Donald Trump, candidato republicano a la presidencia de EE.UU.
Donald Trump, candidato republicano a la presidencia de EE.UU. - AFP
AJUSTE DE LETRAS

La era de la «postverdad»

Antes, la mentira política buscaba crear una falsa visión del mundo. Hoy persigue reforzar los prejuicios

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A Svetlana Alexiévich, la primera reportera en ganar el premio Nobel de Literatura por su trabajo como periodista, la condenaron por reproducir en «Los muchachos de zinc» (Debate) testimonios que no correspondían a la realidad. «¿Tengo que explicarles que existe la verdad y la verosimilitud, que un documento de una obra artística no es un certificado de la oficina de reclutamiento ni un billete de tranvía? —se defendió en el juicio— Los libros que escribo son un documento y a la vez mi visión de los tiempos. Yo recopilo los detalles, los sentimientos, no de una vida concreta, sino del aire del tiempo en su totalidad, de su espacio, de sus voces. No invento, no fantaseo, sino que construyo los libros a partir de la realidad misma».

Según un peritaje reproducido por la escritora bielorrusa en el libro y que no fue tenido en cuenta durante el proceso, lo que hace Alexiévich «no pertenece al género de la entrevista, el reportaje, el ensayo o cualquier otra variedad del periodismo». Es literatura documental: «La autenticidad y la creatividad están presentes en proporciones que permiten identificar la obra como prosa literaria y no como periodismo».

Cadenas estadounidenses como la CNN o la MNBC, a la hora de rotular las declaraciones de Donald Trump, han optado por aclarar si lo que dice el aspirante republicano a la presidencia de Estados Unidos es cierto o no: «Trump dice que Obama es el fundador del Daesh (No lo es)». «Cubrir a Donald Trump es todo un desafío para el periodismo», escribió en «The New York Times»Jim Rutenberg: «Si eres periodista y crees que Trump es un demagogo que le hace juego a las peores tendencias racistas y nacionalistas de Estados Unidos, que queda bien con los dictadores y que sería un peligro si llega a controlar armas nucleares, ¿cómo diablos se supone que debes cubrirlo?».

En la revista «The New Yorker» han apostado por la verdad: «Ningún presidente está libre de mentir, incluso Lincoln —explicó David Remnick, director de una publicación de referencia en el respeto a la veracidad de los hechos—. Pero lo de Trump no es tanto una lucha contra la verdad como un intento de estrangularla. Miente para eludirla. Miente para generar polémica. Miente para promocionarse y pavonearse. A veces parece que miente solo por el placer de hacerlo. Usa teorías conspirativas que posiblemente no cree ni él mismo y hace promesas grotescas que no podrá cumplir. Cuando lo descubren, cambia de tema o hace la mentira más grande». Desde septiembre, hasta las elecciones de noviembre, la revista neoyorquina publica un artículo semanal sobre las mentiras de Trump.

En «El show de Trump» (Debate), un perfil publicado en 1997 que se ha convertido en un «clásico del género», según Remnick, el hoy candidato presidencial le dijo al reportero Mark Singer: «La prensa me retrata como un lanzallamas salvaje, pero soy muy distinto. Creo que el retrato que hacen de mí es totalmente inexacto».

«Trump es el máximo exponente de la política “postverdad” —escribió el semanario británico «The Economist» en un reportaje que llevó en portada—, algo que se fundamenta en afirmaciones que “parecen ciertas” pero no tienen ninguna base de realidad. […] No está solo. Miembros del gobierno de Polonia afirman que uno de los presidentes de ese país, quien falleció en un accidente aéreo, fue “asesinado por Rusia”. Políticos turcos afirman que los autores del reciente y fallido golpe de Estado actuaban siguiendo órdenes emitidas por la CIA. El éxito de la campaña en Gran Bretaña para abandonar la Unión Europea advertía acerca de las hordas de inmigrantes que resultarían de la inminente adhesión de Turquía al selecto club europeo de naciones». Antes, dice «The Economist», «el propósito de la mentira política era crear una falsa visión del mundo. Las mentiras de los hombres como Trump no funcionan de esa manera: con ellas no pretenden convencer a las élites, en las cuales sus votantes no confían: buscan reforzar los prejuicios».

«Estamos atrapados en una serie de confusas batallas entre fuerzas opuestas: entre la verdad y la falsedad, el hecho y el rumor», reflexiona Katharine Viner en «The Guardian». «En la era de la imprenta las palabras en una página fijaban las cosas, fueran ciertas o no. La información parecía verdad, al menos hasta que el día siguiente trajera una actualización o una corrección». Ahora la gente duda sobre la veracidad de los hechos: «En la era digital es más fácil que nunca publicar información falsa que se comparte y es tomada por verdad rápidamente, como con frecuencia vemos en situaciones de emergencia». «Las falsedades y los hechos ahora se difunden de la misma manera, por medio de lo que los académicos llaman “cascada de información”», añade Viner en el artículo titulado «Cómo la tecnología altera la verdad», traducido al español por el semanario «Ahora»: «La verdad es una lucha. Requiere un duro oficio. Pero la lucha merece la pena».

«En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario», dijo George Orwell en una cita que he sido incapaz de localizar, que nadie ha localizado. Y aunque es veraz, como diría Alexiévich, aunque es lícito usarla, prefiero esto que, con toda certeza, escribió en 1984: «Había la verdad y lo que no era verdad, y si uno se aferraba a la verdad incluso contra el mundo entero, no estaba uno loco».

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