CAPOTE. El diestro salmantino Domingo López Chavez, da un pase al segundo toro de su lote.
Toros

Un baile sin ritmo

Ni López Chaves, ni César Girón aprovecharon la ocasión propicia que ambos tuvieron en una corrida que fue seria y astifina, de calibre y condición desiguales

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Fue muy singular el primer toro de la corrida de Cebada Gago. Remangado, muy astifino, puestísimo, lustroso, ágil: un atleta. Sólo 500 kilos. Agresivo de partida: se blandeó en varas, disparó un par de trallazos, un hachazo en banderillas. Parecía de díscolo genio. Pero al cabo no lo fue, sino que, descolgado de repente, vino a romper con claro son, buena viveza. A repetir con prontitud y sin negarse. Bueno el galope, franco el toro, largos viajes. Calidad en las embestidas. Pero no vio López Chaves la cosa así de clara. No le animaría lo ligero del cuello, que tenía la elasticidad propia de los toros vareados. Su ritmo tuvo el toro. No la faena. Faltó de todo en ella: ideas, sitio, resolución, gobierno, seguridad. Una tendida trasera a paso de banderillas, cuatro descabellos, dos avisos y adiós, ocasión. No es que fuera de oro. Pero sí particularmente propicia. Con todo el respeto que el toro tenía en la cara. Y la seriedad de gesto. Y la chispa algo eléctrica de la casta.

Todavía dos toros más de la corrida de Cebada se prestaron al baile. Un cuarto colorado, leoncito trotón, blando de varas, bondadoso, noble; y un sexto con el trapío justísimo para Sevilla, o sea, sin ningún trapío, pero que sumó en bondad, temple y calidades tanto como los otros dos juntos. Un toro corto de manos, cortito, con buena caja y cara de bueno. Fosco o tostado, estrechas sienes, poquita cara. Muy astifino. Porque toda la corrida de Cebada fue, según lo previsto, muy astifina. Si no, no habría sido de Cebada. Con las orejas se fueron los dos toros. Sin torear en serio. Ni poco ni mucho ni apenas nada.

El viaje más corto

Ni siquiera el sexto, que se dejó casi todo lo dejable, ni tampoco el cuarto, que tuvo, por ponerle algún reparo, el viaje más corto de lo ideal. O que no terminó de humillar porque no le daba el cuello para más. Chaves se volvió a atragantar en el segundo turno. Fue tarde ofuscada. De no templarse ni en una baza. César Girón, nieto del gran maestro venezolano del mismo nombre, no logró tampoco acoplarse ni centrarse ni redondear.

La música, generosísima, les regaló los oídos a torero y toro con un pasodoble festero: Churumbelerías. Arrebatadillo, Girón pareció arrancarse de pronto. No aguantó en firme los embroques, no tiró del toro, lo acompañó en muletazos oblicuos. Medio compuesta la figura. Hacía mucho que no les salía a los Cebada en Sevilla un toro tan de dulce.

No hay corrida de Cebada sin hueso de taba en el menú y el hueso fue esta vez el quinto de la tarde. Castaño, lombardo, alto de agujas, ancho y largo, 570 kilos, poca fijeza, cobardonería para acularse en tablas antes de banderillas y para arrear al ser sacado de ellas. Genio del difícil, porque el toro pegó tornillazos y se puso a rebañar por las dos manos en cuanto se enteró. Con el hueso estuvo seguro y firme Luis Vilches, que toreaba su única tarde de feria.

Monotonía taurina

Una faena de recursos pero obligadamente monótona. De pegar pisotones y no de andar al toro, que parecía la medicina adecuada. El primero de lote de Vilches, noble pero muy llorón, armado de aparatosa cofia alambicada, fue toro rajado casi desde el primer asalto. Cobardón, escarbador, pendiente del abrigo de las tablas que lo protegiera. Liquidó Vilches sin ahogarse, suficiente.

Dentro del reparto asomó un tercero distinto a todos. Cárdeno carbonero, zancudito, sin cuello. No tan cebadagago como los dos primeros de corrida. Menos ofensivo. Mucho menos. Frenado de salida, de no obedecer, escarbador, escupido de varas, blando de irse de naja en estampida. Y, sin embargo, fue, en manso, toro manejable. No dio con la fórmula el nuevo César Girón.