Encarnación Gómez, junto a su hija, que muestra la documentación en su hogar. :: A. V.
Ciudadanos

«A mí quisieron robarme, por eso no me parece extraño ni difícil»

Encarnación Gómez Bernabéu La Línea. 1964

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El relato de Encarnación Gómez es estremecedor en cuanto a que vivió la experiencia de haber estado a punto de ser sustraída cuando era pequeña y ya de mayor, está convencida de que le quitaron a su pequeño recién nacido. Sus ojos tienen una veta de tristeza que trata de ocultar con su simpatía natural. Para ella no hay dudas.

«Mi madre me había dado una escobita y me puse a jugar en la acera como la ratita presumida. Dos mujeres vestidas de negro y cubiertas con unos pañuelos de los que se usaban para el luto se me acercaron y me dijeron que me iban a dar un regalito». Encarnación apenas llegaba a los cinco años, pero recuerda perfectamente a aquella vecina que la agarró del brazo con fuerza antes de que cruzara la frontera sin ser consciente. «Estábamos cerca de la verja. Esta mujer que me conocía le preguntó a esas señoras que donde me llevaban. Ellas contestaron que esa niña -refiriéndose a mi- era suya. Lo curioso es que cuando la vecina les dijo que me conocía, callaron y se fueron rápidamente. No se pusieron ni nerviosas».

Cuando cumplió los 28 le tocaría vivir una historia parecida, pero encarnando el papel de su madre, que sin saberlo, le habían quitado por unos instantes a su pequeña. Ingresó en la clínica La Banqueta (1964), también conocida como la clínica de los trabajadores de Gibraltar. Estaba pasada de fecha y sufría de «los dolores típicos de cuando te dicen que vas a tener una niño». Fue anestesiada y al despertarse, una enfermera le dijo que había tenido una niña. Primera contradicción. «A mi me extrañó porque estaba convencida, por el tipo de dolores, que había tenido una niño». A esa hora, su marido ya sabía que había tenido un niño muerto. Cuando comenzó el parto, el médico le hizo la peor pregunta: «El niño viene mal. Tiene que elegir entre la madre o el bebé. Y mi marido dijo mi nombre». El féretro fue enterrado en una zona del camposanto de La Línea que se llamaba el patio del pozo, que ya no existe. El médico que le asistió supo después que tuvo dos hijos adoptados. «Y a mi me dijo que me conformara con las dos niñas que ya tenía».

Los primeros casos que salieron en prensa, les animaron a ella y a su hija María Jesús a indagar en aquel fallecimiento y empezaron a aparecer demasiados cabos sueltos. En el legajo de aborto consta que el bebé era prematuro, Encarnación lo niega: «Ingresé pasada de fecha ya de casi diez meses»; y la persona que firma ese documento personal como conocido de la familia, es un individuo apodado en La Línea como El Barriguita, que aparece en la mayoría de los legajos de las denunciantes y que ninguna reconoce. Además en ese documento faltan más datos, parece como si hubiera sido rellenado de prisa.

«Me dijeron que no podía tener más hijos porque había quedado muy destrozada de la intervención». Encarnación tuvo cinco más, uno de ellos nació apenas un año después del alumbramiento malogrado. «¿Por qué hay más casos en La Línea? Dime si no es fácil coger a un recién nacido y cruzar la frontera». Su caso ya está en manos de la Policía.