motorada 2011

Moda de motero, tendencias a la baja

El mercadillo de El Puerto ve pasar de largo a los clientes, que reducen sus gastos a los bares

El Puerto Actualizado: Guardar
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«Mi abuelo es motero». Una pequeña camiseta con esta leyenda basta para henchir de orgullo a toda la familia. El destinatario es el nieto de María Teresa y Guillermo, quienes fieles a su cita anual con la Motorada, visitaron el mercadillo de productos para moteros del parque Calderón, en El Puerto. Como ellos, centenares de aficionados pasaron de puesto en puesto, pero a pocos se pudo ver abriendo la cartera pese a los precios módicos que pretendían, en vano, hacer de gancho: camisetas por diez euros, pañuelos a un euro, parches a cinco euros... Monos, chupas para ellos y chalecos de cuero muy estilosos para ellas, y cascos de marca a precios de oferta... Ante los mostradores, muchas preguntas y consultas, pero pocas compras. Y tras ellos, hastío y decepción. La Motorada portuense ya hace tiempo que dejó de ser lo que era.

«Si seguimos así no vamos a vender ni la cuarta parte que el año pasado». Joaquín López, portuense, comparte con dos compañeros un puesto de camisetas serigrafiadas. «No es lógico que no dejen entrar a la gente. Si yo voy a Jerez en mi moto, con mi mujer, y en la entrada me dicen que no puedo pasar, me marcho a otro sitio». La determinación que, por tercer año consecutivo, ha tomado el Consistorio portuense de blindar el centro al acceso de vehículos y motos por motivos de seguridad no gusta lo más mínimo a los que intentan sacar dinero estos días. «Cada vez vienen menos. Se van a Chipiona, Sanlúcar... donde tienen un poco más de libertad».

Un silencio desolador

«¿No escuchas el silencio?». Ni un motor, ni un tubo de escape, ni un acelerón. Si por los sonidos fuera nadie diría que en El Puerto hay Motorada. Francis Burgos y su pareja vienen cada año desde Melilla. «Es increíble la cantidad de controles que hay. La Policía Local está parando a grupos enteros de moteros en la rotonda del 'Carrefour'. Se forman colas y no se puede avanzar». Vienen al mercadillo para hacer tiempo antes de comer. «Venimos en busca de un poco de ambiente motero, pero nos vamos a ir a medias. El ambiente es muy frío. La gente está enfadada por tanto policía y tanto control». Por el momento no se plantean cambiar de destino. «¿Dónde vamos a ir?. Aquí y en Jerez es donde se supone que está la gente».

Puestos de patatas fritas, bebidas, golosinas, gofres... se disputan la clientela con los de artículos para moteros. Todos intentan hacer su agosto pero el resultado es frustrante; apenas un paseo hasta Pozos Dulces y vuelta atrás con la mínima consumición: un refresco, y a medias con el acompañante. «Está muy mal organizado y el Ayuntamiento sigue cobrando lo mismo. Pero esto ya no es como hace diez años. Y además apenas hay alternativas para ellos. Tienen que dejar la moto en un aparcamiento bastante caro y no hay nada más». Vicente es chileno y en sus 37 años de estancia en El Puerto ha visto muchas Motoradas. De los años dorados poco queda. «Si cubro gastos tendré que darle gracias a Dios».

Sin dinero

Vicente no es el único foráneo que se afana por darle salida a su género. Francesco, italiano, también lo intenta, con escasos resultados. «¿Qué voy a decir?. Ya lo sabemos todo. La gente está en el paro, no tiene dinero para pagar deudas. ¿Cómo va a gastarlo en esto?». Es su cuarto año en el parque Calderón. «Quizás los artículos de regalo y los complementos de viaje, es lo que más se vende. Pero muy poco».

«Yo vengo todos los años y no me planteo cambiar. Aunque vengan menos motos». Nicolás, alicantino, se mantiene fiel a su cita con la Motorada portuense y acaba de comprar una camiseta para su sobrina. Carol viene desde un poco más cerca, San Roque. «Venimos al mercadillo por ver el ambiente. Pero cada vez hay menos». «Se ha notado mucho el hecho de que no coincida con puente. Si hubiera sido el primero de mayo... hubiera venido más gente seguro». Para Sebastián, de Granada, es el decimosegundo año que monta su puesto en esta avenida que linda con la Ribera del Marisco. «El ambiente es muy flojo, casi peor que el año pasado. Pero qué hacemos, es lo que nos queda». María y Óscar han visitado casi todos los puestos. «Todo lo que hay ya lo tengo. Casco, botas, guantes. Y cuatro chamarretas diferentes, pero ninguna buena». Y por ahora tampoco ha encontrado nada que añadir a su equipamiento de motero. Ella constata la evidencia general. «El declive ha sido en los últimos cinco años. Y sobre todo desde que cerraron el centro».

Lo que parece salvarse, aún sin alcanzar los picos de otras ediciones, son los bares. El tirón gastronómico del marisco y el pescado frito no decae y en torno a las tres de la tarde no hay ni una mesa libre en los bares de la Ribera, la plaza de la Herrería y la calle Misericordia. Un murmullo de tubos de escape se acrecienta y al instante un grupo de moteros entra en fila india en esta vía peatonal. Son los integrantes del club de motos clásicas 'La Carcoma', que cada año las exponen en la Herrería. Los únicos privilegiados a los que se les permite circular por el centro y lucir sus tesoros. Los comensales, que en su corazón motero se preguntan cómo estarán sus motos allá lejos, en el 'parking' los jalean con una mezcla de orgullo y envidia.