El arzobispo de Madrid, Carlos Osoro Sierra, durante la misa de su toma de posesión
El arzobispo de Madrid, Carlos Osoro Sierra, durante la misa de su toma de posesión - EFE

Osoro propone una Iglesia donde «el acuerdo y la unidad» tengan «más fuerza» que «la confrontación y la dispersión»

En su primera homilía como arzobispo de Madrid, convoca a los jóvenes a mantener un encuentro en la catedral una vez al mes

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Los gestos de bienvenida se multiplicaron este sábado en la catedral de La Almudena durante la solemne Eucaristía con la que se celebró la toma de posesión del nuevo arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro. La procesión del prelado por el pasillo central del templo antes de que comenzara la misa se hizo interminable por los numerosos abrazos y saludos de los miles de sacerdotes, familiares, amigos y feligreses que querían tender la mano a su nuevo obispo. Emocionado y agradecido, monseñor Osoro se detenía con cada uno como un modo de devolverles el gesto.

La jornada ya prometía momentos muy especiales desde primera hora de la mañana cuando pocos minutos antes del mediodía un repique de campanas anunció la llegada al templo de este prelado sencillo nacido en Castañeda (Cantabria) el 16 de mayo de 1945 y que antes de ser cura fue profesor de matemáticas y formador de seminario antes que obispo.

El propio Papa Francisco le bautizó como «el peregrino» por su afición a recorrer cada rincón de su diócesis con tal de estar cerca de la gente.

Su labor como sacerdote y obispo desde que recibiera la ordenación el 29 de julio de 1973 ha dejado una huella imborrable en aquellos sitios donde le ha tocado ejercer su ministerio. A la vista estaban los numerosos fieles que este mediodía le esperaba a las afueras del templo y que se disponían a seguir la ceremonia a través de tres pantallas gigantes. Procedentes de Santander, Orense, Oviedo o Valencia, familias enteras, abuelos y jóvenes recordaban al que fuera su obispo como «un hombre cercano, dialogante y afable» que disfruta «gastando el tiempo con la gente».

A pie de escaleras también le esperaba alguien especial, el cardenal Antonio María Rouco Varela. Fue no solo su predecesor en el Arzobispado de Madrid, sino también su profesor durante los años que monseñor Osoro pasó como estudiante en la Universidad de Salamanca. Para el arzobispo emérito no faltaron tampoco palabras de gratitud, al reconocer «la vitalidad» de la diócesis que recibía de sus manos. Ya dentro del templo, más de 60 obispos, siete cardenales, un millar de sacerdotes y representantes de otras Iglesias, como la evangélica y la ortodoxa, también le esperaban para concelebrar la misa.

Tras un mensaje de bienvenida del cardenal Rouco y del Nuncio de Su Santidad, Renzo Fratini, el canciller secretario del Arzobispado leyó las Cartas Apostólicas con el nombramiento de monseñor Carlos Osoro como arzobispo de Madrid. A continuación y después de tomar posesión de su sede episcopal, recibió el saludo de sus obispos auxiliares y de una amplia representación de sus nuevos diocesanos, entre ellos, una familia con dos hijas pequeñas, un sacerdote joven recién ordenado y un agustino.

«El acuerdo más importante que el conflicto»

Las esperadas palabras del nuevo arzobispo no defraudaron. Durante la homilía, monseñor Osoro describió con detalle esa Iglesia a la que le «gustaría dar rostro» y que defiende el Papa Francisco. Una Iglesia de «puertas abiertas que no defraude a los hombres», que sea capaz de salir al encuentro de las personas en «las realidades en las que están viviendo y no en las que nosotros creemos que debieran estar».

Una Iglesia en la que haya «una especial preocupación por los más abandonados y excluidos», en la que «todos se necesiten y nadie sobre» y en la que «el acuerdo sea más importante que el conflicto y donde la unidad tenga más fuerza que la dispersión». Para poder construir «esa casa de armonía», monseñor Osoro sugirió como inspiración el pasaje bíblico del Camino de Emaús, aquel en el que los discípulos caminan desanimados junto a Jesús sin saber que era Él quien les acompañaba.

«Me produce una gran impresión el encuentro del Señor con los discípulos de Emaús; por ello, quisiera deciros que esta es la Iglesia a la me gustaría dar rostro con vosotros». Una Iglesia, añadió, que «desea regalar lo que el Señor daba y percibían los que se encontraban con Él, que provocaba tal atracción». Con esta reflexión Osoro quería poner el acento en las formas con las que los cristianos deben anunciar la «la alegría del Evangelio».

«Lo hemos de hacer con paciencia, sin reproches, siempre con amor, esperanza, alegría y misericordia, saliendo permanentemente a buscar a los hombres, encontrándolos en las realidades en la que están viviendo, no en las que nosotros creemos que debieran estar», apuntó.

Nadie se quedó fuera de su mensaje. Para todos tuvo una palabra de gratitud o cariño. Para los sacerdotes, los seminaristas --sus «predilectos»--, los religiosos, los misioneros y sobre todo los jóvenes. «Vosotros que de forma natural e instintiva hacéis del deseo de vivir el horizonte de vuestros sueños y esperanzas, transformaos en profetas de la vida con palabras y obras, rebelaos contra la civilización del egoísmo y del descarte, que considera a la persona humana un medio y no un fin», les dijo su nuevo obispo, quien les convocó a acudir los primeros viernes de cada mes a las 10 de la noche a la catedral para mantener un encuentro.

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