LANCES. Cayetano en un momento de su faena de capote, toreando por verónicas al novillo.
CERTAMEN DEL LANGOSTINO DE ORO DE SANLÚCAR

Cayetano, tres

El novillero demostró hondura y torería en la tercera y última novillada del Certamen del Langostino de Oro

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Los rigores invernales obligaron el aplazamiento del festejo hace semanas, que acabó celebrándose ayer, por fin, en aromadas calendas primaverales, mucho más aptas para la eclosión palpitante de luz, color y pasión de la tauromaquia.

Julio Benítez El Cordobés parece que ha heredado de su célebre progenitor, no sólo el apellido y el apodo, sino también su estilo e inspiración torera. Y sin embargo, cuarenta años en tauromaquia son demasiados años. Lo que era aplaudido y reconocido por los públicos de la década de los sesenta, parece que no pasa, hogaño, del frío listón de la indiferencia. Un toreo perfilero y despegado, que compone la figura tras pasar la cabeza de la res, que abusa en demasía del cite con el pico de la muleta, no puede compensarse con el supuesto manejo de una muñeca privilegiada. Quizás, en plazas de mayor responsabilidad, no llegue a ser entendido este caduco concepto de la lidia, que ya conociera su mármol y su día.

Ante dos ejemplares de extrema nobleza, el pequeño Benítez derrochó buena parte de su repertorio, lanceando a pies juntos sin cargar la suerte y perdiendo el capote en un remate. Basó el trasteo con su primero sobre la mano izquierda, enjaretando múltiples naturales con su peculiar estética y culminó con garbosos desplantes, rodilla en tierra. Tras media estocada se le concedió una oreja, misma recompensa que obtuvo del cuarto. Con éste inició la faena de hinojos para continuar por redondos y naturales en los medios. Faena de muchos pases, carente de limpieza y uniformidad, configurando una labor anodina, sin apreturas y sin mando.

Mucho de los asistentes al festejo y todos los que se agolpaban fuera de la plaza vinieron con la expresa intención de ver y admirar a la joya mediática y de la novillería , Cayetano Rivera Ordóñez, quien, con su digna actuación, recompensó el esfuerzo de sus seguidores. Veroniqueó con cadencia y elegancia a su primero, salvando las dificultades en que lo ponía el viento y el ceñimiento de la res. Con la muleta, destacaron dos tandas ligadas por la derecha, clavando las zapatillas y prolongando con hondura los muletazos, si bien, no consiguió el mismo acoplamiento con la izquierda. Fue éste un novillo con clase y repetidor al que le sacó el máximo partido el buen hacer de Cayetano. No así el quinto, que aún dentro de una tónica general de nobleza, presentó una embestida más rebrincada y una tendencia a ceñirse peligrosamente por el pitón derecho. Por ello, basó su trasteo al natural, interpretándolo con suma pulcritud: adelanta decidido la franela, recoge empapada a la res y vacía el muletazo, largo y dominador, detrás. Y sin embargo, a la tercera serie, el novillo se rajó.

Cerraba cartel el novillero local Diego Ramón Jiménez, cuyo camino en este duro oficio, no se presume tan favorable y expedito como el de sus compañeros de terna, hijos de gloriosas figuras. Derrochó su mayor voluntad a lo largo de su labor, en la que trasteó a sus oponentes en faenas con muchos pases, algo embarullado en ocasiones, y en la que dibujó muletazos sueltos de encomiable factura.