DE NUEVO ENTRE CAJETILLAS. El paro ha provocado el regreso de la figura del contrabandista. / MIGUEL GÓMEZ
Ciudadanos

«El día 1 se me acaba el paro y si puedo, regreso al negocio»

Con 22 años, este gaditano comenzó su carrera como contrabandista y llegó a dirigir una organización de 10 personas, ahora se ve de nuevo entre cajetillas

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Pongamos que se llama Lolo y no hagamos lo mismo con su edad y su lugar de residencia, porque sí tiene 43 años y sí vive en Cádiz. Guarda su rostro para los amigos porque se ha pasado mucho tiempo burlando a la Guardia Civil y a los funcionarios de Vigilancia Aduanera. «He tenido varios coches, pero mi preferido para trabajar siempre fue un Renault 4 blanco. Con él no llamaba la atención y a veces me vestía de cura o de cateto de pueblo y en los controles de carretera siempre me dejaban pasar». Sí, también fue contrabandista y de los conocidos en el mundillo. Ahora la crisis le ha hecho plantearse regresar al negocio. «Hay que dejar una cosa clara, el paro a principios de los 90 nos llevó a vivir del tabaco de contrabando. En esa época la cosa estaba muy mal y la de ahora no pinta mejor».

Corría 1988 cuando Lolo se pasó al otro lado de la Ley con 22 años. Un conocido de Algeciras le dio la oportunidad de vender sus primeras cajas. De trabajos inestables y precarios, pasó rápidamente a percibir «unas 300.000 pesetas» al mes (1.800 euros); demasiado tentador para dejarlo a las primeras de cambio. «Empecé por mi cuenta y al día vendía tres cajas, que previamente había ido a recoger a un depósito de Algeciras» (depósito es el nombre que utilizan los contrabandistas para referirse a los lugares donde esconden el material). Cada caja contiene 50 cartones con diez cajetillas cada uno. Esa mercancía, que a diario distribuía por la capital, terminaba en bares, quioscos y en los bolsillos de los particulares. «Yo sacaba una media de 5.000 pesetas por caja, después de descontar los gastos de gasolina y otros que me dejaba en la carretera. No era fácil ir y venir todos los días del Campo de Gibraltar y encima tenía una novia que no le gustaba nada lo que hacía. Lo mejor de todo, es que yo no fumaba», se ríe al mirar el cigarrillo que tiene en sus manos porque el vicio finalmente le venció.

Ésa fue su primera etapa, pero un día se le averió el coche y se le abrió una nueva oportunidad: subir un peldaño y acercarse «a los que realmente movían este negocio». Uno de esos cabecillas, que ya estaba de retirada, le ofreció su infraestructura y su red de clientes: «y me asocié». Como cualquier ascenso profesional, las condiciones de trabajo cambiaron, la responsabilidad era mayor y cuando la ley se aparta a un lado, se asumen más riesgos, pero bien medidos. No sólo los profesionales del Derecho saben de códigos. «Íbamos al límite. Cuando lo que te pillan tiene un valor que no supera los 6.000 euros, te enfrentas a una infracción y no a un delito. Por eso, trasladábamos un número determinado de cajetillas. ¿Cuántas veces me pillaron? muchas, pero como no teníamos nada a nuestro nombre, nos llegaban las multas a casa y dejábamos correr el tiempo hasta que prescribían a los cinco años».

Su oficina habitual en los años 90 fue La Atunara, una barriada de La Línea mítica porque los contrabandistas descargaban allí, a pie de playa, y cuando las cosas se ponían feas, se refugiaban en las viviendas de la zona, que estaban conectadas entre sí, en una especie de laberinto que sólo ellos conocían. «Las marías cerraban la calle con contenedores, mientras que nosotros esperábamos a que llegaran las gomas de Gibraltar. Era impresionante ver cómo esperaban fuera de aguas españolas. Un par de ellas se adentraban y volvían locos a los marinos (a principios de los 90 aún no se había constituido el Servicio Marítimo y los agentes del Cuerpo Benemérito hacían lo que podían en embarcaciones menos potentes adscritas a las unidades fiscales de los muelles)». La maniobra de distracción era el preámbulo a la llegada masiva de lanchas cargadas de tabaco. Una crónica periodística de un diario nacional narró el 4 de enero de 1995 cómo 31 embarcaciones alcanzaron las playas de la Línea en Fin de Año.

Lolo ya había adquirido cierto status y tenía reservado el mismo sitio en la playa, sin competencia. «De ahí nos íbamos al depósito donde descargábamos y luego trasladábamos poco a poco la mercancía hasta Cádiz». Su red contaba con cuatro garajes en Chiclana, San Fernando y en la capital. Ya no regresaba sólo sino en un convoy de cuatro coches, «tres llevaban unas 20 cajas y el que iba el primero, abría paso». Era la época dorada del negocio, cuando lideraba una organización de 10 personas.

El final de una época

Pero cuando la crisis dejó de llamar a la puerta de los españoles y remontó la economía del país, las cajas de tabaco con hachís camuflado comenzaron a mezclarse con las que sólo guardaban cajetillas. «Muchos se pasaron a la droga, pero yo no, eso va en la condición de cada uno». Varios chivatazos que le perjudicaron y un negocio que dejaba de ser sustancioso, le empujaron a la retirada. Se marchó a probar fortuna fuera, pero sin suerte regresó a un Cádiz, que nada le reservaba. «El día 1 se me acaba el paro y como tenga oportunidad, regreso al negocio. Lo tengo claro».