ANDALUCÍA

Fotos andaluzas

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MILENIO EL líder Rajoy (PP) volvió a estar entre nosotros para asistir a los oficios religiosos en memoria del concejal del Partido Popular del Ayuntamiento de Sevilla, Alberto Jiménez Becerril y su esposa, Ascensión García Ortiz, (octavo aniversario), un doble crimen cometido por los mafiosos de ETA que se mantiene fresco en una conciencia andaluza que jamás podrá olvidar la alevosía del atentado y la miseria moral de sus repugnantes ejecutores.

Un acto religioso-cívico-político que se repite cada año y que el centro-derecha viene capitalizando en exclusiva con la aquiescencia, comprensible, de la familia de los asesinados y la pasividad, menos comprensible, del poder político andaluz (Junta de Andalucía). Así las cosas, era inevitable, una vez más, que el piadoso acto contuviera marcados ribetes de política partidaria.

Pero es que don Mariano, acomodado y sosegado registrador de la propiedad en la vida civil, irrumpe cada día en la política patria con temple de pionero airado en territorios inhóspitos y con encendido verbo de oficial de número contrastado del Santo Oficio. Porque tras los santos oficios se marchó sin pausas a la Cádiz precarnavalesca para pedirle a los ciudadanos de las tres veces milenaria capital andaluza la firma de rechazo al acuerdo sobre el Estatut.

¿Qué será en estos tiempos de los tibios y de los que pretenden razonar mientras se tragan la indignación por tanto aventurismo y por los niveles insoportablemente toscos de unos mensajes políticos que únicamente pretenden remover lo más venal de la criatura humana? Y en todas las fotos andaluzas de don Mariano se ha podido ver muy cerca del líder nacional a nuestro Arenas Bocanegra con esa expresión de niño refunfuñado con la que nos suele obsequiar frecuentemente en los tiempos que corren. Y el refunfuño gestual no es expresión de garantía.

Es más un brindis al sol y una morisqueta para la galería que una expresión natural y una actitud de compromiso real. Siempre seremos como niños desvalidos para el procerío de la gestión pública. Lo que siempre se ha llamado paternalismo político.