Gerhartsreiter, durante el juicio en el que fue condenado
Gerhartsreiter, durante el juicio en el que fue condenado

Ajuste de letrasEl escritor y el asesino

En «Blood Will Out», Walter Kirn narra su relación con un criminal que se hizo pasar por Rockefeller

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Walter Kirn conoció a Clark Rockefeller en 1998, un año antes de publicar «Thumbsucker», la primera de sus dos novelas que han sido adaptadas al cine. Kirn andaba entonces en la treintena, vivía con su esposa en Montana y estaba decidido a vivir de la escritura cuando un refugio de animales lo conectó con un supuesto integrante de una de las familias más ricas de Estados Unidos. Clark quería adoptar un perro que había quedado inválido, tras ser atropellado por un coche, y al que intentaría recuperar con acupuntura.

Como Kirn había vivido en Nueva York, en el refugio pensaron que él podría cerrar el trato con Rockefeller. Ambos hablaron por teléfono y quedaron en que el escritor trasladaría al perro a Nueva York.

Así se conocerían en persona. Kirn no sospechó cuando Clark le explicó los motivos que le impedían a él acercarse a Montana: no tenía carné de conducir y su avión privado se encontraba en China. Tampoco sospechó cuando Clark, en lugar de pagarle los 5.000 dólares que le debía por las gestiones, le entregó un sobre con solo 500.

En los diez años que duró su amistad, Kirn nunca reclamó lo que faltaba. Kirn nunca se cuestionó que Clark no fuera un rico «banquero central independiente», también coleccionista de arte, pese a que Rockefeller siempre decía haber olvidado la cartera cuando llegaba el momento de pagar la cuenta. Tampoco se cuestionó que no conociera a la cantante Britney Spears, con quien al parecer se relacionaba, ni al excanciller alemán Helmut Kohl, ni al escritor J. D. Salinger. Incluso cuando Clark fue detenido por intentar secuestrar a su hija, en 2008, la primera reacción de Kirn fue defender a su amigo.

«La gente me pregunta por qué confié en él -dijo Kirn en una entrevista-. Mi respuesta es: él fingió confiar en mí. Me contaba cosas de locos, y tal vez no sea halagador, pero pensé: “Guau, tengo que ser digno de alguien que es tan espontáneo conmigo”. Yo era excesivamente deferente, excesivamente empático, me preocupaba en exceso por su confort. Y no solo porque tuviera miedo de que yo no le gustara. Sentí, como a menudo me ocurre, esa impresión de que, como escritor, aprovecharía cualquier relación personal. Al final, no soy tan bueno como me creía, porque cuando quedó claro que podía escribir sobre él, que era un fraude, un asesino y que yo no le debía nada, estaba encantado de no tener que contenerme como creía que debía hacer».

Al estilo de Carrère en «El adversario», o de Cercas en «El impostor», Kirn aborda en «Blood Will Out», que aún no ha sido traducido al español (quizá ayude su próxima adaptación en una serie), su relación con Christian Gerhartsreiter. Así se llama en realidad el falso Rockefeller, que desde hace tres años cumple una condena de veintisiete por un asesinato que cometió en 1985.

Gerhartsreiter llegó a Estados Unidos desde Alemania con diecisiete años. Se casó con una joven para obtener el permiso de residencia y la abandonó. Luego se hizo llamar Christopher Chichester, el nombre que adoptó los tres años que vivió en casa de John y Linda Sohus, en California. Por motivos que solo sabe él, Gerhartsreiter asesinó a John y escondió su cuerpo descuartizado en el jardín de la vivienda. El cadáver de Linda nunca apareció. El falso Rockefeller huyó antes de que la policía pudiera interrogarlo. Con la identidad de Christopher Crowe, se hizo pasar por un productor de Hollywood y trabajó como agente financiero, antes de su última transformación. Ya en los años noventa se disfrazó de Rockefeller para evitar que la policía lo encontrara por intentar vender el camión de John Sohus. El cadáver de John no fue hallado hasta 1994.

Todo esto Kirn lo descubrió cuando el falso Rockefeller se metió en su último lío, el que lo delató: Gerhartsreiter fue detenido un mes después de secuestrar a su hija. La que fue su mujer durante una década, al descubrir las mentiras del impostor, pidió el divorcio y se quedó con la custodia de la niña. Fue en una de las tres visitas anuales que le concedieron a Gerhartsreiter cuando este intentó su última huida.

¿Cuáles son los riesgos de que un escritor o periodista baje la guardia con su fuente por una excesiva cercanía? Es la pregunta que Kirn responde a lo largo de las 230 páginas de «Blood Will Out», en las que se lamenta de lo estúpido que fue por no ver lo evidente. «Los escritores existen para explotar figuras» como las del falso Rockefeller, dice, un tipo que presumía de hablar el idioma de «Star Trek», escribir novelas o dar de comer a su perro menús de cuatro platos, «no para salvarlas». «Nuestro deber está con la página, no con el personaje».

«¿Cómo haces para manipular a la gente?», le preguntó Kirn a Gerhartsreiter, cuando el impostor ya estaba en la cárcel. «Creo que lo sabes -respondió-. Vanidad, vanidad, vanidad». Kirn admite en el libro que no fue una víctima, sino un colaborador. Reconocerlo y contarlo mejor que nadie parece la salida más acertada para un informador que haya caído en la trampa de un estafador.

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