El Papa se reúne con 550 pobres en Asís para visibilizar «el estado de desigualdad en que viven tantas familias»

Saluda a docenas de niños y enfermos en un clima de emoción

El Papa, durante su encuentro con pobres en Asís AFP
Juan Vicente Boo

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Apoyándose en el bastón de peregrino recibido de uno de los 550 personas pobres que le estaban esperando, el Papa Francisco se ha reunido con ellos en Asís para escuchar sus historias y afirmar que «ya es hora de que se devuelva la palabra a los pobres . De que se abran los ojos para ver el estado de desigualdad en que viven tantas familias».

A su llegada a la basílica de Santa María de los Ángeles, que custodia en su interior la capilla de la Porciúncula, reconstruida personalmente por San Francisco, el Papa ha saludado a docenas de niños , acariciando especialmente a los chiquillos enfermos y a algunos ancianos o discapacitados en silla de ruedas.

Al mismo tiempo, el resto hacía la 'ola' mientras se escuchaban cantos de un grupo de españoles. Entre los asistentes al otro lado de la valla se encontraba el cardenal Philippe Barbarin, emérito de Lyon por renuncia anticipada, que había venido con un grupo de personas pobres y que recibiría poco después el elogio público del Papa.

Las personas pobres y sus ayudantes, que son huéspedes de los Franciscanos para la cita con el Santo Padre y el posterior almuerzo, se han encontrado con regalos personalizados para las personas sin techo , disminuidas o enfermas. Este domingo se celebra la Jornada Mundial de los Pobres, instituida por Francisco hace cinco años.

La mayoría de los participantes en el encuentro de Asís viven en centros de acogida en Italia, pero sus nacionalidades son muy variadas . Han tomado la palabra personas de Francia, de Polonia, de Rumanía, de Eritrea e incluso refugiados de Afganistán, como Farzana, universitaria, que huyó de los talibanes y no sabe nada de su familia.

O como Abdul, sociólogo, que trabajaba con el ejército italiano, ha sufrido el asesinato de uno de sus hijos por los talibanes e intenta reunirse con los cuatro que han quedado atrás y un quinto refugiado en Turquía.

Tráfico de drogas a los 15 años

Sebastián, ahora vecino de Toledo, se presentó, como los demás, por su nombre completo y contó su historia personal, incluidos los episodios de tráfico de drogas a partir de los 15 años y, posteriormente, de cárcel. Estaba tan emocionado contando su retorno a la religión con el grupo Emaús, que apenas podía hablar.

Eran personas de todas las edades, que describían en primera persona el abanico de problemas y dificultades graves en la vida, desde la dependencia de alcohol y drogas, hasta la guerra civil en el propio país, una enfermedad paralizante o el desempleo en la edad madura. Pero también la reconciliación consigo mismos, el agradecimiento a quienes les acogen y el deseo de ayudar a otras personas.

En su discurso, el Papa les ha recordado que «en esta capilla de la Porciúncula, san Francisco de Asís acogió a santa Clara, a los primeros hermanos y a tantos pobres que acudían verle . Les acogía con sencillez como hermanos y hermanas y compartían todo».

El Santo Padre ha comentado que «acoger significa abrir la puerta. La puerta de la casa y la puerta del corazón». Ha recordado que «a Madre Teresa, que había hecho de su vida un servicio a la acogida, le gustaba decir: ‘¿Cuál es la mejor acogida? La sonrisa’. Compartir una sonrisa con quien pasa necesidad hace bien a los dos, a mí y al otro».

El Papa seguía impresionado por la denuncia de la afgana Farzana Razavi -chiita y de una etnia minoritaria maltratada- sobre la «sociedad patriarcal y misógina» en que se crió y la situación de sus compañeras en la Universidad de Kabul, «que no pueden asistir a clase, caminar solas o salir a comprar el pan o divertirse».

Quizá por eso, Francisco ha dicho con fuerza que «es hora de que cese la violencia contra las mujeres, que sean respetadas y dejen de ser tratadas como mercancía de intercambio».

Pero, sobre todo, ha subrayado que «es hora de arremangarse para restituir la dignidad a todas las personas creando puestos de trabajo», y «de volver a escandalizarse ante la realidad de los chiquillos hambrientos, reducidos a la esclavitud, víctimas de naufragios o víctimas de violencia».

Al final, emocionado, se ha despedido rogando a todos «que no os olvidéis de rezar por mí . Porque yo tengo mis propias pobrezas, y son muchas».

A continuación ha permanecido en pie largo rato estrechando la mano, uno a uno, a todos los participantes que han deseado saludarle personalmente, casi medio millar

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