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Obama combate en Denver por la unidad demócrata

El aspirante está obligado a suturar la gran herida abierta en el partido durante la lucha por la nominación

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Las pancartas dicen «Haz el amor, no la guerra» y, aunque Irak sea el nuevo Vietnam de Estados Unidos, no estamos en la mítica convención de 1968. Denver no es Chicago. Las primeras protestas que abrieron el domingo la gran fiesta que celebran los demócratas cada cuatro años se quedaron muy, muy lejos de los 20.000 manifestantes con los que habían amenazado sus organizadores -apenas 1.500, según las estimaciones más optimistas-. Es la hora de la unidad, ése es el eslogan del primer día de la convención y el único objetivo que puede llevar al partido de vuelta a la Casa Blanca.

Ahora que se han terminado las Olimpiadas comienza un nuevo espectáculo de masas. Barack Obama no ha llegado todavía, el candidato de color que pone a esta convención en la historia cumple la tradición de hacerse esperar, y estos días se dedica a barrer los estados bisagra que debe ganar el 4 de noviembre para convertirse en el primer presidente negro. Ayer era Iowa, hoy Missouri, el miércoles en Montana. Será esa noche cuando aterrice en la ciudad del desierto, al pie de las Rocosas, donde han descendido ya más de 50.000 personas para la gran cita.

Entre tanto, es su esposa la que abre la fiesta. Una mujer que no es medio blanca, como él, sino toda negra y orgullosa de sus raíces de clase media, que se presenta con un diploma de Harvard y dos niñas de la mano, Malia y Sasha, de 10 y 7 años. Muchos blancos liberales la miran con recelo por la fuerza de su pasión, sus comentarios políticamente incorrectos y su conciencia de raza. Ella es la que le baja los humos a la nueva estrella demócrata, la que le recrimina dejar los calcetines sucios tirados por el suelo, la que le obliga a sacar la basura y la que le recuerda que hable con el corazón.

Anoche, en horario de máxima audiencia, con su discurso sobre los valores familiares, Michelle Obama tuvo su oportunidad de demostrarle a 230 millones de votantes que no es la mujer resentida por siglos de esclavitud y marginalidad que muchos temen, sino la que se encargará de que el próximo presidente de Estados Unidos tenga los pies en la tierra, si es que se cumple el sueño de Martin Luther King. Un sueño que el reverendo Jesse Jackson puso el domingo en perspectiva al recordar en una iglesia de Denver que es mejor ver a un buen presidente blanco que a un mal presidente negro.

75.000 oyentes

Obama hablará ante 75.000 personas en el estadio del Invesco Field este jueves, exactamente 45 años después de que el asesinado líder de los derechos civiles diera el discurso de la era titulado I have a dream (Tengo un sueño). Es fácil pensar que esa cita de otro 28 de agosto ha sido cuidadosamente coreografiada para contribuir al aura mitológica del senador de 47 años, pero la realidad es que las fechas de esta convención fueron seleccionadas con años de antelación, mucho antes de que nadie pudiera imaginarse que el joven senador de color saltaría a la arena presidencial y vencería a la maquinaria de los Clinton.

Donde sí puede estar la trampa es en la decisión de elegir una sede separada a la de la convención para que Obama dé su gran discurso. El momento mágico, precedido en el escenario por un concierto de Bon Jovi y cerrado con otro de Bruce Springsteen, ocurrirá a un kilómetro y medio para poder hacerlo más multitudinario, siguiendo el ejemplo de John F. Kennedy en Los Angeles, que habló ante 50.000 personas

Camelot estaba ayer presente en el Pepsi Center, donde se había preparado un tributo al padrino de la familia demócrata mientras está con vida. Caroline Kennedy, la única descendiente viva del mítico presidente asesinado, tenía el encargo de presentar un vídeo de ocho minutos en tributo a su tío Ted, sorprendido hace tres meses por un agresivo tumor cerebral. Pero el senador de 76 años dio una muestra de raza al aparcar la quimioterapia y plantarse en Denver sin estar previsto en la agenda. El rumor de que sorprendería a la familia demócrata con esta aparición se extendió rápidamente y fue confirmado por su portavoz, Stephanie Culter. «No se lo perdería por nada del mundo, las muestras de apoyo han sido increíbles», dijo horas antes de que comenzase el programa.

La rémora de Irak

A quien la convención no le estaba yendo como habría soñado era a Nancy Pelosi, que se estrenó en el escenario como la primera mujer que ocupa el puesto de portavoz del Congreso -su elección en 2006, a mitad de mandato, todavía no le había permitido exhibirse en la gran cita cuatrienal-. Primero fue el susto del domingo, cuando la Policía la evacuó urgentemente de su hotel en el centro de Denver, tras detener a un hombre de la vecina Wyoming que se registró portando dos rifles de caza y dos pistolas sin licencia. La recepcionista del Grand Hyatt notó las fundas de los rifles entre su equipaje mientras Joseph Calanchini rellenaba la hoja, ajeno al lío en el que se estaba metiendo, pero cuando de verdad se desató el pánico fue cuando los perros olieron explosivos en su coche. «¿Ni siquiera sabía que estaba la convención en la ciudad!», se disculpó el hombre a una cadena de televisión local tras pagar 6.000 euros de fianza.

Fue sólo el primer disgusto. Ayer, antes de cumplir el sueño de subir al pódium de la convención como la mujer más poderosa del partido, la portavoz de la Cámara de Representantes participó en un acto del grupo unconventionalwomen.com, donde manifestantes de otro colectivo feminista, Code Pink, que busca el final de la guerra de Irak, la interrumpieron a gritos. «Nancy, ¿nos has mentido a la cara!», gritaban algunas. «¿Haz tu trabajo!».

Y es que Irak sigue siendo la nota amarga que recorre estos días la espina dorsal de la América rebelde. Ésa que sabe que el Partido Demócrata no es la izquierda, la que teme que sus demandas queden enterradas en pro de la unidad que se necesita para ganar las elecciones. La que esta semana acampa en los parques de Denver y exhibe carteles con una súplica: «No bombardéis Iran».