LA HOJA ROJA

A quién no le va a gustar

Este año nos vamos a enterar bien de que Roma no paga traidores, y de que Estrabón nunca se paseó por nuestras calles, pero supo describir la ciudad a la perfección

Los que acumulamos años, y horas consumidas de televisión, sabemos que Encarnita Rojas y sus hermanos, Josefina y Miguel, estaban tan orgullos del hallazgo de su abuelo Francisco Serrano -que iba arando con unos mulos, se dio con una piedra romana y se lo merecía ... todo, «qué bien merecido estaría»-, como nosotros de nuestra historia. Y es que ¿A quién no le va a gustar un baptisterio paleocristiano romano del siglo primero después de Cristo? Usted lo entiende, ¿verdad? Porque los que hemos heredado la tierra más antigua de Occidente sabemos que el orgullo no es solo una marca, sino que ha estado en nuestro ADN haciéndonos los huesos desde hace tres mil años. Dicho así, podría parecer una exageración –mejor, tómelo como una licencia poética- pero Cádiz no sería tan Cádiz sin las cicatrices que la historia nos ha ido dejando a su paso. Algunas, tan profundas, que siguen escociendo cuando cambian los vientos; otras, convertidas en arrugas de una piel curtida por los oleajes y las tormentas de la supervivencia. No, Cádiz no sería tan Cádiz si no se mirase en el espejo del pasado cada mañana. Y es por eso, por lo que estamos tan orgullosos de nuestra historia.

Que, si el año pasado no hubo dudas sobre el origen fenicio de Cádiz, este año nos vamos a enterar bien de que Roma no paga traidores, y de que Estrabón nunca se paseó por nuestras calles, pero supo describir la ciudad a la perfección, tirando de los testimonios de sus antepasados, porque ¿A quién no le va a gustar una vueltecita gaditana?

La propuesta electoral de Bruno García de materializar la historia de Cádiz en distintas convocatorias lúdico-festivas llega a su segunda estación esta semana. Orgullosos de nuestra historia hará su segunda parada a partir del próximo viernes, manteniendo el espíritu, que no el cuerpo, de la primera. La idea es que no haya ni un solo gaditano -ni gaditana- que no se sienta romano en los próximos diez días. Va de romanos la cosa. Y va de una ciudad que comenzó a escribir su futuro en los escalones del teatro -Latro, Balbe-, en las vasijas que transportaban el garum hasta la otra punta del Mediterráneo, en los tratados de agricultura de Columela, y en las intrigas urbanísticas de los Balbo -que lo del pelotazo inmobiliario ya existía en los tiempos de Cicerón. A Cádiz no la conquistaron los romanos: vinieron, vieron y vencieron porque aquí ni siquiera tuvieron que pelear; no sé yo si fue el carácter hospitalario, esa obsesión por dar la bienvenida a todo el que llega de fuera, o tuvo que ver lo pelotas que hemos sido históricamente y lo bien que nos vendemos al poder. Pero el caso es que tras la II Guerra Púnica, la ciudad se entregó incondicionalmente a Roma en el año 206 a C., consiguiendo, a cambio, el privilegio de ser federada de la República -exenta de pagar impuestos- y con el tiempo, la ciudadanía romana. El teatro, el acueducto, las termas, el anfiteatro, los depósitos de agua, las fábricas de salazones, la necrópolis, el garum, Telethusa y Julio César llorando en el templo de Hércules. Gades Romana.

Que hasta el gentilicio nos lo regaló Roma. Gaditanos, de Gades, donde se puso el non plus ultra que traducido resulta… Ya ve, hasta yo me contagio y me entusiasmo y lo mismo hasta me visto de romana, -que es más fácil que de fenicia, dicho sea de paso- porque he visto el programa y ya, vivo sin vivir en mí, sino en una performance de Quo Vadis. Entre las visitas guiadas –bien por recuperar el yacimiento de la Casa del Obispo-, los ritos funerarios, el «pasaportum» romano, los desfiles de las centurias, la lucha de gladiadores, la casa romana en San Antonio, el faro de trece metros, la «procesión mistérica», el mercado, las catas de pan y vino, la llegada de Escipión y los banquetes romanos, no sé yo si tendremos tiempo para darnos cuenta de que la ocasión la pintan calva para hacer de la historia una de nuestras señas de identidad. Pocas ciudades del mundo cuentan con un libro de familia tan extenso como el nuestro, y aunque fueron los romanos los que inventaron aquello del «Prodesse et delectare» –instruir y deleitar- encontrar el equilibrio no está resultando fácil. No todo vale a la hora de sacar al romano que llevamos dentro de paseo.

Aunque he de reconocer que, de todas las actividades, la que me tiene fascinada es la exposición «Gades cofrade» que se inaugura el martes en Cajasol y que tiene como subtítulo –les parecería poco- «El imperio romano en la Semana Santa de Cádiz». Confieso que no hago más que fantasear con esto: Claudia Prócula, Pilato, los sayones, la sibila, el centurión o los romanos del Ecce-Homo, metidos con calzador en la celebración. Aquí el que no corre, vuela… pero es que ¿A quién no le va a gustar un Gades romana?

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