Kiril de Moscú y el Papa Francisco, en su encuentro privado en La Habana
Kiril de Moscú y el Papa Francisco, en su encuentro privado en La Habana - AFP
ENCUENTRO HISTÓRICO

Kiril, Patriarca de Moscú, y el Papa: una declaración que abre muchas puertas

Más allá de su contenido, que es ya un paso de gigante para dejar atrás una enemistad de casi mil años, la declaración firmada en La Habana es un documento que abre muchas puertas, y todas hacia caminos prometedores

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Más allá de su contenido, que es ya un paso de gigante para dejar atrás una enemistad de casi mil años, la declaración firmada en La Habana es un documento que abre muchas puertas, y todas hacia caminos prometedores.

La caída del «muro de Moscú» permitirá a la Iglesia católica cultivar la amistad con las Iglesias ortodoxas «eslavas», las de sentimientos filorrusos, reacias a dar los pasos de acercamiento que han protagonizado a lo largo de los últimos cincuenta años las Iglesias ortodoxas «griegas», que miran como referencia al Patriarca Ecuménico de Constantinopla.

Paradójicamente, la caída de la barrera psicológica al diálogo entre Moscú y Roma mejora también el diálogo entre las Iglesias ortodoxas, muchas de ellas excesivamente nacionalistas y apegadas al propio modo de hacer las cosas en su país.

Isla de Creta

La ortodoxia, en su conjunto, necesita un respiro similar al que trajo para la Iglesia católica el Concilio Vaticano II. Con un poco de suerte lo pueden conseguir el próximo mes de julio en el concilio panortodoxo, el primero que se celebra en 1.300 años, y que la parte más conservadora de la Iglesia Ortodoxa Rusa ha intentado impedir.

De hecho, uno de los documentos que se debatirán en la isla de Creta es precisamente el de ecumenismo, la relación con las demás Iglesias cristianas, que los ortodoxos apenas han cultivado.

A decir verdad, muchas de esas Iglesias tampoco han cultivado apenas el diálogo con la sociedad civil y con la cultura, limitándose a condenas rutinarias de lo que no se ajusta a las normas tradicionales, pero perdiendo la oportunidad de influir positivamente en la vida de la sociedad.

El «abrazo de La Habana» aumenta la estatura del Patriarca Kiril, no sólo respecto a las otras Iglesias ortodoxas –que, todas juntas, suman un tercio del total de fieles- sino también dentro de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que reúne a los dos tercios y es, en cierto modo, un gigante rodeado de enanos.

Kiril es un renovador que ha ido centralizando a lo largo de siete años las estructuras de una Iglesia un tanto dispersa y paralizada. Ha nombrado numerosos obispos jóvenes y está intentando dinamizar la vida de una Iglesia que necesita modernizar sus estructuras y su modo de trabajar.

En este sentido, la línea «centralizadora» de Kiril y la línea «sinodal» de Francisco suponen rumbos de convergencia entre organizaciones basadas en principios opuestos: las Iglesias nacionales con estructura sinodal y diócesis muy autónomas, típicas de los ortodoxos, y la Iglesia mundial y universal con un Papa que gobierna lo esencial de cada diócesis y puede intervenir con rapidez en caso necesario.

En 1964, durante el primer encuentro de un Papa y un Patriarca Ecuménico de Constantinopla desde el cisma del 1054, Atenágoras dijo a Pablo II que «nosotros tenemos que caminar juntos y en armonía, y a todos los teólogos los ponemos en una isla para que discutan entre ellos, mientras nosotros caminamos por la vida”.

En este caso, se han ido a la isla los primados de las dos Iglesias, para ponerse de acuerdo en empezar a caminar juntos sin la rémora de las discusiones de los teólogos.

Otra línea prometedora que también facilita el encuentro de La Habana es el diálogo de las Iglesias ortodoxas con las demás religiones. La caída de barreras psicológicas milenarias ayuda a considerar normal el colaborar con otras religiones en objetivos comunes como, por ejemplo, crear una cultura de paz cuando hay fanáticos que intentan crear guerras religiosas, y movimientos terroristas que las ponen en marcha.

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