Dos vainas y un sofá

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Este mundo es fascinante por delante y por detrás. Lo cantó Rosendo. La parte del detrás viene ahora. Empieza cuando una cadena emite ese anuncio en el que Ana Belén y Víctor Manuel se sientan en un sofá a hablar de sus cosas para anunciar un banco. Tan majos y tan elite al mismo tiempo, con ese aire de suficiencia democrática, tan abuelo y tan picador él, y ella con ese puntito que tenía en ‘La Pasión Turca’. Que si esta mujer siempre fue muy atractiva, dice uno, y el otro que no, que esa dentadura que es una barrera del Madrid ante una falta directa... Y venga, qué voz la de Ana, y el pobre, que siempre fue un grillo ‘pisao’, ya saben: las cosas que se han dicho toda la vida de Dios cuando han aparecido en la tele Ana Belén y Víctor Manuel.

La pareja nunca ha sido el paradigma de la diversión de uno, que se ha apoyado en otros dúos más del estilo de Terence Hill y Bud Spencer, o Benny Hill y el viejillo aquel de las collejas. Pero hay que reconocer que tienen su gracia, sobre todo cuando después de escuchar dos o tres cortes chorras de su chorra discurso sobre la rutina de la pareja, apercibe uno que estos dos vainas, representantes musicales de la ‘gauche champagne’ que hace dos telediarios firmaron un manifiesto para «reconstruir la izquierda», estos dos, digo, le están vendiendo una campaña para promover las relaciones duraderas. Pero relaciones con los bancos. Resulta que hay que vivir esta vida para ver a dos culofinos ofrecer a los españoles las claves para mantener un noviazgo con una entidad crediticia de esas que no dan crédito. Como si necesitaran saber lo bueno que es pagar treinta años la puñetera hipoteca y que al un recibo devuelto les deje en la calle con los niños en paro, los nietos llorando de frío y un siete de 100.000 euros en la tarjeta de moroso que lleva tatuada en la frente. Coro celestial. Vivan las cláusulas, viva el amor que propugnan el sistema bancario cuando lo cantan a coro dos piltrafas en un sofá. Y nadie tira la televisión por la ventana.