MI MASCOTA

'Rin Tin Tin’, una estrella en la trinchera

Ochenta años de que ‘Uggie’ triunfara en ‘The Artist’, un pastor alemán rescatado de un bombardeo de la Primera Guerra Mundial en Francia llegó a ser una estrella en el cine mudo de Hollywood

MADRID Actualizado: Guardar
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Lee Duncan, californiano, humilde, nieto de una cherokee y un colono, no había tenido suerte con sus mascotas. De niño, su abuelo no le permitía tener un perro en la granja, solo un cordero que mató de un golpe cuando se comió los rosales de la casa. Después cuidó a Jack, un terrier, pero tuvo que abandonarlo cuando su madre, abandonada y sin un duro, los dejó a él y a su hermana en el porche de un orfanato en Oklahoma. Había perdido un hogar, un cordero y un cachorro, además de la inocencia en las trincheras de la gran guerra en el Valle del Meuze, en Francia, asoladas por la el avance alemán. Por eso, el 18 de septiembre de 1918, cuando encontró a sus perros, no los soltó. Los mandos del Batallón 135 aerotransportado habían enviado en misión solitaria a reconocer un campamento alemán abandonado, convertido en una masa de barro y cuerpos por la artillería, asolado por la muerte.

Detrás de un cobertizo que hasta hace unos días había sido una perrera, escuchó un ladrido. Una pastora alemana famélica amamantaba a cinco cachorros entre unos 90 cadáveres de animales. Sólo pudo salvar a dos. En ese gesto irracional, Lee Duncan estaba dando pie a una de las mayores leyendas del cine desde los años 20 a los 60 y un mito de las mascotas. Ella, ‘Nannette’, murió. ‘Rin Tin Tin’, el macho, fue una estrella de Hollywood, tanto que hoy el imaginario aún asocia su nombre a «un perro listo». Sucedió ochenta años antes de que el pequeño Jackrussell ‘Uggie’ conquistara al mundo en la película ‘The Artist’.

La historia de Rin Tin Tin es un relato apasionante de suertes, coincidencias y talento que la periodista del ‘New Yorker’ Susan Orlean ha retratado en un libro –‘Rin Tin Tin: the life and the legend’, (Simon & Schuster)– que en unos meses llegará a España.

Rinty fue una estrella, tanto que en la primera ceremonia de los Oscar, en 1929, el jurado intentó darle el premio al mejor actor. El premio absoluto, ¿a un perro? Se lo pensaron dos veces. El pastór alemán, un icono de la cultura Made in USA, era realmente francés, pero pronto formó parte fundamental del sueño americano. Duncan lo había entrenado tanto y tan bien que era capaz de atravesar ventanales y, a los treinta segundos, clavar una expresión en las cintas del cine mudo de la época.

Llegó a participar en una veintena de películas y según Orlean, salvó a la mismísima Warner Bros. de la quiebra. Contaba con un ejército de 40 millones de fans y las autoridades lo recibían con honores de dignatario.Sus descendientes no tuvieron tanta suerte o tanto talento (robaron en una casa con su hijo ‘Junior’ dentro) aunque algún ‘Rin Tin Tin’ siguió apareciendo en películas hasta tener su propia serie, ‘Las aventuras de Rin Tin Tin’, en 1950 e inspiró el personaje de ‘Rantamplán’, el compañero fiel de Lucky Luke.

Cuentan que el primer perro dejó de respirar en 1932 y que Duncan -arruinado ya en aquellos días- lo trasladó en secreto hasta el Cementerio de los perros de París. Tras su muerte, instalaron en su memoria una estrella en el Paseo de la Fama. Sus descendientes mantienen viva su línea y su memoria en Arkansas y sus tataratataranietos participan en programas de ayuda a personas y sensibilización acerca del trato ético a los perros. “Nació en 1918 -concluye Susan Orlean-. Y nunca murió”.