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«Larsson nunca se tomó en serio la saga ‘Millenium’»

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Las tres novelas de la serie Millenium han generado, hasta el momento, más de diez millones de euros en derechos de autor. Eva Gabrielsson, la mujer que compartió con Stieg Larsson 32 años de su vida, no ha visto «ni una sola corona» de ese legado involuntario. La legislación sueca, «basada en principios medievales», considera al padre y al hermano del escritor (con los que apenas se hablaba) los herederos formales de una fortuna que seguirá creciendo gracias a los beneficios multimillonarios de las películas y la serie de televisión que se proyectan con Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander como protagonistas. Larsson, que no se había casado con su compañera para protegerla de los grupos de ultraderecha a los que investigaba en la revista Expo, murió de repente, con apenas 50 años y sin hacer testamento. Pero su viuda guarda un as en la manga: el manuscrito (a medio terminar) de la cuarta entrega de la saga está en su poder, y ella es la única persona con la que Larsson había comentado el desarrollo futuro de la trama. La historia que se esconde detrás de la trilogía de novela negra más leída del siglo XXI es también digna de su propio relato literario.

Gabrielsson, amable pero algo reacia a hablar con los medios (sólo concede una entrevista por cada ciudad que visita, no le gusta que duren más de unos pocos minutos y advierte de que las fotos la ponen nerviosa), paseó ayer por las calles de Cádiz, donde participó en un ciclo sobre Libertad de Expresión organizado por la Asociación de la Prensa.

–¿Qué posibilidades existen, hoy por hoy, de que se publique una cuarta entrega de la saga Millenium?

–Ninguna.

–¿Si finalmente lograra los derechos de autor de ese cuarto título, ha decidido completar el manuscrito usted misma?

–Ahora mismo no tengo los derechos. Sólo si los tuviera me lo plantearía.

–¿En qué situación está el pleito con el padre y el hermano de Larsson?

–Mi anterior abogado, un prestigioso jurista que incluso fue máximo asesor legal de dos gobiernos de Suecia, estuvo negociando con ellos desde 2006 hasta 2008 sin obtener ningún resultado. Ahora tengo otra abogada, también altamente cualificada, pero no ha logrado ningún progreso serio.

–¿La familia se niega a negociar?

–Las negociaciones están en punto muerto. Lo único que quieren es el cuarto manuscrito para explotarlo con fines comerciales. Lo demás les da igual. Pero yo me niego. Me ofrecieron firmar un documento en el que me permitían que me quedara con nuestra casa a cambio del ordenador en el que ellos piensan que Stieg guardaba el texto. Eso es anticonstitucional. Les dije que no. Luego lo negaron todo ante la prensa.

–Ha llegado a decirse que Larsson escribía las futuras entregas de la serie en ordenadores distintos. También que esa teoría no es más que un bulo interesado para justificar posibles secuelas de las aventuras de Blomkvist y Salander ajenas a su control. ¿Qué posibilidades hay de que exista un manuscrito de Millenium que no esté en su poder?

–Cero.

–¿Cree que la editorial o los herederos de los derechos de las novelas aprobarían que se lanzaran al mercado nuevos títulos con los mismos personajes, pero que no hayan sido escritos por Stieg?

–¡Oh sí! Estoy segura de que lo harían. Quizás novelas no, pero creo que la productora con la que la familia de Stieg y la editora sueca han firmado un contrato quiere hacer lo mismo que ha hecho con otras series de novelas de suspense: quieren escribir sus propios textos y rodarlos después. Ya han hecho algo parecido con otros escritores y han grabado quince o veinte películas de sólo cinco o seis novelas. Es algo que también intento frenar. No me gusta esa sobreexplotación.

–Hay un movimiento internacional de lectores que defiende su legimitidad sobre esos derechos. ¿Qué importancia real tiene ese apoyo y cómo lo valora?

–Es algo magnífico. Fueron los noruegos quienes lo iniciaron. Me resulta muy útil, no sólo emocionalmente, sino también porque sus aportaciones económicas me ayudan a pagar a mi abogada. Leo diariamente el libro de visitas de su web (www.supporteva.com). Es extraordinario ver cómo lectores de Argentina, por ejemplo, participan en una corriente que está pidiendo algo legítimo no ya para mí, sino para mi país y para toda Europa. No es racional que unas leyes tan anticuadas sobre propiedades inteletuales, que unas normas que se refieren todavía a ideas tan pasadas como la sanguinidad imperen en sociedades tan evolucionadas. Si Europa quiere hacer de la creatividad, del talento y de la brillantez una industria potente necesita leyes del siglo XXI que protejan esos valores.

–¿No le da miedo que precisamente ese sistema absurdo, tan lleno de trampas y de leyes discriminatorias contra el que Stieg Larsson luchó acabe apropiándose de su legado?

–Lo irónico es que ya ha ocurrido. El sistema ya ha expropiado su legado y está explotando su trabajo. Es irónico, ridículo y está totalmente en contra de lo que él hubiese querido. Es un buen tema para Millenium, una de esas injusticias a las que Blokmvist y Salander se hubieran enfrentado abiertamente.

–¿Hasta qué punto se tomaba Larsson a sí mismo en serio como novelista?

–Las novelas eran una simple diversión para Larsson. Nunca les dio importancia, nunca se las tomó en serio. Consideraba la ficción un mero entretenimiento y no permitió nunca que dejara de ser un hobby, una forma de desconectar de su trabajo periodístico, o de continuarlo, según se mire. Jamás se planteó abandonar el periodismo y entregarse por completo a escribir, aunque a veces comentaba que le gustaría dedicar el 50% de su tiempo a la investigación periodística y el otro 50% a sus novelas. Buscaba la fórmula de no trabajar tantísimo, de cuidarse un poco más, de hacer ejercicio y de comer sano. Empezó a poner en practica todas esas intenciones en el último año, cuando ya era demasiado tarde.

–¿De dónde venía ese férreo compromiso del escritor con la justicia social y los derechos de las mujeres?

–Esos valores los aprendió de sus abuelos, con los que se crió hasta los 9 años. Siempre contaba que ellos le enseñaron los principios morales que practicó durante toda su vida. Cuando su abuelo murió tuvo que marcharse a vivir con su familia biológica. Allí hizo nuevos amigos, le costó adaptarse. Siendo un adolescente presenció cómo algunos de estos amigos violaban a una chica y él no pudo impedirlo. Aquello le marcó muchísimo.

–¿Qué hay de Stieg en Mikael, no sólo del periodista, del investigador, sino también de la persona?

–Toda su moralidad, la forma en que miraba a la gente, el respeto que sentía por cada individuo. Personaje y autor también comparten una intolerancia nata por cualquier cosa que les pareciera injusta, y una enorme facilidad para colaborar con mujeres, para trabajar con ellas en igualdad de condiciones, codo con codo.

–¿Cómo hubiera vivido él todo este fenómeno editorial?

–Por una parte supongo que se habría sentido muy satisfecho de que sus pensamientos, los personajes que creó, las historias que ideó y también el mensaje político de defensa de los derechos sociales y de la democracia que encierran, llegaran al mayor número de personas posible. Pero, por otra, estoy segura de que se habría sentido profundamente avergonzado de ser el centro de atención de este boom. Era capaz de subir a un escenario y hablar durante horas y horas sobre periodismo, sobre la necesidad de cambiar la Constitución sueca, sobre la libertad de prensa o sobre la necesidad de frenar el avance de la extrema derecha, pero no creo que hubiera participado del fenómeno Millenium porque odiaba hablar de temas personales, y Millenium, para Stieg, siempre fue una cuestion personal, algo íntimo...