Contraportada

Mané García Gil La aventura de repartir palabras

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Se considera gaditano «atípico», en el sentido de poco vinculado «al folclore local -escenificado en el Carnaval y la Semana Santa-, pero afín a esa familiaridad latente de una ciudad-puente con Iberoamérica, que debería explotar su potencial cultural y mirar más allá de 2012». Infancia y juventud bajo los colores de la Plaza Asdrúbal y los veranos en Olvera, marcadas por el cine, la literatura y sin duda, por el referente paterno, del que ha heredado su pasión por los libros y su compromiso con la educación. Poeta y director del colegio Argantonio, José Manuel García Gil ha cultivado durante toda una vida la relación afectiva que hoy le une tanto a las letras como al séptimo arte. La gran biblioteca de su padre le ayudó a entrar en contacto, desde edad muy temprana, con el conocimiento, la imaginación y los entresijos de la poesía. «Me encantaban los tebeos y pronto descubrí a autores como Julio Verne, Stevenson o Jack London». La literatura fantástica hizo de él todo un adolescente viajero, un aspecto que consiguió expandir ya de adulto, visitando La Habana, Buenos Aires o Londres y motivado por sus ansias de enriquecerse a través de otros escritores, de otras culturas.

«Tanto mi faceta educativa como artística me han permitido aprender de muchas personas. Lo que en principio eran periplos literarios, pronto se convertirían en auténticos viajes de placer».

Gran admirador de Fernando Quiñones y Carlos Edmundo de Ory, de su pluma han nacido los poemarios Verdades a medias y Las veces del río y su celebrada Antología de la Joven Poesía Gaditana, un género que el escritor considera poco aceptado a nivel provincial: «La poesía tiene lectores, no público», afirma. Sus últimos versos se encuentran reunidos bajo el título El Salón de los Eclipses, una obra que rinde homenaje en la forma -que no en el fondo-, a un clásico del cine italiano, Antonioni, y que presentó al público el pasado miércoles. «Al dividir el libro en tres partes La aventura, El eclipse y La noche recuerdo al cineasta. Sin em-bargo, no abordo los problemas de las mujeres en los 60, sino mi adolescencia, marcada por el cine, o reflexiones sobre la vida y la muerte». De su cercanía a la do-cencia valora la relación con los alumnos por encima de todo, en su constante deseo de que «se lleven un buen re-cuerdo de los años que pasan en el centro», una sensación que, sin embargo no se ve compensada a causa de sus reticencias ante «la excesiva burocratización de enseñanza».