ARTISTA. Bernstein, en una fotografía tomada durante sus últimos años. / GNS PHOTO
Cultura

Espectáculo Bernstein

Una colección de DVDs recoge la interpretación de las principales obras de Beethoven, acompañadas por introducciones explicativas del propio director estadounidense

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No fue el mejor compositor del siglo XX. Ni tampoco el mejor director. Pero con toda seguridad fue la persona que más hizo por divulgar y popularizar la música clásica. Un verdadero fenómeno de la comunicación capaz de explicar de forma sencilla y atractiva un lenguaje tan complejo como el de la música. Por supuesto, hablamos de Leonard Bernstein, el director estadounidense de origen judío y ruso, que en un rasgo de narcisismo con escasos precedentes llegó a decir de sí mismo que era la persona de más éxito después de Jesucristo. Exageraba un poco, pero es cierto que todo en él era superlativo: sus gestos, sus ganancias, su entusiasmo, su capacidad para transmitir emociones.

Ahora sale al mercado una colección de DVDs (editada por el sello Deutsche Grammophon) dedicada exclusivamente a sus trabajos dirigiendo obras de Beethoven: ahí están las sinfonías, las oberturas, la Misa Solemnis, la Fantasía para piano coro y orquesta, el cuarteto Nº 14 en la versión orquestal de Mitropoulos y los conciertos para piano, con Krystian Zimerman como solista. Las orquestas son la Filarmónica de Viena y la del Concertgebow de Amsterdam. Nada menos. Pero ahí está también, y puede que para muchos sea lo más interesante, la introducción de Bernstein a cada una de las sinfonías. El conjunto es un documento del mayor interés.

El dominio de Bernstein sobre la música se estableció primero en Estados Unidos. Lo curioso es que su llegada a la Filarmónica de Nueva York, sobre la que basó su carrera internacional, fue acogida con grandes críticas. El director, que también se sentaba al piano en numerosas ocasiones, tenía entonces 40 años y acumulaba más experiencia como compositor de musicales para Broadway que sobre el podio y con la batuta en la mano. Los más ortodoxos no parecían dispuestos a perdonarle que aceptara el cargo desconociendo buena parte del gran repertorio sinfónico, se presentara a los ensayos vestido con camisas de flores y calzado con sandalias y premiara a sus músicos besándolos en la boca al final de los conciertos, sin hacer distinción por edades, estado civil ni sexo.

Pero él estaba dispuesto a pasar a la historia por algo más que por ser el primer director de la Filarmónica de Nueva York nacido en EE UU. Durante su primera etapa al frente de la misma, entre 1958 y 1969, causó un enorme revuelo: incorporó numerosas partituras de autores americanos al repertorio, grabó decenas de programas divulgativos para la cadena de televisión CBS que se convirtieron probablemente en los espacios culturales más vistos en la historia de ese medio, multiplicó por tres el número de abonados a la temporada, consiguió nuevos patrocinadores hasta hacerla la orquesta más rica del mundo... ¿Cómo lo consiguió? Derrochando carisma, simpatía y capacidad de comunicación. Bernstein hablaba al público antes de empezar cada concierto, explicándole lo que iba a escuchar. Luego, en el podio, ofrecía un verdadero recital de gestos, saltos, sonrisas, puñetazos al aire y momentos de éxtasis con los ojos cerrados y como en otro mundo. Al final, más comentarios con el público, autógrafos sin salir de la sala y abrazos y besos ya en la puerta del teatro, con el director vestido de calle.

Sus contradicciones

Todo ese festival de simpatía no ocultaba a los ojos de los aficionados que Bernstein estaba lleno de contradicciones y algún periodista, como Tom Wolfe, se encargó de ponerlo de relieve (en un maravilloso reportaje titulado 'Radical chic'). Su ideología izquierdista casaba mal con los contratos astronómicos con los que exprimió a orquestas y sellos discográficos. Y su activismo contra la discriminación racial no se vio plasmado en absoluto en la orquesta que dirigía: en sus dos etapas al frente de la Filarmónica de Nueva York sólo contrató a un músico negro, y no porque faltaran aspirantes a cubrir las vacantes que se iban produciendo.

