Cádiz Latino

Arde Amaral

Cádiz Actualizado: Guardar
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Eva Amaral quiere ser un gato negro. Como el animal, es capaz de pasar del contoneo suave al salto impulsivo; de la observación tranquila al giro imprevisto; del movimiento lento y sugerente, a la carrera alocada por ese trasunto de tejado callejero en que acaba convirtiendo el escenario.

La empatía de Juan Aguirre por el dragón rojo tampoco es casual. Símbolo de la fuerza oculta en la mitología china, el guitarrista se muestra en el directo sobrio y contenido, con pocas concesiones estéticas, aunque es obvio que carga con el peso musical de la banda.

Juntos, el gato negro y el dragón rojo buscaron anoche, en la Playa de la Victoria, ante más de 70.000 personas, el difícil equilibrio –la perfecta simbiosis– entre nervio y poesía, entre el rock destilado de algunas de sus canciones y el pop distinto de otras, entre la diversión y la emoción, «entre la magia y la vida».

Eva Amaral, con un vestido corto azul, calza tacones de aguja. Juega a ocultarse tras una máscara felina y salta a las tablas antes de los primeros acordes de Kamikaze. «Para ahuyentar la soledad / para espantar la decepción» y tira el antifaz al suelo. Juan Aguirre, siempre en un segundo plano, aunque adelantado al resto de los músicos, se crece en el estribillo. Eso de Dime si sientes mismo cala en la gente, que no tarda en sumarse al espectáculo prestándole su voz al tema.

Tras más de dos años de silencio, sin trabajo en el mercado y sin gira, cada letra se celebra como un regalo. Con Tarde de domingo rara, la segunda de la noche, continúa el tempo acelerado del concierto. «Dicen siempre lo mismo / dicen que mi inocencia se ha perdido / que ya no hay vuelta atrás».

A la orilla del mar

Pero ese afán de elevar el ritmo del show, aunque luego alternen los temas más intensos con los más potentes, vuelve a marcar el repertorio, y el universo entero, estrellado en el cielo de La Victoria, cae sobre Eva, Juan y su público entregado. «Quiero correr en libertad / quiero encontrar mi sitio». «¡Nunca lo de despertaremos a la orilla del mar ha tenido tanto sentido!», grita Eva. «Estoy encantada con Cádiz, la vista desde aquí arriba es impresionante»

Transición estudiada para darle el relevo a Toda la noche en la calle, en la que mueve la melena hasta marear. Después, con Perdóname, la intérprete vuelve a mimetizarse con su tótem de cabecera, contoneándose bajo el foco, en mitad de una pasarela en forma de t que la sitúa sobre el público.

Baja la luz. El dúo busca cierta intimidad, en medio de la multitud. Ella coge la guitarra en la penumbra. Preparan la atmósfera para Moriría por vos, uno de los himnos más sensibles de la banda. («Soy el invierno contra tu primavera / un Dorian Gray sin pasado ni patria ni bandera»). Eva y Juan, en perfecta comunión con el público, emocionan a la concurrencia, ya predispuesta por el contexto.

Las puertas del infierno suenan con un punto Depeche Mode, Resurección y La barrera del sonido con extra de distorsión, y Alerta, en clave de reggae. En medio, Marta, Sebas, Guille y los demás. Para No sé qué hacer con mi vida tienen preparado un semiacústico. La ralentizan con la base siempre agradecida de un cajón flamenco.

Regresan a los números uno con Llegará la tormenta («Me han dicho que has vuelto por fin a tu casa/ ¿Y qué harás ahora que el viaje se acaba?»), Días de verano, y Revolución (Eva, armada con un megáfono).

Cambio de roles. Juan Aguirre, en el primer bis, toma el micro y, con Eva a los coros, interpreta Es solo una canción. Lo hace en un tono fresco, distendido, y no se ahorra un guiño al Spanish Bombs de The Clash y otro al Que no, de Deluxe. Sin aditivos ni artificios, muy maquetero. Cómo hablar, para el segundo bis, junto con el Sin ti no soy nada, (Mi mundo es pequeño/ y mi corazón pedacitos de hielo).

Y llegó el final. «Desde esta playa, ganaremos mil batallas», canta la gata negra. El público se despide entre silbidos y aplausos. Que haya suerte en la trinchera. El dragón rojo, de nuevo silencioso, junto al resto de los músicos, participa en una solemne reverencia.

dperez@lavozdigital.es