Ajuste de letrasÓscar Contardo: el arte de sintetizar

Para el columnista y crítico literario chileno, el peor pecado de un escritor es «aburrirse y aburrir»

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Óscar Contardo (Curicó, Chile, 1974) no quería ser periodista. Al menos, no uno de esos que siguen la información política en los salones que pisan los pingüinos, ni un reportero policial. Tampoco quería trabajar los fines de semana ni cubrir desastres naturales. Criado en una provincia chilena, conoció desde niño los límites, que el esfuerzo no era suficiente para superar los obstáculos. Contardo se conformaba con tener un bar que se llamara Nancy Reagan o vivir donde no hubiera tardes de domingo.

—Te confieso que llegué a la redacción de cultura por descarte —dice Contardo.

Por descarte llegó al diario «El Mercurio»: «Aprendí a observar y comprender los mecanismos sigilosos del poder, los pequeños gestos que significan mucho. También tuve que acercarme a mundos (personas, creencias, costumbres) a los que jamás habría acudido de no ser porque era necesario hacerlo». Durante esos catorce años se forjó como reportero y crítico literario.

—Investigando y atando cabos disfruto casi tanto como escribiendo. Los perfiles largos y los libros son lo que más me satisface porque al prepararlos junto dos gustos en uno.

No publicó su primer libro hasta los 31 años, ya «mayorcito», «La era ochentena: Tevé, pop y under en el Chile de los ochenta». Convertirse en un autor le dio otra categoría, le dio por fin seguridad en sí mismo, en un país donde se ningunea al periodista. «Ah, es que es periodista», suelen decir.

—Fui criado en una cultura que valora mucho el pudor, la parquedad. Jactarse sobre lo que uno es o no es me resultaba incómodo y la palabra «autor» es enorme y pesada. Considerarme a mí mismo «autor» significó sobreponerme a mis propios límites, tomarme en serio. Ha significado lograr estar en paz conmigo mismo y decir: bueno, esto es lo que hago.

A su primer libro le siguieron otros, igual de exitosos o más, en los que trata temas como el clasismo o la homosexualidad. Ese chico que no quería ser periodista se ha convertido también en uno de los columnistas imprescindibles de Chile. En «Fuera de lugar», editado por la Universidad Diego Portales, hay una muestra de reportajes y perfiles largos, de esos que se enseñan en los talleres de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. También sus mejores columnas, afiladas anotaciones sobre la vida de un país al que le cuesta sacudirse las sombras de la era Pinochet.

—Chile es una isla remota en donde todos nos escudriñamos mutuamente para aprender a odiarnos con argumentos y eficacia. Prefiero describir ese ejercicio (cómo nos apañamos para pulir nuestros defectos) que mostrarme a mí mismo. Tal vez en algún momento ya me canse y salga de mi escondite.

Si Contardo sigue en ese escondite quizá sea porque le atemorizan los grupos, «ese momento en el que se funden las identidades en un colectivo que sobrepasa a los individuos». Le recuerdo que en una entrevista dijo: «Me gustan las personas, pero no la gente».

—Es una frase un poco tramposa —responde—. Me siento más cómodo conociendo a personas que reuniéndome con gente. Escribo para un lector silencioso y atento, no para las masas.

No hay en la escritura de Contardo recursos efectistas, trucos fáciles para gustar al lector. Su escritura es comedida y aguda. «Se enamoró, pero nadie le recuerda una novia», señala en un perfil de Rodrigo Lira.

—Antes era más barroco, he ido podando los cachirulos de mi escritura. Tampoco es que antes fuera muy exuberante. Lo barroco que alguna vez tuve tenía más que ver con la influencia que provocaron Manuel Puig y Almodóvar en mi adolescencia. Nací en un lugar donde no hay lugar para los excesos estéticos, encima en dictadura. Sospecho que tengo cierto talento para sintetizar ideas, concentrarlas, lo que no significa mucho, pero supongo que hay momentos en que sirve de algo.

Ese talento para sintetizar ideas también se aprecia en los arranques de sus artículos. Arranques como este: «Las tragedias siempre están al acecho, y cuando una surge nunca será la única». Si en la entradilla no le hacemos un guiño al lector, leo en el viejo manual de estilo de «El Sol», lo habremos perdido hasta el día siguiente o, lo que es peor, para siempre.

—Doy muchísima importancia a las entradillas. Supongo que es una herencia del periodismo. Marcan un ritmo y le dan el primer color a lo que viene. Me gusta que sean muy visuales, como un plano general fugaz, un estallido que apele a un recuerdo del lector, que lo tiente para seguir leyendo.

Para el autor chileno, el peor pecado de un escritor es «aburrirse y aburrir».

Cuando era niño, cuando no quería ser periodista, Contardo pensaba que en el año 2000 tendría 26 años y sería un viejo: «Más allá de esa fecha no había nada. Ese era el momento en que empezaría a tener más pasado que futuro. Pero llegó el año 2000 y tuve 26. Y luego llegó el año en que cumplí 40».

—¿Y ahora qué?

—Estar vivo después de los 40 ha sido lo más inesperado que me ha pasado. Cuando era niño y mis padres cumplieron 40 tuve una angustia atroz porque pensaba que morirían en cualquier momento. Supongo que era una especie de fecha de vencimiento que se quedó conmigo y luego se esfumó. Ahora que lo pienso, se la llevaron mis amigos muertos el año en que cumplí 40. En adelante todo lo que he hecho ha sido a la memoria de ellos, mi futuro consiste en mantener con vida mis recuerdos.

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