Parricidio

«Castellón os ha fallado, Itziar»

El padre de Nerea y Martina se vengó de su ex matándola en vida, pero la ciudad donde vivían también asume su fracaso

Colegio Lope de Vega MIKEL PONCE / Vídeo: El sospecho de asesinar a su mujer en Torrox tras saltarse una orden de alejamiento ha pasado a disposición judicial
Érika Montañés

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Hay un ambiente raro en Castellón. Es jueves y los vecinos del barrio de Estepar respiran hace 48 horas un aire viscoso. No es ni por la densa humedad ni el fuerte calor. En la calle río Adra, el vecindario está aburrido de las preguntas incómodas delante de sus hijos. En el número 36, el martes, antes de las 6 de la mañana, un hombre se topaba en el patio interior con un cadáver y alertaba a los servicios de Emergencias. Nadie quiere dar más detalles del desgarrador parricidio en lo más alto de su edificio, el 6ºC de la escalera A. Las cintas policiales y el desconchamiento de la puerta todavía hablan de lo que allí sucedió mientras Nerea, de 6 años y Martina, de 3, dormían una en el dormitorio pequeño y otra, en el grande, el de su padre.

Él regresó en la madrugada y, borracho como se le veía demasiado a menudo según sus paisanos, segó con 17 hachazos el aliento de sus hijas. Lo peor para Ricardo Carrascosa es que ellas significaban «Itziar Prats». Y, se cuenta rápido, quería vengarse desde que su ex pidió el divorcio en julio del año pasado. «Lo hizo para que no volviera a sentir la sonrisa y el abrazo de las pequeñas nunca más; para que su herida siempre sangre y no haya cicatriz», opinan varios castellonenses, que pasan de cuestionarse por qué lo hizo al cómo. Después, Ricardo terminó con sus supuestos problemas económicos desmadejados frente a una guardería, una oficina de Cajamar, el Mercadona donde siempre compraba con ellas y ante la casa de José. «A las 7 de la mañana bajé a echar un cigarro y sacar al perro. No imaginas el susto cuando vi a la Policía Científica, con sus batas blancas, levantando la manta. Vi esa imagen, los coches atravesados, no me lo puedo quitar de la cabeza ». José recoge a su hija de la guardería, y el carrito atraviesa el manchurrón negro que queda tendido en el patio.

En la pared, testigo del suicidio apareció primero grabada una pintada en valenciano («Ni una más, ni una menos», traducida). A primera hora ha sido aniquiliada por los servicios de limpieza, aunque hoy tendrán que afanarse con la segunda, «Nerea y Martina, ni olvido ni perdón», que se ha reproducido en la esquina contigua.

Mikel Ponce

La observa Lledó, en la guardería de abajo del bloque, indignada. «Blogueros que no conocen Castellón» se han dedicado a elucubrar con las manos pintadas en la escuela infantil. Allí se leen los nombres de los «enanets»: están Alexia, Lucía, Erika... Lee un artículo que especula con que los nombres de las niñas asesinadas podrían estar allí también. « Qué mal gusto, qué humillante, no nos van a dejar levantar cabeza », lamenta junto a dos madres.

Cosido por las deudas

En Estepar hay un nuevo enemigo, la prensa. Enrique, que compartía cafés y chanzas con el parricida de vez en cuando, también se ha cansado de hablar. Salió llorando en los informativos el día del doble crimen, diciendo que no entendía por qué su amigo las había matado, que se podría haber suicidado y dejarlas vivas, que eran criaturas preciosas, y que Ricardo venía repitiendo que Itziar «le había dejado sin un duro, que le habían embargado las cuentas, debía 1.200 euros de manutención y se había quedado sin trabajo hacía unos meses». A Enrique lo han vapuleado en redes sociales porque pareció que le justificaba, se deshace en llanto su esposa. En el buzón de Ricardo, cosido por las facturas, queda una carta sin recoger: es de Orange.

Todos parecen repartirse cuotas de culpabilidad en la muerte de Nerea y Martina. Por no haber avisado de un mal gesto entre la pareja. Se les vio discutir en una cafetería. Por no haber detectado que la mujer era un alma en pena que «embolsaba en la frutería sin levantar la cabeza», presa de un infierno que silenció pero del que nadie sospechó. Hasta Nerea le alertaba en ocasiones en el supermercado de que Pili, la encargada, o Loli, la pescadera, le preguntaban algo. Ella miraba, con educación refinada, y sonreía con un gesto limpio, cuentan.

En el trabajo de Itziar, el centro de menores Pi Gros, a las afueras de la urbe, alaban ese carácter de la psicóloga de Madrid que se mudó a Castellón y se enamoró una década atrás de Ricardo, el azulejero jiennense. Es muy querida y sus compañeros desean su vuelta, aunque saben que es difícil que ocurra. Está muerta en vida. No quieren hacer más declaraciones, dicen a ABC batiéndose entre lágrimas. La noche anterior algunos han asistido al velatorio e incineración en el tanatorio de La Magdalena.

