Ajuste de letrasPhillip Lopate: mostrar y decir

Autor de ensayos y profesor de escritura creativa, Phillip Lopate aporta claves para la escritura de no ficción

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Durante casi veinte años fue poeta, y luego escribió novelas. Hasta que descubrió el ensayo. Phillip Lopate (Brooklyn, Nueva York, 1943) podía usar el ensayo para todo lo que quería hacer. De la poesía aprendió a saltar de un tema a otro, de una idea a otra. «Cada final de verso te alienta a ir a un lugar distinto en el siguiente», explicó en «Letras Libres». Encontró que la poesía y el ensayo eran muy similares, y también le vio muchas similitudes con la ficción. Aunque Lopate señala una diferencia esencial: «Cuando escribo ficción, lo que intento es llegar a la verdad literaria; cuando escribo no ficción, mi objetivo es tanto la verdad literaria como la verdad literal», escribe en «Mostrar y decir» (Alba).

Autor de numerosos ensayos y profesor de escritura creativa, Lopate expone en su libro unas cuantas ideas esenciales para la escritura de no ficción. La primera de todas, en el título, cuestiona el cliché «muéstralo, no lo digas» de tantos talleres de escritura.

«Ambas cosas, decir, o exponer, y contar, o relatar, son necesarias en la no ficción».

Lopate hace suyas las viejas prerrogativas de la no ficción literaria: la obligación de seducir y encantar con una voz poliédrica, que «pueda contar una anécdota, ser seria y burlona por turnos y que sea capaz de desentrañar un enigma». Al ensayista neoyorquino le encanta introducir explicaciones y análisis. No comparte que el escritor de no ficción deba abandonar la profundidad en favor de diálogos y escenas para que el texto se lea tan «cinematográficamente» como sea posible. El verdadero valor de un artículo es el encuentro con una cabeza bien amueblada. «Pensamiento más estilo igual a no ficción de calidad» es la fórmula Lopate.

«No veo por qué tengo que intentar que mi no ficción se lea como ficción».

El lector debe percibir vida inteligente al otro lado. Debe percibir un proceso mental que se despliega línea a línea y con giros argumentales. Se trata de que se pueda «seguirle la pista a la conciencia del autor», resume Lopate. Que haya un trabajo intelectual. ¿Por qué hay que renunciar al intelectualismo? Él no cree que eso de «se lee como una novela» sea un elogio: quizá porque sigue escribiendo ficción, no ve por qué tiene que intentar que su ficción se lea como ficción. Aunque hoy son muchos los partidarios de hibridar géneros, Lopate encuentra en los atributos tradicionales de la no ficción «un encanto y un valor propios».

«El autor necesita construirse un personaje».

Puede ser un personaje plano, redondo, transparente u opaco, o una mezcla de los cuatro. El autor tiene que observarse con cierta distancia y saber qué impresión causa en los demás: saber cuándo es encantador y cuándo es prepotente o está cohibido. Las rarezas son bienvenidas. Lopate propone explotar en favor de la efectividad del texto los caprichos y las chaladuras, esas diferencias que hacen que un autor sea único. Todo para «proyectarlas teatralmente, como hacen los actores». La escritura también es dramatización. Es dramatización y contradicción. La escritura no es un lugar para el conformismo.

«El texto en contra de algo es una de las tradiciones más divertidas del ensayo personal».

Laura Kipnis escribió contra el amor; Joyce Carol Oates, contra la naturaleza; Susan Sontag, contra la interpretación. ¿Qué se gana con tanta rebeldía? La primera ventaja es «la sorpresa, la frescura, el atractivo de lo inesperado». Se trata de adoptar una postura escéptica ante una verdad aceptada. Y si el ataque del autor no resulta convincente, al menos conseguirá que el lector reafirme su postura sobre el tema cuestionado. La segunda ventaja es que esta técnica introduce tensión y suspense en el ensayo: ¿cómo justificará el escritor tanto atrevimiento? Ir a la contra obliga al ensayista a elaborar argumentos convincentes, o al menos un discurso entretenido. La tercera ventaja es que «el narrador cobra vida como individuo concreto y particular». Mantenerse digno es la última de las preocupaciones del autor. La primera urgencia es entretener.

«Escribir es una forma de irse haciendo a uno mismo».

Son muchos los escritores que encuentran en sus diarios el sostén de su narrativa de ficción y no ficción. En sus diarios se sienten libres: libres de experimentar, libres de ser banales, prejuiciosos o presumidos. Libres de escribir mal. Aunque no todos los diaristas son buenos novelistas, ni todos los novelistas buenos diaristas. Lopate, en sus diarios, decidió que no se iba a censurar, ni intentaría parecer más progresista o maduro de lo que en realidad se sentía. Por eso veces aparece en sus páginas más inmaduro que en ningún otro lugar, dice. En sus diarios se queja, ajusta cuentas, es injusto y dice la última palabra, sin ser un autorretrato completamente exacto. Sus diarios acentúan su voz antisocial, murmuran lo que no se atreve a decir en voz alta.

«Ser escritor es un acto de una arrogancia monstruosa. Se presume que hay que escucharle durante páginas sin cuento».

Para llegar a esta conclusión, Lopate primero tuvo que entender que presumir y farolear es clave para convertirse en escritor: «Te marcas el farol y luego te lo sigues marcando, hasta que un día el mundo empieza a tratarte como a un escritor y piensas (eres el último en hacerlo): “Vaya, a lo mejor sí que soy uno de ellos”, por mucho que por dentro sientas una enorme inseguridad. Para entonces, sin embargo, eres mucho más hábil y sabes ocultar esos pensamientos vergonzosos».

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