VIDA EN FAMILIA

Divinos castigos

Claridad, inmediatez y proporcionalidad son los principios básicos de una reprimenda eficaz. Ni los premios fáciles ni la ira descontrolada ayudan a los más pequeños a convertirse en buenos adultos

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Toda persona funciona a través de la búsqueda de gratificaciones –premio– y se empeña en escaparse de las frustraciones –castigo–. Actuamos así en la medida que hemos sido educados en base a eventos que han incidido en nuestras vidas. En cualquier acto adulto, ‘el premio’ puede revestirse de diversidad de formas. En lugar de decir que hacemos algún trabajo por dinero o para conseguir un ascenso, podemos explicar que estamos cumpliendo con nuestro deber. Y es verdad, de hecho la sensación de estar haciendo lo que se debe proporciona un impacto emocional gratificante. Porque un adulto aprendió en su infancia de manera sucesiva, no necesariamente programada, que debe hacer determinadas cosas para sentir satisfacción.

El castigo en la infancia pretende conseguir el mismo objetivo, solo que alterando los valores. Desde los primeros meses de vida, el bebé tiene una vaga noción de lo que es bueno y de lo que es malo, aunque todavía necesita explorarlo. Para ayudarle en esta tarea, a veces basta con un ‘no’ o dejar de sonreír para hacerle notar que hace algo inadecuado. No bastará una vez, eso sí: su querencia por conocer su entorno y llegar a construir sus propios valores requerirán mucho tiempo. A veces toda una vida.

El bien y el mal

Solo la aceptación de que existe la bondad y la maldad justifica el empeño de educar a los niños y jóvenes. Lo bueno y lo malo conviven en cada uno de nosotros, afortunadamente, con menos virulencia de la que a veces se nos muestra. Toda actitud o acción humana tiene matices que le dan una dimensión de bondad y de maldad a la vez.

Lo que aprendemos a vivir como bueno y malo es el resultado de la gratificación que se ha ido adquiriendo a lo largo de toda la vida. De cómo hayamos sido educados dependerá que seamos más proclives a la bondad o la maldad, ambas en cada uno de nosotros. En este proceso, hay que tener en cuenta que toda conducta seguida de una reprobación se tiende a no repetir, aunque no sea definitivamente. Todos somos reincidentes, pero la tendencia a apartarnos de las sensaciones ingratas es una evidencia.

Si nos referimos al castigo como elemento educativo, será necesario darnos cuenta del efecto que este tiene en el educado. A menudo su falta de eficacia radica en una aplicación errónea del mismo. Para que surta efecto es preciso aplicarlo de manera adecuada y, además, ser conscientes de que un niño es un ser evolutivo que, por naturaleza, tendrá tendencia a repetir acciones que tuvieron alguna repercusión. El castigo puede ser un estímulo para probar si, repitiendo una determinada acción, se producen los mismos efectos.

Lugar a la gratificación

En todo caso, una manera de enseñar el camino de lo correcto y de lo incorrecto es, primero, a través de los premios y, después, con el castigo. En el trato con el menor, el castigo no debe ser la única forma de interactuar con él, también es necesaria la gratificación. Pero cuando los premios son ofrecidos de manera sistemática y alcanzados con extrema facilidad pueden llegar a ser percibidos como un derecho. En cuanto a los castigos, para que sean eficaces, es muy importante que sean lo más próximos posible a la acción que se desea corregir y que sea clara la acción que se censura. Los castigos por situaciones globales suelen perder eficacia.

Es importante también que exista una proporcionalidad entre la falta y la sanción. Si un niño rompe un jarrón valioso jugando, el padre o la madre pueden tener un considerable disgusto que no se debe traducir en un castigo severo para compensar el enfado. En estas ocasiones suele ser suficiente que el niño o niña vea el disgusto provocado sin más reprimenda. La ira del adulto por la conducta del menor no suele ser buena medida de aplicación del castigo.

La eficacia del castigo depende más de la frustración que pueda provocar que de su aparatosidad. Para ello es fundamental saber lo que le gusta al niño. Es más eficaz impedir que vea una serie de dibujos que está a punto de comenzar que impedirle verla durante una semana. Inmediatez y pequeña frustración son las claves.

Tipos de castigo

Los castigos pueden ser de privación, de actuación, de aislamiento o de limitación del espacio. Con los primeros se trata de impedir que haga algo que le gusta, asociado a una acción que ha provocado disgusto y pueden ser de carácter inmediato, es decir, fácilmente asociados a la conducta que se quiera evitar. Estos permiten obligar a realizar alguna actividad que sirva para compensar deficiencias en los hábitos del educado, pero es muy importante evitar que se convierta en materia de castigo aquello que se quiere conseguir que sea un hábito agradable. Por ejemplo, no se debe castigar a estudiar o leer y, por contra, sí a limpiar o hacer alguna actividad deportiva como correr. Esta última, al ser gratificante, podrá convertirse en afición si se consigue vencer la pereza.

Por último, los castigos de aislamiento suelen ser eficaces en los más pequeños. Unos minutos solos en la habitación, aunque lloren, les muestra el rechazo de los padres a lo que acaba de hacer. Es muy importante que estos castigos no se asocien a un «no te queremos». Se le aparta del grupo familiar por lo que ha hecho, no por quién es, ni por cómo es. Por último, nada favorece más a un joven que la práctica asidua del deporte para evitar salidas excesivas o consumo de drogas. Esta pauta conocida por todos los monitores de centros de rehabilitación de adictos es válida a todas las edades y en todas las conductas no deseadas. Favorecer lo antagónico evita tener que utilizar el castigo como práctica preferente de la educación. Para evitar un consumo excesivo de televisión o de ordenador nada mejor que actividades lúdicas alternativas de carácter familiar: la asistencia a espectáculos infantiles, la presencia de amigos en el hogar, poner juegos y actividades artísticas a su alcance...

En definitiva, padres y madres, pasando tiempo con sus hijos, pero ayudándoles a descubrir algo diferente de lo habitual. Porque, aunque no lo parezca, la maternidad y la paternidad son mucho más gratificantes si se ejercen en el descubrimiento del hijo, más que reprimiendo sus actos inadecuados.