El Papa insta a Birmania a respetar a todos los grupos étnicos, sin excluir a nadie

Pide a la pequeña comunidad católica en el país, de cerca 650.000 fieles, que no dejen de «perseverar en su fe»

Vídeo: El Papa, mediador en la crisis humanitaria de los 'Rohingya'
Juan Vicente Boo

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En tono conciliador, pero con palabras muy claras, el Papa Francisco ha pedido el martes a las autoridades de Birmania “poner fin a la violencia” y “ respeto por cada grupo étnico, sin excluir a nadie ”, al tiempo que ha invitado a los líderes religiosos a “erradicar las causas del conflicto y construir puentes de diálogo”.

En el encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático brillaban por su ausencia los jefes militares, responsables de las matanzas y del éxodo por etapas de aproximadamente un millón de ciudadanos rohingya , de religión musulmana, después de haberles convertido en 1982 en la mayor población apátrida del mundo al retirarles la nacionalidad.

Aunque no se les veía en la sala, los generales estaban en la mente de todos como la espada de Damocles que puede poner fin en cualquier momento al gobierno democrático limitado de Aung San Suu Kyi , como pusieron fin a parlamentos que no les gustaban o como reprimieron en sangre la “revuelta de azafrán”, protagonizada por monjes budistas en 2007.

En su discurso de saludo, Aung San Suu Kyi ha asegurado que el gobierno se propone “proteger los derechos y promover la tolerancia”, así como “impulsar el proceso de paz”.

Pero el gobierno no tiene ningún poder sobre los militares , que ocupan los ministerios de Defensa, de Interior y de Fronteras, y que incluso impiden a la Premio Nobel de la Paz y ganadora de las elecciones ocupar el cargo de presidente mediante una constitución que excluye del cargo a quienes tengan hijos de otra nacionalidad, y reserva al ejército un cuarto de los escaños del parlamento.

En ese marco de libertad vigilada y bajo el opresivo clima de xenofobia e islamofobia creado en el país, la consejera de Estado y ministra de Asuntos Exteriores se refirió de modo muy genérico a “hacer frente a los viejos problemas sociales, políticos y económicos que han erosionado la confianza, armonía y cooperación entre diferentes comunidades en el estado de Rakhine”, el territorio costero de donde han sido expulsados los rohingya.

Como fórmula de solución, Aung San Suu Kyi prometió utilizar la de las bienaventuranzas cristianas, citando ampliamente el mensaje del Papa para la pasada Jornada Mundial de la Paz del uno de enero de 2017.

Sus referencias a las palabras de Jesús sobre “los mansos”, “los misericordiosos” o los “creadores de la paz” sonaban extrañas en un auditorio frío y desangelado por la presencia de numerosos asientos vacíos, en el marco de desolación vacía de las calles de Nay Pyi Taw, la nueva capital donde los edificios públicos están separados por kilómetros y rodeados de fosos como los castillos medievales.

La paranoia antidisturbios de los militares y la frialdad de los ingenieros norcoreanos ha dado a Birmania la capital más inhumana y opresiva de todo el planeta, 320 kilómetros al norte de la abigarrada y bulliciosa Rangún.

Los mismos condicionamientos políticos llevaron al Papa a medir sus palabras, evitando el termino “ rohingya ”, cuyo uso hubiera alimentado el fanatismo contra los musulmanes y católicos, y refiriéndose en todo momento a los cuatro o cinco conflictos étnicos con actividad guerrillera que ensangrientan el país desde hace medio siglo y sirven de excusa a los militares para mantenerse en el poder.

Era necesario conocer todo eso para darse cuenta de que su petición de “ poner fin a la violencia , generar confianza y garantizar el respeto de los derechos de quienes consideran esta tierra como su hogar”, constituía una clara referencia a los rohingya, que viven en Birmania desde hace más de doscientos años, traídos como mano de obra barata bengalí por el imperio británico.

El Papa ha insistido en que “el futuro de Birmania debe ser una paz basada en el respeto de la dignidad y los derechos de cada miembro de la sociedad, en el respeto por cada grupo étnico y su identidad”, en un “orden democrático que permita a cada individuo y a cada grupo –sin excluir a nadie- ofrecer su contribución legítima al bien común”.

Francisco está muy al corriente de los otros conflictos étnicos, y el miércoles utilizará en las ceremonias religiosas un báculo de madera regalado por cristianos de la étnica Kachín , de mayoría cristiana, en cuyo estado norteño actúa una guerrilla y donde el régimen militar mantiene a 150.000 personas en campos de desplazados similares a los de unos 120.000 rohingya en el estado de Rakhine.

Conflictos menores se repiten en los territorios de las etnias Shan, Karen y Mon , donde los “señores de la guerra”, enriquecidos por el contrabando o por el cultivo de opio, tampoco tienen mucho interés por la paz.

El Papa ha incluido en su discurso un llamamiento a los líderes religiosos, “que pueden contribuir también a erradicar las causas del conflicto, a construir puentes de diálogo”, pues “ las diferencias religiosas no deben ser una fuente de división y desconfianza, sino más bien un impulso para la unidad, el perdón, la tolerancia y una sabia construcción de la nación”.

Como es lógico, Francisco se dirigía en primer lugar a los budistas , que suponen casi el 90 por ciento de la población del país, saliendo al paso de la deriva fundamentalista impulsada por los militares mediante la infiltración de monjes budistas ultranaxenófobos y la continua exageración de la amenaza del Islam.

Después de haberse reunido en privado con el comandante en jefe del ejército el lunes y en público con las autoridades civiles el martes, el Papa emprende este miércoles su programa estrictamente religioso, que incluye una gran misa al aire libre en Rangún, un encuentro con el consejo de monjes budistas y un discurso a los obispos católicos.

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