Coraje en el duelo

Itziar se arma de coraje. Su talla es alta, fuerte. Recibe dos besos de Elia a la puerta del colegio Lope de Vega, tras la última despedida brindada por los compañeros de aulas de sus pequeñas, y prosigue su camino. Se sujeta sobre la abuela, quien a sus 75 años corrió presta a Castellón a auxiliar a su hija con la separación y con la que alquiló un piso cerca de Ricardo . En la misma calle Adra. Esa decisión mollar también tiene un porqué. La primera opinión que se escucha es que Itziar puedo errar si sabía que él era agresivo, violento, como algunas vecinas sí avalan. «Era muy parlanchín, echado para delante, pero a veces, enfadado, daba miedo», dice Carmen. Ramón, en cambio, nunca lo vio en mal tono, aunque farfulla que quedarse en la misma zona fue la condena de Itziar. Tal vez fue así.

Tras su separación poco amistosa, no se entendió una orden de alejamiento para quien voluntariamente se había instalado tan cerca: iban a comprar a los mismos establecimientos, el colegio de sus niñas está a medio kilómetro de las dos casas, y el lugar de trabajo de Itziar, a no más de diez minutos en coche. Así que el riesgo policial con que se valoró su situación fue «bajo», a pesar de existir una denuncia por parte del abogado y médico del Centro de Mujer 24 horas que atendió su caso, y otra por amenazas. Era fácil que se cruzasen. Itziar se mudó enfrente.

Mikel Ponce

Una persona allegada defiende que «Itziar debió intuir de qué era capaz su ex». Y no quiso provocarle. Si la amenazaba con hacerle daño con lo que más quería y dejarla sin ellas, Itziar determinó quedarse ahí. Atenta. Sus hijas dormían con su progenitor, de acuerdo al régimen de visitas que ambos consensuaron en febrero, tres noches cada dos semanas . «Quería estar lo más próxima posible». A pesar de que dejó constancia en el atestado policial de que le había visto abofetear con fuerza a Nerea en una ocasión, nunca pensó que podría cometer semejante atrocidad. En eso, el vecindario coincide. Se le veía un padre cariñoso. Las llamaba «princesas» y les regalaba mimos, aunque en los últimos meses, maduraba embriagado la peor de las venganzas.

Sentir general

«Castellón te ha fallado, Itziar». Un alcalde tiene que saber pronunciar lo que siente su municipio. Amparo Marco lo hace, enfundada en ropa oscura, al levantarse los dos días de luto oficial declarados por la corporación. «Hemos fracasado y te pedimos perdón . Hemos fallado a la madre, a las niñas y también al padre; yo me siento responsable de este acto de terrorismo, hemos fallado como sociedad. Algo pasa cuando no se detectó ni pudimos preverlo». La regidora vestía a sus dos hijas, algo mayores que Nerea y Martina, cuando se enteró del crimen perpetrado por un vecino de su edad. «No paraba de llorar, me ha afectado muchísimo», reconoce. Envió una carta privada a esa mujer a la que Castellón no supo ayudar.

La semana ha sido la peor del año. Tres mujeres, dos niñas y un hombre asesinados en el hogar. Hay un único culpable. Pero las miradas, también aquí, recalan enseguida en el sistema. La titular del Juzgado de Violencia sobre la Mujer reclamó en febrero a Itziar que aportase la grabación con las amenazas que denunciaba. Solo un fiscal de guardia, el fin de semana anterior, había pedido orden de alejamiento al leer el atestado. En el resto del proceso no se vio indicio de delito. Itziar negó que hubiese maltrato, pero temía algo. La medida cautelar, en todo caso, hubiese durado de febrero a mayo, cuando la causa fue archivada. Ahora se sabe que pesó en su contra la decisión meditada de no forzar el carácter violento de Ricardo yéndose lejos . Todos se preguntan si se pudo hacer más. Ella, la prensa, los vecinos, fiscales, togados, las instituciones... Por eso, todos están tan enfadados. Lo suscribe su alcaldesa.

Hoy Castellón juzga. Y se juzga. «No hay máquinas expendedoras de órdenes de protección. Dejemos que los profesionales decidan, asumiendo riesgos de equivocación», inquiere el presidente de la Audiencia Provincial de Castellón, José Manuel Marco. El tribunal avala la actuación del Juzgado nº 1, en cuyo corcho de entrada dominan las causas con ciudadanos de Rumanía. La ciudad de la Plana no se entiende sin su casi 30% de población foránea. También abundan casos de Marruecos y España. Hay intérpretes para las «donas» que no saben decir «maltrato» en castellano o valenciano. No los hay para ciertos silencios.

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