el reto de ser padres

Niños y niñas que pegan a sus padres

Si no puedes con tu hijo cuando tiene ocho años, cuando cumpla los quince te va a sacudir

MADRID Actualizado: Guardar
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– Antaño era impensable que un menor agrediese a sus padres. Hoy es un problema emergente que amenaza con desbordarse. En alguna ocasión, ustedes han dicho que han conocido a matrimonios con hijos de ocho o nueve años que están desesperados porque no pueden con las criaturas...

– Es cierto. Y si no puedes con tu hijo cuando tiene ocho años, cuando cumpla los quince te va a sacudir. Eso está claro. Lo primero que hay que tener en cuenta en este tema es que nosotros, los fiscales y los jueces de menores, solo podemos intervenir cuando el niño ha cumplido los catorce años. Antes de esa edad, no pueden ser imputados. Podrán actuar los servicios de protección del menor, pero no la justicia. Dicho esto, las agresiones de hijos a padres son un delito que va cada vez a más. Todas las semanas tenemos tres o cuatro juicios por denuncias de padres contra sus hijos. Es un problema grave. Y un delito típico de menores de clase media y clase media-alta. Además, lo cometen tanto los niños como las niñas, algo que no es habitual. La estadística general nos dice que los chicos cometen el 80% de los delitos y las chicas, el 20%. Pero si nos fijamos solo en los casos de violencia de hijos a padres, esos porcentajes están más equilibrados.

– ¿Qué señales indican que un niño puede estar a punto de levantar la mano a sus padres?

– Hay que preocuparse cuando el chaval empieza a hacer lo que le da la gana y convierte la vida familiar en un infierno: no va a la escuela, no respeta ningún horario, se escapa de casa... En esos casos, lo primero que se debe hacer es ponerse en manos de profesionales, porque ya está claro que existen fallos serios. Los padres tienen que intentar ir a terapia psicológica con el chico o acudir a un equipo de mediación. Pero si el niño no acepta y no hay forma humana de convencerlo, si se han agotado todas las vías amigables, es necesario formular una denuncia contra ese chaval. Es duro y doloroso, pero la alternativa es peor: yo he visto casos de padres que llegaban a los juicios con las pierna partida y la boca rota... O que han tenido que poner una puerta blindada en su dormitorio para que no entre el niño. E, insisto, esto va a más. Lo que nosotros hacemos normalmente es ponerles una libertad vigilada. A partir de ahí, les marcamos los horarios, etc. La diferencia es que los padres tienen el respaldo judicial y el chaval lo sabe.

– ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Qué hemos hecho mal?

–Creo que el problema de fondo es que a los menores se les habla de derechos y no de obligaciones. Y los menores tienen la obligación legal de obedecer y respetar a sus padres. Pero esto último no se lo hemos transmitido a nuestros hijos. Por el complejo de joven democracia nos fuimos de un extremo al otro y ahora estamos pagando las consecuencias. Pasamos del padre autoritario al padre colega. Y yo no soy el amigo de mis hijos: soy su padre. A veces eso implica decir que no. Y hay que hacerlo. Debemos poner límites. Tenemos que tratar a nuestros hijos con cariño y respeto, pero también debemos recordarles que tienen unas obligaciones. Este problema tiene arreglo. Lo que dificulta la solución es cuando los padres van tapando y tapando. Es más fácil corregir esas conductas cuando el chaval tiene catorce años que cuando tiene diecisiete.