Francisco emprende en Birmania y Bangladesh el viaje más político y complejo de su pontificado

Vuela a un país budista y otro musulmán para ayudar al millón de refugiados rohingya

Un joven pasa junto a un cartel del Papa en Yangon (Myanmar) EFE
Juan Vicente Boo

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El Papa Francisco ha aterrizado este lunes en Rangún, en el inicio de su viaje oficial a Birmania. El viaje más complicado del Papa Francisco cruza un terreno de conflicto entre países, etnias y religiones, al que ha decidido lanzarse sobre todo por un motivo humanitario: mitigar el tremendo abuso contra los rohingya que están cometiendo los poderosos generales de Birmania con el doble objetivo de ganar apoyo popular y debilitar a Aung San Suu Kyi ante la comunidad internacional.

El primer viaje de un Papa a Birmania ha tenido una gestación similar al primero que realizó en Italia en el verano de 2013. Ver cómo nadie prestaba ayuda a refugiados que se ahogaban al caerse de las boyas de un criadero de atunes, le llevó a volar a la isla de Lampedusa para preguntar desde allí a Europa: «Caín, ¿dónde está tu hermano?».

Como la indiferencia ante el drama continuaba, unos meses después gritaría de modo más claro ante el Parlamento Europeo : «¡No se puede tolerar que el Mediterráneo se convierta en un gigantesco cementerio!».

En abril de 2016, cuando el acuerdo de repatriación entre la Unión Europea y Turquía convirtió el campo de refugiados de la isla de Lesbos en una prisión, Francisco viajó allí para apoyar a las personas que se habían quedado sin libertad después de haberse quedado sin casas y sin patria por las guerras de Oriente Medio.

A su vez, la «limpieza étnica» perpetrada fríamente por los generales de Birmania contra la etnia rohingya le ha llevado primero a denunciar esa crueldad y, ahora, a viajar al escenario de la tragedia de más de un millón de refugiados en situación de pobreza extrema para ayudar a poner fin a ese abuso.

Al cabo de tres años, Francisco es el único líder mundial empeñado en defender a una minoría étnica , de religión musulmana, en un país budista controlado de hecho por militares amigos de Pekín. Lo hace por defender la dignidad de las víctimas. Por un motivo de humanidad.

El problema es que el Birmania al que el Papa llega este lunes es un verdadero campo de minas. Los militares siguen controlando el territorio, las fronteras y buena parte de la economía, en alianza cada vez más estrecha con China.

La nueva superpotencia busca crear de hecho una salida por Myanmar al Océano Índico, como la Unión Soviética lo intentó en 1979 invadiendo Afganistán para abrirse camino hacia el sur. Como Pekín es más inteligente, no utiliza blindados , sino proyectos de oleoductos, de grandes autopistas y de nuevos puertos como los que explota ya en varios lugares del planeta.

A su vez, como estrategia para seguir conservando el poder económico y fáctico al cabo de medio siglo, los generales de Birmania llevan tiempo infiltrando con éxito los monasterios budistas. Promueven una versión violenta y nacionalista de esa religión de paz , con monjes criminales que azuzan los conflictos. En paralelo, persuaden al país de que un millón de musulmanes amenazan la seguridad nacional de 52 millones de birmanos.

Católicos, una pequeñísima minoría

En ese clima envenenado, los «pogrom», las matanzas de rohingyas, la retirada de la nacionalidad, la incautación de sus tierras y la quema de sus casas cuentan con amplio respaldo popular. Esto obliga a la consejera de Estado y ministra de Asuntos Exteriores Aung San Suu Kyi a medir sus palabras y sus gestos bajo la doble amenaza de otro zarpazo de los militares y el debilitamiento político que echaría igualmente el freno a la transición hacia una autoridad civil.

La Iglesia católica en Birmania, que supone tan solo el 1,3 por ciento de la población pero goza de prestigio por su talante integrador, apoya a «la Dama» y comparte plenamente su objetivo de lograr la reconciliación con una docena de minorías étnicas, igualmente maltratadas por los militares, con la consiguiente dinámica de guerrillas como el Ejército de Salvación de los Rohingya de Arakan, cuyos ataques sirven solo para justificar la represión.

Desde hace seis décadas, el territorio del norte vive una situación de guerra de la minoría kachín -una de las más cristianas de Myanmar- con las fuerzas armadas. Pero casi nadie lo sabe fuera de un país que lleva medio siglo encerrado en sí mismo.

El Papa quiere romper, en la medida de lo posible, esos círculos viciosos letales, y el lema de su visita a Myanmar es«“Love and peace», dos remedios que ayudarían a superar el atraso económico y el desprestigio internacional.

Con ese objetivo de facilitar la reconciliación, Francisco mantendrá un e ncuentro privado con el general Ming Aung Hlaing, jefe de las fuerzas armadas, en la esperanza de contribuir a la paz.

Tanto en Birmania como a partir del jueves en Bangladesh, el Papa hará llegar su mensaje político sobre todo en los encuentros con las autoridades, dedicando a la tarea estrictamente pastoral las misas al aire libre, las reuniones con los sacerdotes y religiosos, y los encuentros con los jóvenes.

En Birmania reviste especial importancia la reunión del Santo Padre con el Consejo Estatal de los monjes budistas, lo mismo que en Bangladesh estará en primer plano el encuentro interreligioso en que participan, como musulmanes, algunos de los refugiados rohingya.

El lema de la visita a Bangladesh -donde todavía permanece vivo el recuerdo del viaje de san Juan Pablo II en 1986 - es «Harmony and peace», pues tanto el Papa Francisco como los líderes religiosos musulmanes quieren desautorizar a la minoría de fanáticos empeñados en romper la convivencia.

En ambos países, en que los católicos son una pequeñísima minoría, Francisco apuesta por la mansedumbre y la llamada a lo más positivo de las tradiciones budista y musulmana. Al mismo tiempo, concentra los reflectores internacionales en el vergonzoso abuso de los rohingya . Confiando en que esto forzará a Myanmar y Bangladesh a acelerar las soluciones.

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