Sociedad

CÁDIZ, TERRITORIO PIRATA

Bucaneros, desertores y pícaros... La provincia ha sido la gran cantera de piratas españoles

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E l mito universal del golfo embarcado, ebrio de ron y de pólvora, terrible y fascinante a la vez, mantiene todavía intacto su poder de seducción. Aunque cambien los formatos (de los cómics de 'El guerrero del antifaz', a los videojuegos de Jack Sparrow, pasando por Stevenson, Verne, Dumas o Salgari), la imaginería bucanera ha conquistado el pabellón de generaciones distintas, con intereses casi antagónicos, que sienten la misma irrefrenable atracción por sus correrías y sus desmanes, por lo que tienen de héroes y también por lo que tienen de villanos. Esa medida ambigüedad moral, unida al legendario halo libertario que simbolizan las dos tibias cruzadas bajo una calavera, ha sido capaz de sugestionar igualmente a los niños de los grises años 40 que a la chavalería digitalizada del siglo XXI, por no hablar de escritores, investigadores y directores de cine, que siguen explotando el filón sin reparos.

No todo el mundo sabe que la provincia de Cádiz, junto con el dédalo de islas de El Caribe y los Mares del Sur, ha sido, por su estratégica situación en las rutas de comercio con África y América, uno de los puntos calientes históricos de la piratería, especialmente en los siglos XVII y XVIII. Es lógico que el embudo del Estrecho y la proximidad de las costas atlántica y mediterránea provocaran un doble fenómeno: por un lado, los continuos asaltos a las ciudades por parte de cuadrillas organizadas de saqueadores desde tiempos inmemoriales; y, por otro, que un buen número de corsarios de la tierra -tras considerar las ventajas del litoral gaditano como refugio y centro de operaciones-, terminaran incorporándose a las filas de estos ladrones sanguinarios.

Cambio de bandera

Si bien la mayor parte de los gaditanos que navegaron bajo bandera pirata fueron aventureros, huidos, desertores y pícaros, también hay una curiosa relación de aristócratas y altos cargos militares que acabaron -tras ser declarados proscritos por cuestiones políticas o duelos de honor- por hacerse a la mar para buscarse la vida.

El primero en gozar de cierta relevancia pública fue Fernando de Sahandra, un noble adinerado que a mediados del siglo XV asaltaba con tanto éxito los barcos berberiscos que no tardó en cambiar de bando y abordar naves amigas, de seña aragonesa, más débiles y lucrativas. Su ambición llegó a tal punto que, desatendiendo todos los protocolos de la época, acabó por hundir un buque sevillano propiedad de los Reyes Católicos.

Otro pirata gaditano muy celebrado por las crónicas del XV fue Pedro Fernández Cabrón, quien aprovechó la coyuntura favorable del conflicto entre los Ponce de León y los Guzmán para robarles a los unos y a los otros, según las alianzas variables que iba improvisando sobre la marcha. Después, avisado de que Fernando de Aragón lo buscaba con fines no excesivamente amistosos, decidió entregarse en cuerpo y alma a combatir a la morisma infiel, súbitamente convertido al cristianismo extremo. Los Reyes Católicos le perdonaron la vida en 1478, por su contribución a la necesitada causa de la Fe. A él y a sus peripecias acaba de dedicarle un nuevo libro el historiador Javier Fornell ('Llamadme Cabrón. Historia de un pirata', en Ediciones Mayi), una prueba más de que el interés por el mundo bucanero no decae.

Los hermanos Galindes, Pero y Diego, también alcanzaron un gran prestigio en el gremio tras pegar el pelotazo del momento: con una tripulación de galopines, pescadores y truhanes de barrio asaltaron una nave bretona al mando de John Ropel. La suerte les sonrió y consiguieron 600.000 maravedíes. A Ropel no se le ocurrió otra cosa que remitir una queja formal al Marqués de Cádiz, un crápula muy patriota que, siempre afín a sus paisanos, le aconsejó que mejorara la dotación de sus barcos y pasó a ignorar la pataleta.

Antón Bernalt, Jerónimo Marrufo y Jerónimo de Cubas destacaron en la práctica del corso, una variante legal de la piratería que contaba con el apoyo de las autoridades siempre y cuando se abonara a las arcas públicas un porcentaje previamente convenido. De todos ellos habla el experto Manuel Ramírez en un tratado de referencia: 'Historia de piratas, corsarios y otras ratas de mar de Xerez y la Bahía' (Editorial AE).

El justiciero de los mares

Para equilibrar la contribución a la historia de tanto ambicioso filibustero, Cádiz puede presumir de haber aportado una figura singular al ámbito de la justicia marítima, aunque se caracterizara por utilizar para sus fines filantrópicos métodos poco convencionales. Se trata de Carlos Cuarteroni, un personaje estrafalario, rescatado para la posteridad por la doctora de la UCA Alicia Castellanos en un monográfico imprescindible: 'Cuarteroni y los piratas malayos', y que protagonizará el primer capítulo de la serie de Canal Sur 'Mar de la Libertad'. La profesora relata las aventuras y desventuras de este religioso gaditano que, después de haber encontrado un enorme cargamento de plata hundido por un huracán en el mar de China, se dedicó en cuerpo y alma a liberar a los esclavos que los piratas de Borneo hacían en sus terribles incursiones. Su tenacidad y perseverancia lo convirtieron en un héroe, temido y admirado a partes iguales.

En cualquier caso, es lógico que el saldo final caiga, siempre, del lado de los malos. Tal y como escribió, con bastante ironía, Bartholomew Roberts, legendario pirata del XVIII: «En un servicio honrado la ración es escasa, la paga pequeña y el trabajo duro; en este, en cambio, hay abundancia y hartazgo, placer, comodidad, libertad y poder. ¿Quién no se hace cargo de la tarea cuando el único peligro que corres es una mirada amarga del verdugo, poco antes de ajusticiarte?».