Pero una vez que alcanzó el éxito, y qué exito, sus otrora críticos se mostraron dispuestos a perdonárselo todo. Incluso aquello que no habían admitido a ninguno de sus predecesores, como la homosexualidad, que había arruinado pocos años antes la carrera de Mitropoulos. En realidad, Bernstein no hacía distinción alguna a la hora del sexo. Por eso, compaginaba su matrimonio con Felicia Montealegre, con la que tuvo tres hijos, con aventuras con varones de toda condición.

A partir de finales de los sesenta, Bernstein apuntó a Europa. Dominaba el mercado americano hasta el extremo de que parecía que era el único director que trabajaba allí. Algo similar a lo que sucedía en Europa con Karajan. Los dos se parecían en no pocos aspectos. Su intento por controlarlo todo era uno de ellos. Bernstein tenía una fijación con la Filarmónica de Viena y a partir de los setenta pudo dirigirla en numerosas ocasiones. Algunos de sus mejores conciertos están en estos DVDs, grabados en la hermosa sala Dorada de la Musikverein de la capital austriaca -donde se celebra cada 1 de enero el tradicional Concierto de Año Nuevo- o en la Konzerthaus. Sólo la Misa Solemnis está interpretada por otra formidable orquesta, la del Concertgebow de Amsterdam.

Las imágenes permiten ver al director con la batuta, en unas tomas de gran calidad. Así el espectáculo Bernstein puede contemplarse en toda su dimensión. Porque para la gran mayoría de los aficionados no hay una gran diferencia entre ver dirigir a Klemperer, Solti, Ormandy y otros muchos intérpretes míticos y escucharlos. Pero hay directores con los que contemplar cómo se dirigen a la orquesta es una experiencia en sí misma. Karajan, concentrado, místico, arrobado tantas veces, es uno de esos casos. Bernstein, más extrovertido y no menos teatral, es otro.

Esa teatralidad no está solo en el podio. En la introducción a las sinfonías, el aficionado se encuentra un Bernstein más próximo, casi como un amigo que estuviera en su casa contándole el valor de lo que está escuchando y las claves internas de la composición. El director aparece embutido en una cazadora tejana, o en mangas de camisa, con un pañuelo anudado al cuello. Y allí, con su piano, disecciona las melodías, las tararea, las subraya, expone lo que Beethoven pretendía con ellas y la sensación que causan en el oyente. Cuando Bernstein grabó esas imágenes ya había concluido su serie de programas para la CBS y toda la experiencia acumulada en tantas horas de televisión está plasmada en esos comentarios que preceden a cada sinfonía.

Las versiones

¿Y las versiones de las obras? Prescindiendo del espectáculo de verlo dirigir, sus interpretaciones de las partituras incluidas en el programa tienen un gran valor, aunque quizá no sean las mejores que estén al alcance del público. Hay una energía que encaja muy bien con el espíritu beethoviano, atención al detalle y unas composiciones generales más que notables. Todavía no había incurrido Bernstein en los para muchos críticos excesos de su etapa final, esa de la que se recuerda por encima de todo su 'Patética' de Chaikovski, con un último movimiento que dura... el doble que en las versiones comúnmente aceptadas como de referencia. Y, sin embargo, ese fragmento tiene una densidad dramática insólita.

Sus versiones de Beethoven figuran entre las de mayor duración, dentro de las grabadas por los grandes de la dirección, pero sin que llamen la atención por ello. Cuenta además con dos orquestas excelentes y una colaboración de lujo, la del pianista Kristian Zimerman, que interpreta los cinco conciertos de Beethoven. En los dos primeros, el intérprete polaco dirige también desde el teclado, de manera que en realidad Bernstein no participa para nada, aunque el DVD correspondiente forme parte de su colección. Otra curiosidad más.

Bernstein murió en 1990, sólo cinco días después de anunciar que se retiraba. Meses antes había dirigido un emotivo concierto en Berlín, con la Novena de Beethoven en los atriles, en medio del entusiasmo general por la caída del muro. Se había tomado entonces la libertad de sustituir la palabra 'alegría' en el texto de Schiller por 'libertad'. Nadie le dijo nada por ello. Su popularidad en todo el mundo era tan enorme que, cuando la comitiva fúnebre atravesó Manhattan, los obreros de la construcción saludaban al féretro al paso bajo sus andamios, quitándose los cascos y gritando 'Goodbye, Lenny'. Porque él era siempre para sus admiradores -y aspiraba a que lo fueran todos los seres humanos, no se quedaba corto tampoco en eso- solamente Lenny. Sin duda, uno de los más grandes.