El papa Francisco se abraza con el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa Cirilo (Kiril), este viernes 12 de febrero, en el aeropuerto internacional José Martí de La Habana (Cuba)
El papa Francisco se abraza con el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa Cirilo (Kiril), este viernes 12 de febrero, en el aeropuerto internacional José Martí de La Habana (Cuba) - EFE
ENCUENTRO EN LA HABANA

El Papa, a Kiril: «Somos hermanos»

Este encuentro, que se produce «finalmente», como admitió Francisco, se produce «por la voluntad de Dios»

Las sonrisas y el abrazo entre el Papa y el Patriarca Kiril inician un «deshielo rápido» entre Roma y Moscú

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Un abrazo cordial y un intercambio de sonrisas entusiastas entre el Papa Francisco y el Patriarca Kiril han puesto fin esta tarde en La Habana a mil años de separación entre la Iglesia católica y la mayor, con gran diferencia, de las Iglesias ortodoxas. Los jefes de las dos mayores Iglesias cristianas sonreían abiertamente con todo el rostro: con los labios y con los ojos. Estaban visiblemente felices y expresivos, sobre todo Kiril que es siempre comedido. Cuando se acercaban uno al otro en la sala de autoridades del aeropuerto José Martí, el Papa exclamó: «¡Finalmente!».

Enseguida empezó a hacer comentarios muy breves, llamándole afectuosamente una y otra vez: «¡Hermano!». Y añadió en tono rotundo: «¡Está claro que esta es la voluntad de Dios!».

El Patriarca Kiril, que sonreía feliz y miraba al Papa con enorme cariño le respondió: « ¡Ahora las cosas son más fáciles!». Enseguida se sentaron a conversar a ambos lados de un crucifijo de estilo oriental y a dos pasos de los regalos que iban a intercambiar al final del encuentro.

El Papa había traído para el Patriarca no solo un cáliz, sino también una reliquia de San Cirilo, el apóstol de los eslavos junto con Metodio. Es precisamente el santo cuyo nombre tomó Vladimir Mijailovich Gundjaev hace siete años cuando fue elegido Patriarca. No podía ofrecer mejor regalo.

Francisco y Kiril hicieron historia. Era el primer encuentro entre un Papa y un Patriarca de Moscú, el gesto que rompe una separación que ha marcado durante siglos una fractura en Europa y que ya no tiene sentido en el mundo contemporáneo.

Es también el primero de una serie de pasos de acercamiento que pueden proseguir con rapidez. Una primavera de «deshielo rápido» está a la vuelta de la esquina.

Poco después de las dos de la tarde, el presidente cubano, Raúl Castro, había recibido al Papa Francisco al pie de la escalerilla del avión bajo un sol tropical cegador. En ese momento, Francisco llevaba ya catorce horas de viaje, pero su rostro reflejaba ilusión y alegría.

A pocos metros del Airbus de Alitalia que traía al Papa, el enorme avión de Estado ruso anunciaba la presencia del patriarca de Moscú, que había llegado el jueves con un sequito de cien personas para una visita oficial a Cuba, Brasil y Paraguay.

A su llegada a la sala de autoridades, las sonrisas y el abrazo confirmaban que todo iba a ir muy bien durante el encuentro a puerta cerrada, en que ambos primados estuvieron acompañados tan sólo por dos intérpretes de español y ruso.

Al final, ambos firmaría un declaración conjunta, naturalmente la primera de la historia, sobre ayuda a los cristianos perseguidos, sobre todo en Oriente Medio, protección de la familia, apoyo a los jóvenes, refuerzo del papel de los laicos en una sociedad secularizada, etc.

Un futuro de colaboración comenzaba a escribirse en el aeropuerto de La Habana.

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