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Nadal buscará ante Berdych su segunda corona

Tras sellar una gran temporada sobre tierra batida con triunfos en Montecarlo, Roma, Madrid y Roland Garros, quiere reinar en Londres

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LONDRES. Basta observar algunas estadísticas compiladas por los ordenadores de la Asociación de tenistas profesionales (ATP) sobre la final de ayer para comprender que la segunda victoria de Rafael Nadal en Wimbledon no fue el producto de un azar o de pequeñas ventajas técnicas en sus golpes. Se trata de la imposición de un jugador sobre otro de una manera que refleja la diferencia entre el número uno del tenis mundial, que ha ganado siete finales de este tipo en el circuito, y un rival que comenzó este torneo como octavo y que llegaba a su primera final del Gran Slam.

El partido duró dos horas y trece minutos pero en ese tiempo -que pudo resultar tedioso para el espectador neutral por lo predecible del resultado- Nadal superó a su rival, Tomas Berdych, en casi todos los cómputos que pretenden medir lo ocurrido en un partido de tenis. Por ganar le ganó hasta en el porcentaje de primeros servicios que no fueron devueltos por el rival, 34% de los del español frente al 32% de los del checo.

El primer servicio de Berdych va como promedio unos quince kilómetros más rápido que el de Nadal, que ganó sin embargo más puntos con el suyo, 77% contra 72%. Y desde la línea de fondo la diferencia entre los puntos logrados por los dos finalistas se expresaba en porcentajes con una victoria de Nadal por 51% frente a 38%. El checo no es un tenista de servicio y volea, porque esos ya no existen -ayer ninguno logró un punto con una volea tras su primer servicio-, sino que intenta ganar con grandes saques y con pelotazos desde el fondo. Si en esas dos facetas tenía un rival procentualmente superior la esperanza de victoria era nula.

Por eso, aunque quizás como consecuencia del viento los primeros compases del partido fueron vacilantes, pronto se convirtió en certeza que el set avanzaría igualado hasta un momento de ruptura en el que lo que estaría en juego sería la fortaleza mental de ambos tenistas. Llegó con el marcador 3-3, cuando habían pasado 25 minutos desde el comienzo.

Sirvió Berdych y el primer punto se fue cuando pegó con el arco a una bola que le lanzó Nadal también tras rozar el arco; el segundo con un revés largo; el tercero con un 'passing' excelente del mallorquín, que ya había oído desde el palco la voz de su tio Toni -«vamos Rafael»- advirtiéndole de que había llegado el momento de aumentar la presión y de comprobar de qué material estaban hechas las ambiciones del checo. No era acero. Berdych salvó el siguiente punto, pero cedió el juego cuando no pudo con un resto cruzado de revés a su segundo servicio.

Once minutos

Nadal no tiene esas dudas en los momentos decisivos, cerró el set rompiéndole de nuevo el servicio al rival y con un primer marcador de 6-3 el partido estaba encarrillado para confirmar el pronóstico más cabal. Ese que avanzaba que el español voraz en el peloteo y en el palmarés no tendría rival suficiente en un chaval de su edad que sólo ahora se esta metiendo en los tramos finales de los grandes torneos.

Después llegó el momento que justificó el pago de la entrada. Berdych salió más suelto y los consejos del tío -«atento Rafael»- no sirvieron para que Nadal no tuviese once minutos de apuro, los que duraron el primer juego del segundo set con su servicio. El checo se aprovechó de fallos inusuales del español, que hizo dos dobles faltas en las cuatro igualadas y tiró alguna bola a la red en golpes que no parecían tan apretados.

Pero Berdych estaba forzando mucho y el fatigoso juego del primer set se lo llevó Nadal cuando su rival volvió a tirar larga una bola lanzada para lograr inapelablemente el punto.

A partir de ahí hubo que esperar a que ocurriera lo predecible. Se trataba de saber cuándo se quebraría Berdych. Ocurrió en el 6-5, con una dejada tonta, un derechazo que se va largo, otro que se va a ninguna parte. Con dos sets a cero, el partido estaba visto para sentencia porque nada en la hora y media de juego sugería que la pista central de Wimbledon pudiese asistir a un vuelco nervioso que turbase a quien fue aquí ya campeón y diera más optimismo al aspirante.

No ocurrió y el tecer set avanzó hacia los dos o tres puntos decisivos, que cayeron de nuevo del lado de Nadal. El campeón español cayó fulminado al suelo como le ocurre en cada victoria y luego dio una cabriola, que fue la novedad, el acontecimiento inesperado de una final aburrida para el aficionado, que podía contemplar sin embargo con asombro la conversión de Rafael Nadal, a sus 24 años, en un tenista que además de ser el más consumado practicante español del juego tradicional sobre tierra es ahora, por dos veces campeón en Wimbledon, el mejor tenista del mundo también sobre la hierba.