No siempre sólo les pasa a otros

Nuevo relato sobre la soledad, basa en hechos reales

La crisis obligó a una parte de la sociedad a pedir limosna ABC

MARI PAU DOMÍNGUEZ

El que a solas cae, a solas se está caído

y tiene en poco su alma, pues de sí solo la fía.

SAN JUAN DE LA CRUZ «Dichos de amor y luz»

Los chavales jugaban a la pelota en los aledaños de una casa en otro tiempo señorial, pero abandonada desde hacía una década. Estaba ubicada en pleno centro de la pequeña capital de provincias y todavía se evidenciaban signos de belleza en la construcción solariega, de blancas fachadas, ahora ensuciadas por chapuceros graffitis.

El balón se coló en el zaguán. El niño que fue a recogerlo se quedó petrificado por la visión del cadáver momificado de un hombre, que tendría alrededor de unos 30 años. Salió corriendo despavorido en busca de ayuda.

Nunca pensamos que nos pueda pasar a nosotros. Desde nuestras vidas razonablemente confortables nos cuesta imaginarnos en una situación límite , que nos resulta ajena. Vemos a personas sin un techo bajo el que cobijarse , y nos apiadamos de ellas, pero con la tranquilidad, egoísta y silenciosa, de la distancia que nos separa de ellas. Sin embargo, no están tan lejos. La crisis económica hizo saltar por los aires dicha tranquilidad en muchos aspectos de nuestras vidas, destrozando aristas y debilidades que ni siquiera sabíamos que existían.

La buena vida

A finales de los años 90, Pedro era ejecutivo de una importante empresa de materiales de construcción, estaba casado y tenía dos hijos pequeños. Su mujer era administrativa en el pequeño negocio de una familia de Valencia. El matrimonio había comprado un chalé adosado de tres plantas a treinta kilómetros de Madrid, en una urbanización con piscina comunitaria y jardín por el que correteaban niños que, al igual que los suyos, iban a colegios privados dotados de privilegiadas instalaciones, impensables en ningún barrio de la capital.

Todos los veranos, los niños eran enviados a un campamento de inglés con tantas actividades que a un adulto cansaría sólo enumerarlas. Pedro y su mujer tenían cada uno su coche, él, uno tipo 4x4. Los fines de semana solían quedar con amigos , barbacoas en casa o cenas en buenos restaurantes, y en ese caso contrataban a una canguro para que cuidara a los pequeños. Un círculo completo de comodidades de alto standing, en una clase social con aspiraciones de ser más de lo que en realidad era. No podía sonreírles más la vida.

Sin embargo, la sonrisa de la vida se fue apagando en la medida en la que los medios hablaban de los efectos que empezaba a tener la crisis económica en 2007. Los puestos de trabajo iban desapareciendo como si una densa mancha de aceite se extendiera, engulléndosel os. Pero eso era algo que sólo les pasaba a otros. Ellos seguían en la frágil atalaya de su cómoda existencia.

Reducción de sueldo

–En mi empresa han empezado a despedir a trabajadores .

–¡Eso es imposible! –respondió Lola, su esposa–. Es una de las más importantes del país.

Ese día, en el que había pronunciado la primera frase del desastre , Pedro no contó toda la verdad en casa. Le acababan de comunicar una reducción del treinta por ciento de su sueldo. Eso o irse a la calle, como los demás. Y aceptó, pero no lo dijo. La única manera de camuflarlo era ir suprimimiendo algunos gastos. Difícil tarea, cuando uno se instala en un círculo de confort en el que cree, no sólo que nada es superfluo, sino que merecería incluso algo mejor.

Los nervios de Pedro comenzaron a desatarse por cualquier nimiedad. Las peleas en casa pasaron a formar parte del paisaje diario de lo cotidiano. A la salida del trabajo recalaba en un bar cercano a la oficina y pasaba ratos, que se fueron alargando con el paso de los días, abrazado a un guisqui , que también se multiplicó por dos, por tres… Y decidió contar la verdad. Pero ya era demasiado tarde…

La realidad era otra

–Hoy me han echado del trabajo –se adelantó Lola, anegada en lágrimas, nada más verlo entrar casi de noche.La mente de Pedro, obtusa por el exceso de alcohol , fue incapaz de imaginar lo que se les venía encima. Lista de gastos: hipoteca de la casa, crédito personal para el coche, dos plazas del colegio privado, campamento de verano, vacaciones familiares en la playa… ¿Ahorros? Cero. Para poder llevar su nivel de vida vivían prácticamente al límite de sus ingresos , que no eran bajos. Hasta ese momento.

Entonces, cuando las facturas se acumulaban, los días parecían pasar más rápido y se desencadenó la batalla de lo que prescindir. La madre se negaba a cambiar a los niños de colegio y el padre, a cambiar de coche. Pero la realidad acabó aplastándolos a todos. Pedro ya bebía a cualquier hora, los impagos se amontonaban , la paz conyugal se rompió definitivamente y el desastre derivó en hecatombe, el día en el que él también se quedó sin trabajo.

Bebida y desesperación

Supo lo que era un desahucio, eso que veía segar la vida de los otros y que ahora se colaba sin piedad en la suya. La bebida y la desesperación se interpusieron entre él y Lola y los niños, que tuvieron que marcharse a vivir con los padres de ella. Los de Pedro no vivían, así que no tenía a nadie. Se vio solo. Hundido. Acabado. Los amigos también le dieron la espalda . La primera noche tras el desahucio durmió en una pensión. Lo acompañaban pocas pertenencias y una gran derrota vital.

Al despertar se enfrentó a la verdad. Se echó a la calle en busca de un lugar donde anclar su derrota . Aunque pronto vio que en su existencia se había borrado el significado de lo estable, de las raíces, de todo aquello que es perenne. R ecaló en un rincón lleno de vegetación y miedo, bajo un puente en el centro de la ciudad, ocupado ya por otros indigentes.

En eso había terminado su vida feliz y acomodada . Sin techo. Sin familia. Sin horizontes… Y aunque al principio se esforzaba en mantener su dignidad, después de varios días sin asearse, durmiendo en el suelo y mal comiendo, los harapos hicieron trizas su ánimo y le partieron el alma. Huyó, aún más solo, a aquella mansión derruida, llena de ratas, donde acumuló botellas vacías de güisqui, y mucha tristeza . Hasta que su corazón dejó de latir.

Un año más tarde, unos niños jugaban inocentes a la pelota con toda una vida por delante.

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