La familia materna saca fuerzas y despide a las niñas de Castellón en su colegio

Profesores, alumnos y vecinos se reuniron en el centro escolar para dar un último adiós a las pequeñas asesinadas por su padre

Dos chicas pasan junto a uuna pintada en memoria de las niñas asesinadas por su padre Mikel Ponce
Érika Montañés

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No hay cámaras de televisión por primera vez desde el parricidio en Castellón , sucedido el martes de madrugada, a las puertas del colegio Lope de Vega, así que por el callejón escorado donde salían a las 13.15 horas cada mañana Nerea y Martina, de 6 (cumpliría 7 en noviembre) y 3 años, ayer lo hicieron su madre, Itziar Prats, «muerta en vida» y apoyada en su madre, desencajada. Hacía pocas horas que habían incinerado a las pequeñas, despedidas en el Tanatorio de La Magdalena, y no quisieron faltar al homenaje más emotivo que les prepararon sus compañeros de aula.

Mónica, maestra de la benjamina, Patricia, la jefa de estudios, Javier, el director, cocineros y bedeles... todos sollozan. Eran niñas alegres, cariñosas, especialmente la mayor. Nerea era conocida como la «niña de los abrazos» porque se los daba hasta a las pescaderas del Mercadona cuando iba a comprar con su padre, algunas veces, o con su madre, otras. Martina era algo más retraída, y en su clase los niños no han preguntado por ella porque «los de 2-3 años no se enteran de qué ha pasado», cuenta una de las madres apostadas a la espera.

En cambio, sí lo hace la niña de Loli, que ayer preguntó a su madre si su padre también mataba. «No, tu padre no, el de Nerea estaba endemoniado », contestó ella. Por el alcohol. No había viernes tarde que no se le viese en la cafetería D-licias, puerta con puerta con su domicilio, borracho y despellejando a las mujeres . Pili, la encargada en el supermercado que jalona el patio interior donde cayó el cadáver del parricida desde el 6ºC, relata que su hija salió llorando de clase. «Estas noches, no hemos dormido ninguna. Tenemos pesadillas, recuerdos, más pesadillas... Pasará tiempo hasta que remontemos, y superemos no recibir ningún abrazo de Nerea», lloran sus ojos verdes.

A Itziar este barrio de Estepar la recuerda siempre triste, un «alma en pena», como si masticase una tragedia íntima que silenciaba. «No hablaba por no molestar. Era muy discreta». Quizás porque saben de esta fina educación -ayer agarró fuerte con las manos el pésame de ABC con un «gracias» y una mirada perdida al suelo -, sus hermanos, cuñados y primos la escoltaron en el escaso medio kilómetro que separa su casa del colegio con desmedido afán de protección. Se encararon a quienes buscan respuestas exigiendo «respeto» y arroparon al padre de Itziar, que aturdido farfullaba sobre el «sinvergüenza» que se vengó de su hija con una vileza planificada durante 7 meses. El homenaje en el Lope consistió en globos, la lectura de una poesía y crespones y corazones morados. Cada niño llevaba uno. En el patio, entrelazaron manos y algunas velas. Al recoger a su nieto, Jose imploraba por qué Ricardo cogió un hacha y deshizo a sus hijas. En este sinsentido se debate Castellón.

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