obituario

Muere en Cádiz Roberto López, expreso político cubano con protección internacional en situación de sinhogarismo durante años

Mila Fernández Bey, presidenta de la Asociación de Personas sin Hogar con derechos, lamenta su marcha y denuncia la situación en la que se ha producido

Roberto López Rodríguez, en la furgoneta en la que vivía la voz
José María Vilches

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Hay muchas crónicas de muertes anunciadas. Esta que se escribe hace referencia a una que tuvo lugar este pasado domingo en el hospital Puerta del Mar de la capital gaditana y que supone el adiós a este mundo del expreso político y músico cubano Roberto López Rodríguez tras años y años viviendo, o malviviendo, en la indigencia. Expreso político, llegó a España de la mano del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero con estatus de protección internacional y desde entonces estuvo en una delicada situación de sinhogarismo.

Roberto López Rodríguez es uno de los presos políticos cubanos que en 2011 aceptaron la propuesta de trasladarse a España a cambio de su excarcelación. El convenio firmado entonces entre el Estado español y Cuba con la intermediación de la Iglesia de la isla permitía la liberación de estos presos políticos y les otorgaba un estatus de protección internacional asistida. Fue el 8 de abril de 2011, cuando, en un amplio despliegue de policía y autoridades, Roberto llegó, junto a otros compañeros disidentes, al aeropuerto de Barajas.

Después de una década en la cárcel en Cuba, Roberto se trasladó a Cádiz, donde vivió una sucesión de sinsabores, de problemas de salud, y, sobre todo, se sintió olvidado, desprotegido: «Vine a España porque se me brindó protección subsidiaria y protección internacional. Se nos garantizó una vivienda y un dinero por espacio de cuatro años. Pero nunca recibí nada», explicaba a la prensa.

Roberto detallaba que se había dirigido a distintos organismos. Y la respuesta, aseguraba, era siempre la misma: la falta de respuesta. No tardó en contraer una neumonía en ambos pulmones que le dejó serias secuelas. Y una mala caída le castigó la cadera. La pierna, ay la pierna... La singladura de la vida le llevó a otros puertos. Estuvo en tierras gallegas, por ir más lejos. Volvió a Cádiz. Ha muerto en Cádiz. Dicen que en Cádiz hay que morir... pero no así.

Mila Fernández Bey es presidenta de la Asociación de Personas sin Hogar con derechos (PESHO-DE). Su asociación ha estado acompañando a Roberto en el último año, tratando de guiarle por la línea recta para que no se perdiera en la selva, con un equipo que jamás arrojó la toalla para tratar de que las virtudes de Roberto ganaran la batalla a sus defectos.

Recuerda sus años dando clase en el conservatorio de Música, recuerda cómo le costaba salir del alcohol, cómo se fue degradando y volviéndose a veces agresivo. «El declive se veía venir, su deterioro como persona era una realidad visible», lamenta Mila hablando siempre en nombre de la Asociación de Personas sin Hogar con derechos.

Sus lamentos se tornan en denuncia: «Toda persona enferma sin hogar tendría que tener garantizado una plaza. Hay veces que salen del hospital y no tienen donde ir. Las personas sin hogar con dificultades de conducta no pueden quedar al margen del sistema por muchas dificultades de conducta que tengan. Son seres humanos y hay que tener recursos para poder atenderlos».

Mila no se muerde la lengua. Y eso que morderse la lengua le propiciaría menos dolor: «Es muy fácil decir están en la calle porque quieren. Nadie quiere estar en la calle. Ninguno de nosotros se pondría a dormir con cinco desconocidos que te pueden quitar todas las cosas y que cada de ellos es uno de su padre y su madre».

Roberto se pasó diez años en la cárcel en Cuba por su manera de pensar. «Fue en un momento en que los profesores de música y de medicina teníamos que decir la verdad en el momento en que había que decirla», resumía en vida. Era profesor de música, percusionista, y tenía sangre española: los abuelos fueron exiliados españoles, de Pontevedra.

Roberto reclamaba a España posibilidades. «Lo que quiero es ser profesor de música», gritaba a los cuatro vientos. Durante un tiempo subsistió gracias a sus amigos cubanos y a la ayuda del pueblo. No se planteaba dormir en la calle, especialmente con sus problemas de salud en la mochila.

Agradecido en su día por la oportunidad que el Gobierno español le dio, no tardó en cambiar la mirada de las palabras. «Me prometieron piso y 500 euros mensuales», decía.

Roberto también se mostró agradecido en vida a la atención que le prestaron los sanitarios en el hospital Puerta del Mar y en el de San Rafael, donde realizó algunas rehabilitaciones.

«El sinhogarismo es la forma más cruel y extrema de exclusión social»

Mila Fernández está muy triste, no lo esconde. Y su asociación espera, aunque no confía, en que la muerte de Roberto sirva para algo. «En un albergue estás tres semanas, luego tienes que salir y no puedes volver a entrar hasta que pasen tres meses. Nosotros no tenemos recursos, son las administraciones las que tienen que velar por estas personas sin hogar. En los últimos tiempos llegó a dormir en una furgoneta, le intentamos buscar refugio sin éxito. El pasado viernes ingresó en el hospital Puerta del Mar. Y ahí se quedó. Murió el domingo. Tenemos entendido que iban a amputarle una pierna, pero por la protección de datos no nos informan de nada», señala.

Y vuelve a la denuncia. «No es posible llevar una higiene adecuada y unos hábitos saludables viviendo en la calle y cuando existen heridas siempre puede ser el principio del final. El sinhogarismo es la forma más cruel y extrema de exclusión social, pero no se toman medidas y se mira para otro lado. En Cádiz hay aproximadamente unas 140 personas sin hogar y el albergue no dispone de muchas plazas».

Y más denuncias: «Esta realidad es algo que ocurre en toda las ciudades, pero eso no tiene que ser un consuelo. Es como antes, que era normal que se le pegara a las mujeres y la gente miraba para otro lado. O que se le pegara a los niños. Yo comparo el fenómeno del sinhogarismo y la aceptación social con el que había cuando existía la esclavitud. Estoy convencida que algún día esto desaparecerá pero seguramente yo no voy a verlo. Ojalá un día el sinhogarismo deje de existir como una realidad aceptable».

«Tuvo protección internacional cuando le trajeron a España, ahora estábamos intentando arreglar su documentación», recuerda Mila. «Lo que hay que denunciar constantemente es que mientras haya una sola persona sin hogar que quiere dormir bajo techo y la administración no le proporciona recursos no hay suficiente inversión social. Son matemáticas. No hay plazas de alojamiento para tantas personas sin hogar. Y se necesita una estrecha coordinación entre Servicios Sociales y Salud Mental y tema sanitario. Porque si no la pelota va de un lado a otro...», añade.

«Una política que considera que una persona puede estar en un albergue solamente una semana y luego tienen que pasar tres meses para que vuelva a usarse un recurso con políticas sociales no contemplan la dureza del sinhogarismo», lamenta.

Y concluye repitiendo mensajes para ver si acaban calando hasta los huesos, como un lluvia incontrolable: «Las personas sin hogar con dificultades de comportamiento tienen que tener recursos que puedan atenderle. Roberto era una persona con muchas dificultades de comportamiento porque tenía reacciones agresivas a causa del alcoholismo. Pero eso no es óbice para descartarle como persona. Hay muchas personas como él enfermas mentales que lo único que se está esperando socialmente es que se mueran. El sinhogarismo puede llegar a ser una eutanasia social».

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