CRÓNICAS REPELLADAS

Homenaje al jersey de piquito

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Seguro que el concejal Vicente Sánchez, con lo listo que es, ya le habrá mandado a la ministra de Cultura una foto de la chirigota Los que cosen pa la calle para que en la próxima gala de los Goya en vez de ir de frutero, como la puso por castigo Agata Ruiz de la Prada, luzca un jersey de piquito, que seguro que rediseñará de maravilla Antonio Ardón.

En mi dura adolescencia en el barrio de La Viña fui consumidor habitual de jerseys de piquito. Mi madre me los compraba en Loher y los tenía en rojo y amarillo (qué me recuerdan a la bandera de mi España) y alguno azul...aunque a mí el azul nunca me ha gustado mucho. Eran la prenda ideal para combatir el relente, abrigaita por lo que es la barriguita pero te dejaba el pechito libre, lo que un adolescente como yo agradecía mucho porque con un poquito de suerte se te veía algún pelito del pecho. Por entonces los únicos que se depilaban eran...los que cosían pa la calle.

Todo el mundo lucía yersis de piquito. Se llamaban así porque lo que es la apertura del cuello la tenían como un triángulo isóceles y la apertura te llegaba hasta el tercer botón de la camisa. Era la prenda ideal para una ciudad de clima templado como Cádiz, un ejemplo textil de adaptación al medio y también un elemento de satirismo para nosotros los niños en edad de tirarse al pilón a la mínima posibilidad ya que este tipo de yersis podían dar grandes alegrías en caso de agachamiento de fémina en angulo de entre 45 y 90º.

La chirigota de Los que cosen para la calle sacaron ayer a escena el jersey de piquito. No sé si todavía quedaba alguno guardado en el sótano de Soriano o si Zara está dispuesto a sacarlo de nuevo como la prenda fetiche de la primera década del siglo XXI, pero lo cierto es que aparecieron en el escenario del teatro Falla.

Sacaron un yersi de color amarillo, un amarillo clarito, casi de mayonesa laight. Por ser exactos no llegaba a tener el color de la Musa, pero tampoco eran tan claritos como la salsonesa Calvé, eran de un color mayonesa de fusión, casi de laboratorio.

Pero donde estaba el toque genial no era sólo en el yersi de piquito sino en la presencia, debajo, de otro clásico, el yersi de cuello alto, también en vías de extinción. He de confesar que nunca quise saber nada de los yersis de cuello alto porque el cuello te picaba una jartá y además parecía que uno iba al colegio inyesao, y para los inyesados ya estaba la clínica San Rafaé.

Cuando ayer vi aquella combinación entre yersi de piquito y yersi de cuello alto, inmediatamente se me vino a la cabeza la singular estampa de toda una institución de La Viña: La Petróleo.

La Petróleo, siempre escamondá y luciendo su moño recogío perfectamente arreglado, lucía a menudo por su calle Cristo de la Misericordia la combinación de piquito y de cuello alto. No sé si alguna vez cosió para la calle, pero la calle bien que la limpiaba la pobre mía porque yo siempre que pasaba por allí la veía con una fregona dale que te pego. Adelantada a su tiempo, salió del ropero pero de la puerta de enmedio dónde estaba el espejo, para darse así más glamour, porque aún, cuando decidió ser mujer, los armarios no se habían inventado.

Además, la Petróleo, siempre lucía la especialidad de yersi de piquito con yersi de cuello alto en su modalidad más arriesgada, la de una tallita menos, con lo que aparecían bultos por todos lados.

El Carnaval de Cádiz es injusto con la chirigota del Selu, como se le conoce, porque siempre se habla de ella, pero en un segundo plano. Quizás porque sean discretos y raramente dan problemas y eso no es habitual en las estrellas.

En la noche del jueves volvieron al sobresaliente sostenido, que es su nota de cada año y trataron un personaje difícil y tópico, el homosexual que se dedica a la sastrería, con una ternura que dice mucho tanto de la calidad humana como artística de los autores. Un repertorio que fácilmente podía haber contenido muchas rimas terminadas en ajo, terminó siendo el triunfo de la segunda intención, que es una de las asignaturas más difíciles de manejar y donde José Luis García Cossio es niño prodigio.

Pero es que además el personaje estaba perfectamente calcado. Unos 50 años, un pelo con más tintes que una fábrica de barnices y su metro de tela colgando del cuello como si fuera una bufanda. Uno de los detalles que más me gustaron fueron las manos, unas manos que parecen que están siempre como a punto de bailar sevillanas.

Sastres de bolsillo endeble, de los que viven de alquiler y que denunciaron el problema que tienen en Cádiz con los asustaviejas. Los pobres míos vivian en un piso con tanta humedad que cuanto levantaban el sumier le aparecían debajo una plantación de champiñones.

Sastres especialistas en fruncidos, sisas y dobladillos, aunque los mejores dobladillos seguirán siendo siempre los que se ponían en el Bar Terraza: filetitos de caballa, pimientos morrones y un pegotón de mayonesa...Esa si que es la Santa Trinidad.