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Iñaki en las astas de la vida

Las pendientes del Himalaya no eran las únicas que ponían a 200 pulsaciones por minuto el cuerpo menudo que hasta ayer mismo era Iñaki Ochoa de Olza y que descansa mecido por la nieve en algún recodo del Annapurna, como un monumento de hielo y huesos a la lucha del ser humano por superarse en la batalla contra sí mismo. Cada año, durante ocho mañanas de julio se plantaba en otra cuesta sin solución de continuidad, la de Santo Domingo, en Pamplona, ese tubo catódico de toros y humanos entre paredes en la fiesta más famosa del mundo.

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Allí llegaba a las ocho menos veinte, timido, la cara de niño y la sonrisa nerviosa. Con el mismo sudor frío corriendo por la espalda se soplaba el flequillo sin disimular el balazo de miedo que llevan todos en el estómago, solo en compañía de cientos, que dijo Gabriel Asenjo, condenado en una celda de aire de 800 metros de largo y minuto y medio de ancho.

Quizás fuese a las ocho menos uno, cuando los ojos se llenan de fantasmas con pitones, guantes de látex y bolsas de suero, cuando Iñaki Ochoa de Olza le encontrase a la vida el mismo sentido salvaje y patente que degustaba de camino a una cima mortal. Quizás todo tratase de lo mismo, de escapar en el último suspiro, de luchar en un duelo a primera sangre con el toro del pánico y ganarse la batalla en el último suspiro. De no irse a casa a tomar un caldo caliente, de salir indemne in extremis, vivo al borde de la muerte.

Claro que la vida que se vive en las astas como la vivió Iñaki no entiende de las primas de los seguros. Palmas a la primera de cambio, como palmó Iñurrategui o Fermín Etxebe, al que le partió el cráneo un pitón en la calle Mercaderes, 80 metros después de donde corría el montañero. Es natural -si puede serlo la muerte-, una factura que nunca entendería el equipo médico del Real Madrid y que probablemente tampoco llegue a comprender nunca su madre. Ni los amantes de la seguridad, del cochazo, el chalé con jardín a largo plazo, esos que le llamarán loco, estúpido, -al tiempo-, esos que no saben absolutamente nada de lo que significa vivir en las astas de la vida. Y morir en ellas.