mi fin a manos de ETA », dejó escrito 'Pagaza'. En agosto de 2002, fue apaleado con una escoba por simpatizantes de Batasuna. «Ya te pillaremos», le espetó alto y claro uno de ellos. Seis meses después, le asesinaron mientras desayunaba en su mesa de siempre del bar Daytona.

La bandera pirata ondeó en su funeral civil. Pasó muchas horas de su niñez perdido entre las páginas de 'Historia de piratas', quizá ahí nació su tendencia a nadar contracorriente. Ya adulto, le gustaba escuchar 'Los delirios del pirata' de Suburbano y en su despedida sonó una de sus canciones: 'Adiós a las penas de abril'.

Actuó con valentía, pero tenía miedo. Pasó muchas horas de sus últimos años en el sótano de la sede socialista de Andoain, de donde partía una escalera secreta para huir en caso de ataque. Allí esbozó cartas a su madre que nunca llegó a enviarle. «Ay, madre, me han de matar, y no puedo evitarlo», escribió 20 días antes de su asesinato. Tenía 45 años.