Sociedad

«Metía cinco horas al día»

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José María Aznar dejó la Moncloa a los 51 años. Apenas sabía unas palabras de inglés. Cinco años después, da clases en la Universidad de Georgetown (Estados Unidos) y trabaja para las empresas de Rupert Murdoch. Sus primeras intervenciones públicas recibieron mil bromas sarcásticas; sus últimas conferencias han merecido el aplauso del israelí Simon Peres, que le felicitó por su recién adquirida fluidez. En su despacho de la FAES y mientras bebe con calma una Coca Cola Light, Aznar repasa para V sus encuentros y desencuentros con la lengua de George Bush y Tony Blair.

-¿Cuándo sintió la necesidad de aprender inglés?

-Cuando estaba en el colegio, en los años 60, el primer idioma en España era el francés. El inglés se empezó a introducir mucho más tarde, aunque yo adquirí unas nociones durante un par de años y, como casi todo lo que se estudia en el colegio, se me quedaron. Cuando acabé la escuela, no tuve una necesidad imperiosa de aprender inglés, cosa que siempre he echado de menos. Luego mi vida política siempre ha discurrido aquí. En las relaciones internacionales, si mi interlocutor hablaba francés, hablábamos en francés. Y si no, con traductor. Tuve la necesidad de volver al inglés cuando dejé de ser presidente del Gobierno. Recibí ofertas importantes de empresas anglosajonas y, además, vi que no poder conversar en inglés era un lastre decisivo.

-¿Cómo lo hizo: contrató profesores, fue al extranjero.?

-Cogí una profesora aquí en España y recibí clases todos los días. Desde el año 2004, yo sólo he leído un libro en español. Todo lo que leo es en inglés. Procuro ver la televisión en inglés y leer periódicos en inglés. Eso me ha permitido circular por el mundo con la tranquilidad de poder conversar con cualquiera en relaciones privadas, profesionales.

-Los 'phrasal verbs' han aterrorizado a varias generaciones de estudiantes. ¿Cuál fue su mayor obstáculo con el inglés?

-En mi caso, el obstáculo fueron los años. De todas maneras, yo siempre mantuve la base. Una base muy pequeña que no me permitía hablar en inglés, pero que no había olvidado. Para mí lo importante es una disciplina muy rigurosa y dedicar todos los días un tiempo al inglés. Aunque sea poco.

-¿Cuánto le dedicaba al principio?

-Una hora y media de clase diaria, más estudio, lectura y repaso diario. Yo calculo que, en to tal, metía cuatro o cinco horas diarias.

-¿Le costó vencer el pudor a hablar en público en otro idioma?

-Cuando hablas en público, siempre sientes cierto pudor. Y si es tu primera conferencia en inglés, ante un auditorio especialmente importante y con varios centenares de personas. Ahora, cuando me escucho y rememoro las dificultades que tenía al principio, lo recuerdo con cariño, con simpatía.

-¿Recuerda exactamente cuál fue esa primera vez?

-Fue en la Universidad de Georgetown. Por ahí anda (señala las vitrinas de su despacho) la fotografía que recuerda ese momento.

-Sus primeras conferencias en inglés fueron objeto de burlas. ¿Cómo las recibió?

-Me parecieron lógicas en un país en el que todo el mundo habla inglés y además con buen acento.

-¿Le preocupa su acento? ¿Lo considera fundamental?

-Yo creo que el principal problema con una lengua extranjera es la continuidad. Se puede llegar a hablar una lengua más o menos bien, pero la falta de continuidad es determinante. Si estás cuatro días hablando en inglés, el cuarto día es muy distinto del primero. La cotidianidad es el mejor ejercicio para todo.

-¿Suele leer con un buen diccionario al lado?

-Siempre. Con un diccionario se aprende muchísimo: es una gran fuente de enseñanza.

-En inglés, ¿prefiere ficción o ensayos?

-Ensayos. Pero no sólo en inglés, en castellano también.

-¿Qué es lo más difícil al aprender un idioma: la fluidez, la gramática.?

-A mis años, lo más importante con el inglés no era la gramática. La gramática es fundamental, pero hay que aprenderla de joven. A los cincuenta años, hay otras prioridades.

-En sus primeras conferencias en inglés, ¿cómo le recibía su auditorio? ¿Notaba cuchicheos y sonrisas?

-En absoluto.

-Dicen los expertos que una de las claves que explican la mala maña de los españoles con el inglés es el excesivo pudor para pronunciarlo bien y para hablarlo en público. ¿Lo cree así?

-Yo no sé lo que les pasa a los demás, pero en mi caso necesitaba que ese pudor se me pasase muy rápido porque daba clases y conferencias en inglés. El trabajo y la disciplina es fundamental: cuando practicas un idioma, mejoras. El vocabulario también es muy importante, pero lo fundamental es ser entendido y que te entiendan.

-Cuando usted era presidente, ¿notaba que no saber inglés era un obstáculo para las relaciones internacionales?

-En una conversación política internacional, si no dominas muy bien un idioma, es fundamental un traductor. Y un buen traductor. Evidentemente, no conocer el inglés, que se ha convertido en idioma del mundo, es una limitación, sobre todo fuera de las reuniones formales. Dicho de otro modo: mi vida ha cambiado sustancialmente desde que puedo expresarme en inglés. No aspiro a ninguna medalla, pero soy una persona que hablo en inglés y en francés con naturalidad, que me puedo expresar en italiano y que voy por el mundo muy tranquilo.

-¿Recomendaría a Zapatero y a Rajoy que se pusieran a aprender inglés?

-Yo no tengo que recomendar nada a nadie. Yo digo mi experiencia: hoy andar por el mundo sin tener unas nociones importantes de inglés es muy negativo. Y en segundo término, lo que aprendes de joven no se olvida nunca. El cuidado de los idiomas en la juventud es absolutamente fundamental, porque esa base siempre va a estar ahí.

-¿Cree que debería impulsarse más en España la enseñanza del inglés en la juventud?

-Debería ser una obligación prioritaria. Y si además se puede completar con otra lengua, mejor aún. Luego cada uno tendrá sus actividades, pero yo no podría dar conferencias ni enseñar en el extranjero ni formar parte de empresas anglosajonas si no hablara inglés. Aprender de joven es muy importante; si no, se necesita una disciplina enorme y una voluntad de hierro. Y hay que darle la mayor continuidad posible: intentar hablarlo todos los días. Y si no se puede, al menos estudiarlo. Pero hablarlo todos los días es lo ideal.