Cultura

Lo que cuesta un beso

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Cuando el martillo sonó para rematar la última puja, Francoise Bornet no se lo podía creer. La fotografía que acababa de ser subastada en París formaba parte de sus recuerdos de juventud y, aquel día, hace pocos meses, esa imagen volvía a ser historia tras alcanzar el precio récord de cotización de una obra de su autor: el fotógrafo francés Robert Doisneau.

Las obras de arte en general, y tal vez la pintura en particular, han sido percibidas siempre como una fuente de belleza singular indisociablemente unidas a la idea del valor extraordinario que les confiere su carácter de piezas únicas, irrepetibles, fruto de la mano de un maestro. No ha ocurrido lo mismo con la fotografía, cuyos usos sociales, a la vez que le han dado un sentido utilitario, han sido dominantes en la percepción global de este medio como algo que, con algunas excepciones, desde su invención, ha sido entendido como una forma artística fuera del arte, al que debía contribuir a auxiliar y divulgar. La imposible unicidad derivada de su génesis mecánica e instantánea han reforzado la impresión de que su entorno natural estaba en la publicidad, los medios de comunicación, los recuerdos familiares y, sólo ocasionalmente, en las galerías y museos. Un conjunto de percepciones que han actuado sobre la fotografía restándole consideración como medio al que asociar valor por ser, de algún modo, una manifestación artística menor.

Francoise Bornet ha proporcionado la posibilidad de poner precio a un instante, a un beso, a un recuerdo muy especial conservado en su álbum personal durante más de cincuenta años, que ya era patrimonio visual de todos. Una fotografía en blanco y negro de 18 x 24 cms., realizada en 1950, para la que Bornet posó junto a su novio de entonces, que el propio Robert Doisneau firmó y entregó a los dos modelos pocos días después. Aquella escena en la que ambos aparecían besándose en plena calle, Le Baiser de L'Hotel de Ville, como fue titulada por su autor originalmente, se tomó por encargo de una revista ilustrada norteamericana, y de ella se han hecho miles de reproducciones que le han proporcionado reconocimiento mundial. El precio de salida de la obra fue fijado por la empresa Artcurial, entre los 15.000 y 20.000 euros.

Es extraño, pero hay algo que habita en algunas obras de arte que trasciende, que alcanza un estadio superior, que sorprende, conmueve, y cuyo origen, tal vez, habría que buscar en los confines del conocimiento y del saber humano. Mientras la materia pictórica reposa sobre la superficie, y el autor y todo su mundo dialogan con ella, la luz impresiona el soporte sensible en un instante, pero al llegar a ese punto, la obra ya está hecha. El verdadero valor de la obra artística reside en el poder de la mirada, en la sensibilidad, en todo el saber del autor que, aplicado en diferentes formas, la alumbra para hacerla nuestra, en el contexto de un tiempo, siempre pasado. Nada de esto es ajeno a la fotografía. Al contrario: forma parte de su sustancia, hecha de tiempo y luz.

El deseo de posesión por el placer estético que proporciona la obra, su importancia como documento de un tiempo o en la historia del arte, la fuerza evocadora, su exclusividad u otro tipo de razones une, en paralelo a la comprensión sensual del arte, la ineludible consideración de éste como bien de consumo duradero cuyo precio puede alcanzar niveles extraordinarios.

El comprador de El beso, un coleccionista suizo que pujó anónimamente por teléfono, es ahora dueño de un fragmento de tiempo. Posee un pedazo de historia, de la vida de unas personas y de un autor, que formarán parte de su entorno cotidiano. Porque las obras de arte de una colección viven con sus propietarios, les acompañan, envejecen e, increíblemente, se transforman con ellos; son parte del gozo de existir y de aprehender la vida.

Algo ha cambiado. El caso de esta fotografía es uno más -y no el de cotización más elevada- entre los numerosos ejemplos que se producen en los últimos tiempos con la fotografía como protagonista de importantes subastas, en especial fuera de España.

Es comprensible que la protagonista de esa escena decidiera probar suerte para transformar la naturaleza de sus recuerdos. El martillo sentenció. La última puja se alzó hasta los 155.000 euros por una copia original sobre papel de aquel beso imborrable frente al Ayuntamiento de París.