TRIBUNA

Marchemos, y yo el primero, por la senda constitucional

El 10 de marzo de 1820, Fernando VII el Deseado -curiosa paradoja- publicaba el Manifiesto del Rey a la Nación Española en el que refrenda su decidido apoyo a la Constitución de Cádiz de 1812. Sus cínicas palabras: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional», llenas de una falsa apariencia de autenticidad, con el paso de los acontecimientos y el nuevo golpe de estado de 1823, por parte del mismo rey, entre otras muchas cosas, supuso la consumación, muy a pesar de lo que nos hubiera gustado, del fracaso del proceso de modernización política y administrativa que representaba esta Ilustración tardía de las Cortes gaditanas y el gobierno josefino, eso sí, cada uno desde perspectivas matizadamente diferentes.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Fechas como 1814 y 1823 o símbolos como Fernando VII suponían, por tanto, el fracaso de la Constitución de Cádiz, el fin de unos ilustrados, que terminarían en los injustos territorios del exilio o la represión, según los casos, siempre humillados y considerados, desde el hipócrita integrismo que suele caracterizar la cultura española, traidores afrancesados, a los que se les expurga, se les persigue, se les queman sus bibliotecas y se les despoja de sus bienes, cuando no, como son los casos de Marchena, Goya o Moratín, se ven avocados al exilio.

A dos siglos de distancia esta lectura llena de verdad, pero también de injusticia histórica, que habría que reparar, contrasta con el tono de fiesta y desmemoria que parece presidir la celebración del Bicentenario Constitucional. Y aunque dicho recuerdo institucional y ciudadano debe ser motivo para la fiesta y la alegría, porque ahí nacía la Modernidad en España, me parece bastante curioso, por utilizar un calificativo que no descalifique a nadie, este olvido, esta ausencia absoluta de rigor crítico para lo que realmente fue y supuso la Constitución de Cádiz para muchos españoles.

Este discurso predominante, al que me resisto desde una profunda convicción y compromiso con aquellos hombres del Doce, no supone nada nuevo respecto a la mirada, siempre recelosa y mezquina, con la que siempre se ha mirado hacia aquel proceso, y en cierto sentido, no es sino una prolongación más del cínico enunciado fernandino «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional», que adquiere un nuevo protagonismo al calor de toda esta especie de fervor doceañista y su concreción en el ya demasiado manido 2012.

Porque el debate ciudadano y político sobre todo este asunto del Bicentenario sólo se ha abordado desde el problema de las infraestructuras, la rehabilitación de espacios y edificios, las actuaciones en materia de urbanismo. Y aunque efectivamente todo ello es esencial para la ciudad de Cádiz, conviene no olvidar que lo ha sido siempre y no sólo ahora. Y precisamente por eso, porque éste es un debate sobre los continentes, sobre aspectos físicos, es necesario -yo creo que urgente- el otro debate sobre los contenidos y las ideas, y las actuaciones concretas en esta línea, porque si no caeremos en un discurso vacío, que terminará convirtiendo 1812 en una especie de caja de Pandora y de mercadillo de todo a cien.

En este sentido, el anuncio de Gaspar Zarrías sobre el valor simbólico del Castillo de San Sebastián, y su condición como emblema de la Constitución de Cádiz y Faro de la Libertad, empieza a cambiar algo el debate, porque la rehabilitación de ese magnífico espacio, hoy perdido para la ciudad, irá acompañada simultáneamente de unos contenidos, de un porqué y cómo, de un proyecto de reflexión, de un proyecto abierto de usos concretos y, muy especialmente, significa la restauración del pasado (el edificio, pero también su significado y sentido histórico) como elemento contemporáneo y motor de nuevas ideas y proyectos en la vanguardia del conocimiento, sin desertar de una concepción de utilidad pública de rabiosa actualidad.

Y como muestra de esa reflexión necesaria, algunas preguntas que bien podrían tener su lugar para el debate permanente en ese nuevo símbolo de 2012: ¿Qué significa la Constitución de Cádiz? ¿Por qué se exiliaron muchos españoles? ¿Quién es el Rey José? ¿Y los afrancesados? ¿Quiénes fueron los protagonistas? ¿Cómo podemos restituir su memoria? ¿Se ha hecho justicia? ¿Qué vamos a contar? ¿Cómo lo vamos a contar? Porque alguien deberá encargarse de esta labor en nuestras escuelas, institutos, asociaciones de vecinos, en nuestras aulas universitarias, en los centros de cultura popular.

Éstas y otras muchas preguntas deben formar parte del debate que presida muchas de las actuaciones que en materia de contenidos articulen todos de los programas del Bicentenario, y todo ello con generosidad, dinero, preparación, reflexión y tiempo. Y muy especialmente seriedad y rigor. Si no es así, mucho me temo que todo será igual que entonces, y todos, aunque algunos con más responsabilidad que otros, podríamos hacer nuestro el falso eslogan publicitario y propagandístico del «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». En ese caso, como entonces Blanco-White, Marchena o José Joaquín de Mora, yo ahora, como muchos gaditanos, también preferiré el exilio.

Pero no conviene perder la esperanza. Porque hay gestos que hablan por si solos, y el anuncio sobre el Castillo de San Sebastián lo es. Gallardo sufriría, precisamente, cárcel en la fortaleza hermana del Castillo de Santa Catalina, en otros tiempos símbolo de la represión y la falta de libertades. Sin embargo, hoy parece que su memoria, como la de la propia Constitución secuestrada también entre esos mismos muros, en un acto de justicia ejemplar, va a restituirse desde aquellos lugares y espacios donde quedaría recluida, tal vez esperando otros tiempos doscientos años después. Algo ha cambiado.