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Camino de la vulgaridad

Arroces, salazones, conservas y el excelente trato del pescado son lo mejor de un lugar delicioso que parece haber caído en la rutina

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Los resguardos los escribe el demonio. Tiene impresora y todo. En la factura aparece como empresa expendedora una sociedad llamada La Taberna del Faro. Y eso define mejor que nada, me dicen, lo que el grupo de restaurantes más célebre de la capital gaditana trató de poner en pie hace cinco años y medio. Local de estructura triangular, sobre el Atlántico, colorista y vacilón, debía la versión urbanita y festera, casual pero elegante del restaurante matriz, de la primera marca gastronómica de Cádiz en la segunda mitad del siglo anterior.

Me cuentan que lo logró desde que abrió sus puertas. BarraSie7e (es el número de nietos del patriarca de la saga, Gonzalo Córdoba) tiene fama de ser uno de los lugares más exquisitos en los que comer en Cádiz, que no es mucho decir.

Pero voy por primera vez. Me mandan. Creo que revisa la tradición del tapeo de la zona (casi toda nacida en la barra de La Viña), sumada a diversiones (excelentes salazones y conservas en la propia lata) en platos forzosamente pequeños de formato, por declararse restaurante de tapas, pero mayores por materia prima y ejecución.

Apetecía probar las recomendadas pavías de merluza con ali-oli de aceitunas o la dorada en tempura (de veras). Se puede añadir alguna pieza fresca, de mercado, si estás dispuesto a pagarla. Los arroces que aparecen son los clásicos (negro con chocos, del señorito, caldoso). Los dos que pruebo saben a bodegón, gustan de memoria. Tienen el sello cantado por los recomendadores pese al atuendo futurista del sitio. La carta de vinos que por lo visto nació larga, diversa, divertida e insinuante, con denominaciones de origen infrecuentes, para jugar a descubrir o garantizar el acierto, me parece un poco menos. O me han exagerado o ha menguado.

El personal parece tener una pose algo afectada, de casa victoriana, como sacado de una película de Hitchcock. Contrasta con el aire pop del lugar. Tan disciplinado que pudiera parecer intimidatorio al visitante desprevenido. Para compensar la pose decimonónica tiene tabletas en las que ver, en imágenes reales, lo que ofrece la casa.

No niego que fuera bonito pero será que la rutina anestesia la pasión. La inercia y la reiteración deben de ser carcoma para una propuesta que quiera llamarse excelente en lo gastronómico. La carta alterna calidad y extensión e intención pero me parece menos lúcida de lo que me prometieron.

Volveré a verles y les recordaré que conviene no regresar a dónde uno fue feliz, que dijo Sabina. Desconozco si el benjamín del grupo El Faro ha iniciado el camino hacia la perdición y la vulgaridad, esa que muchos achacan ya a los salones de su restaurante nodriza en La Viña. O quizás siempre fue así.

Poco sorprende y sólo algo deleita más allá del excelente trato del pescado. Todo parece película vista por más que la marca inventara tanto. Solo los crujientes de langostino y otras dos delicias halladas al azar aguantan el tipo.

Los ravioli de foie hacen añorar los de otros jóvenes restaurantes de la ciudad, algo que jamás diría nadie de un plato probado en el grupo El Faro hasta hace unos años. Casi parece jibarizado por el trantrán. Hasta el diseño, neones y metales, luces y cristal, parecen gastados. Tanta limpieza será. La terraza desmerece la ubicación con unas fotos costumbristas propias de bar de platos combinados. Será que se les rompió el jamón de tanto usarlo. Deberían pensar en cómo recuperar ese delicioso lugar del que tanto me habían hablado antes de que acabe por parecer fiambre.

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