TRIBUNA

Elecciones 2008: la participación

El próximo 9 de Marzo se celebran elecciones generales y autonómicas, en las que estamos convocados para decidir quién gobierna España y Andalucía durante la próxima legislatura. La primera consideración debe girar en torno a la participación, en la certeza de que los votos son la savia de la democracia, el cordón umbilical de las instituciones que nos representan como ciudadanos. La participación nos iguala, cada persona un voto; nos identifica en lo que somos y representamos y nos une en un proyecto de futuro en común.

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Una baja participación nunca es un buen dato y siempre tiene costes para los actores políticos y para el conjunto del sistema, para la democracia representativa consagrada en la Constitución y el Estatuto de Autonomía.

Una alta presencia ciudadana en las urnas fortalece a la democracia y refuerza la representatividad de las instituciones.

No votar es dejar que los demás decidan, aceptar la vieja consigna franquista de «no meterse en política» y sufrir las consecuencias de la voluntad ajena. Los que no votan también deciden, en este caso a favor de la derecha, que se beneficia de su abstención.

Los estudios de opinión reflejan que hay una mayoría de españoles y de andaluces a favor de que gobiernen Zapatero y Chaves, pero también nos dicen que los electores que apoyan al PP están más movilizados, más dispuesto a ir a las urnas a depositar su voto. Las encuestas reflejan el estado de opinión en un momento determinado y se han convertido en un instrumento de propaganda política, pero no deciden nada, no garantizan en ningún caso la victoria y pueden provocar un exceso de confianza. ¿Para qué ir a votar si ya está todo decidido? Ir por delante en los sondeos de opinión es un estímulo en la campaña electoral, pero no debe traducirse en una invitación a la relajación, el peor compañero posible y el mejor aliado de la derecha.

La única encuesta válida es la de las urnas y en ellas debe estar el voto de todos, aunque no sea un imperativo legal el ejercerlo. Cuanta más participación, más representativos de la voluntad popular serán los resultados; pero la abstención no debe utilizarse de forma irresponsable, para deslegitimar a las mayorías y restar autoridad a los gobiernos que emanan de ellas.

Los representantes de la derecha han logrado integrar en el sistema a una capa importante de la sociedad española, que se muestra dispuesta a defender sus planteamientos conservadores en todos los foros disponibles. Es lamentable que sus líderes hayan apostado por el enfrentamiento, la crispación, la descalificación y el radicalismo. Quieren el poder a cualquier precio y no han dudado en romper el consenso de la Transición, en utilizar los símbolos y los asuntos de estado en su estrategia de tensión para lograrlo.

Patrimonializan la bandera mientras que amenazan con agredirnos con el palo. Han convertido en elemento de confrontación política la lucha contra el terrorismo, fracturando la unidad de los demócratas, mienten y manipulan el debate territorial con el alarmismo infundado de que España se rompe y exponen su sectarismo en el falso diagnóstico de que la familia tradicional desaparece. Todas las calamidades anunciadas han resultados fallidas.

España no se ha roto, la familia española disfruta de muy buena salud, ETA y su entorno están cada día mas acorralados y los españoles disfrutan de mayor calidad de vida, con nuevas conquistas políticas, económicas y sociales.

Este discurso de la derecha nucleada en torno al PP, esta estrategia de conquista del poder a cualquier precio, se anunció desde el primer momento, cuando se negaron a aceptar la voluntad de los españoles que dio el triunfo a Zapatero en 2004.

La mentira y la crispación han sido las herramientas cotidianas para fijar su electorado y mantenerlo movilizado contra los socialistas. Han utilizado todas las plataformas disponibles, desde los medios de comunicación afines, a las víctimas del terrorismo.

En su tarea deslegitimadora cuentan con el apoyo de la jerarquía católica más conservadora, la que se niega a aceptar el estado laico contemplado en la Constitución, la que insiste en imponer sus ideas y planteamientos al conjunto de la sociedad, la que pretende convertir sus creencias en leyes de obligado cumplimiento para todos.

El principal enemigo de la izquierda progresista es la abstención. Una participación en torno al 70% garantizaría mayorías socialistas sólidas en Andalucía y en España, para seguir logrando más derechos ciudadanos y mayores conquistas sociales y para garantizar la lealtad y la cooperación institucional entre los gobiernos central y autonómico.

En Marzo hay que elegir entre la modernidad que representa el PSOE y la reacción conservadora que representa el PP, o gana la izquierda moderna y progresista o gana la derecha antigua, rancia, ultramontana y reaccionaria. Los votantes tienen el derecho y la responsabilidad de decidir, nuestro deseo es que nadie permanezca ajeno al compromiso ciudadano.