James Wood y Alfonso Berardinelli
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Ajuste de letrasWood y Berardinelli: El crítico-crítico

Alfonso Berardinelli y James Wood publican sus reflexiones sobre la relación entre los reseñistas y la escritura

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Comparó a Umberto Eco con Silvio Berlusconi: «Son dos hombres a los que les mueve una irresistible vocación demagógica y populista». Antes que darle el Nobel de Literatura a Eco, o a Dario Fo, que sí lo ganó, Alfonso Berardinelli (Roma, 1943) prefería dárselo a Bob Dylan porque «sus textos son mejores». La adoración a David Foster Wallace —tan típica de los escritores estadounidenses, dice— es una «idolatría momentánea» por un autor obsesionado por el éxito literario. Berardinelli cree que la palabra «poesía» ha perdido su significado: «La poesía moderna no solo llegó hace tiempo a su fin, sino que también lo ha hecho esa poesía posmoderna consciente de “venir después”». Los poetas se han convertido en los verdaderos enemigos de la poesía «escribiendo lo que escriben y poniéndose bajo el amparo y la protección de la nobleza de ese género literario».

Y la tecnología solo provee un saber más virtual que tangible: «Cuanto más inteligente es la máquina, más inteligentemente secuestra tu inteligencia». «¿La tecnología nos hace libres? —se pregunta Berardinelli— Divertíos con este juego: probad a prescindir de ella durante una semana, quizá cuando estéis de vacaciones. ¿Lo conseguís? ¿No? ¿Dónde ha terminado vuestra libertad o vuestro alma?».

Alfonso Berardinelli es un francotirador de la crítica, escribe Salvador Cobo en la introducción a «Leer es un riesgo» (Círculo de Tiza, 2016), que recoge los mejores textos del pensador italiano. En su papel de crítico, que no reseñista, reparte bofetadas a un lado y a otro. Reivindica su independencia como articulista, lejos de los intereses editoriales y las convenciones sociales. No le van la vida moderna ni la complacencia. Incluso mandó al carajo a la universidad, donde hasta 1995 impartió clases de Historia de la Literatura Moderna. «He dimitido para interrumpir mi relación personal con todo esto —escribió a un colega de cátedra en una carta pública—. No para hacer algo útil, sino para irme a otra parte, para no continuar ahí, para no tener nada que ver con los problemas de la universidad». Berardinelli se apartó así de la corrupción burocrática, de ese método «embrutecedor» llamado examen y de los compañeros: «¿Puedo decir sin parecer un vil presuntuoso que las relaciones entre los compañeros a menudo son deprimentes e insoportables?».

Berardinelli se define a sí mismo como un «crítico-crítico»: «Uno se vuelve crítico porque el ambiente, la familia, el colegio, el barrio, tus coetáneos, los adultos, tus conciudadanos o tus compatriotas te hacen sentir a disgusto». El crítico, según Berardinelli, tiene un poco de filólogo, un poco de visionario y un poco de diagnosticador. Y necesita autores que «enardezcan su hostilidad y su agresividad». «Personalmente —dice—, a mí me estimula mucho más intentar comprender por qué es malo un libro que todos consideran bueno, o por qué es bueno un libro que se ha pasado por alto. Para un crítico es importante ser iconoclasta. Derribar los falsos ídolos libera la mente y la prepara para apreciar lo mejor».

Vuelvo a los artículos de Berardinelli después de leer «Los mecanismos de la ficción» y «Lo más parecido a la vida», editados por Taurus y en los que James Wood aborda el mundo de los libros con la voluntad de un conferenciante. Si Berardinelli es un inadaptado, a Wood se le puede encasillar en la casta editorial: estudió en la clasista Eton, es profesor de Crítica Literaria en la Universidad de Harvard y escribe sobre libros en la revista «The New Yorker». Sus dos obras traducidas al español, no obstante, están conectadas con los ensayos del crítico italiano.

En «Los mecanismos de la ficción», Wood comenta la evolución de la novela desde Flaubert: «Realmente hay un antes y un después de Flaubert; él estableció de forma decisiva lo que la mayoría de los lectores y escritores piensan que es la narración realista moderna», escribe. Para cualquier lector con interés por saber cómo se escribe una obra, son interesantes las observaciones de Wood sobre la creación de los personajes, la voz narrativa, los diálogos o relación entre la ficción y la realidad, que él resuelve con el concepto de la «vividad»: la «vida en el papel, vida traída a una distinta por el arte más elevado».

En «Lo más parecido a la vida», un libro más personal, Wood parte de su «sublime descubrimiento de que la novela y el relato breve eran un espacio absolutamente libre» para reflexionar sobre el oficio de contar historias y sobre el suyo: el del crítico. «La metáfora es el lenguaje de la literatura, y por lo tanto de la crítica literaria», dice.

La crítica que más admira Wood es aquella que hace una especie de redescripción apasionada: «Esta clase de crítica en la que se vuelve a contar una historia consiste en escribir a través de los libros, no solo sobre ellos. Para producir esta escritura a través suele emplearse el lenguaje de la metáfora y el símil que también emplea la literatura. Esto supone un reconocimiento del carácter único de la crítica literaria, ya que uno disfruta del gran privilegio de llevarla a cabo en el mismo medio que está describiendo (hay que compadecer al pobre crítico musical, al triste crítico de arte)».

Es el crítico elevado a crítico-crítico.

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