LA COLUMNA

Vilipendio y apología del consumismo

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La peor definición de consumismo es la que dice: «consumismo es el consumo exagerado de satisfactores muy por encima de los que una persona necesita para vivir decorosamente». Es la peor, primero porque, como nos enseñaron los clásicos, lo definido no puede entrar en la definición; segundo porque todas y cada una de las palabras que se emplean carecen de significado absoluto y dependen de factores puramente subjetivos. ¿Qué es consumo exagerado? ¿Cuánto por encima de qué debe estar un consumo para transformarse en consumismo? ¿Quién decide lo que necesita cada cuál? ¿Qué significa para cada ciudadano vivir decorosamente? Pese a todo, esa definición incluye un elemento muy sugerente: el neologismo satisfactor. Es un término igualmente subjetivo, pero aporta a lo definido una dimensión psicológica: lo que satisface no es consumismo aunque sea despilfarro; lo que no satisface lo es, aunque sea necesario.

Un reciente informe del Instituto Worldwatch se atrevía a decir que el mundo consume productos y servicios a un ritmo insostenible, con resultados graves para el bienestar de los pueblos y el planeta, es dañino para el equilibrio ecológico, ayuda a la mala distribución de la riqueza, nos hace esclavos de las cosas, multiplica el transporte contaminante, obliga a la construcción de carreteras, desestructura el espacio ciudadano, lleva a la alienación y la soledad y genera un vacío existencial, que los terapeutas estadounidenses llaman «muerte psíquica», y que se asocia con insatisfacción, baja autoestima, aburrimiento y depresión.

No sé que pensarán ustedes pero a mí la definición de consumismo que más me gusta, y perdonen por la cita textual es la que dice: «Es el creador de empleo más eficiente que ha encontrado la sociedad industrializada. La palabra consumismo es un invento de cuatro envidiosos que no tienen ni dinero, ni gusto, ni alegría ni cojones para vivir la vida, y dedican su tiempo a amargárnosla a los demás».