la hoja roja
Ave, Gades
Los romanos que entraron en Cádiz no sabían todavía que aquí inventamos el pan y circo mucho antes que ellos
Andaba la pequeña aldea gaditana encantadísima porque había llegado Escipión el Africano, el comandante de la República –que no Imperio, todavía- romana que tras un marcaje implacable a Magón Barca –había una tienda en Cádiz que se llamaba Comercial Magón de la que nadie se ... acuerda-, se paseaba tan tranquilo con sus legiones por la calle Ancha. La pequeña aldea no tenía entonces práctica en aguantar asedios y en cuanto pudo, se entregó de manera incondicional a los romanos. Que no se había bajado todavía Escipión del caballo y ya la gente de aquí dominaba las cinco declinaciones y sabía el punto exacto donde había que poner el non plus ultra. Que sí, que vale, que es lo que toca; que donde decíamos Melkart –había una galería de arte en Cádiz que se llamaba Melkart de la que nadie se acuerda- decimos Hércules y no pasa absolutamente nada. De ahí nos viene la cosa. Que hay que ser fenicios, pues fenicios, que llegan los musulmanes, pues «bájame la jaula, Jaime», que nos asaltan los holandeses, pues nos hacemos una muralla por si les da por volver, que luego resulta que hay que aprender inglés y francés porque en la calle Nueva se hablan siete idiomas con las manos, pues lo hacemos. Total, aquí somos de fácil conformar y bastante sumisos, por mucho que en el imaginario colectivo nos hayamos disfrazado de rebeldes y combativos y reivindicativos. No se lo crea.Si Cádiz ha sido tantos Cádiz es porque nunca hemos dado la batalla al enemigo, ni siquiera en tiempos de zarzuela, porque hasta los franceses dejaron sus apellidos en todos los archivos parroquiales de la ciudad. «Whateverwill be, will be, the future's not ours to see» que decía Doris Day.
Seré lo que quieras que sea, le gritaban los habitantes de la pequeña aldea gaditana a los romanos a su paso, tras firmar un pacto que los convertía en ciudadanos romanos, que en aquel tiempo era tanto como ser ciudadanos del mundo, de un mundo que terminaba en la Vía Augusta. Foedus se llamaba aquello –no hay ninguna tienda en Cádiz que se llame así, todavía- y nos otorgaba derechos y deberes, que de eso se habla poco en esta nueva Gades en la que nos hemos convertido desde la semana pasada. Anda la pequeña aldea gaditana revolucionada con la llegada de los romanos, travestida y orgullosa de nuestra historia. Y la vida no le da para tanto sello en el pasaporte, ni para tanto jolgorio.
Los romanos que entraron en Cádiz no sabían todavía que aquí inventamos el pan y circo mucho antes que ellos. Que si hay una ciudad que sabe divertirse es la nuestra, que si hay una ciudad que siempre tiene una excusa para tirarse a la calle es la nuestra, que lo mismo llevamos al Nazareno hasta Puntales que nos vemos dos capítulos seguidos de una serie en versión original sin subtítulos. Que la casa no se nos va a caer encima, ni el tsunami nos va a coger a cubierto, porque hemos sabido hacer de la necesidad la mayor de nuestras virtudes, y lo llevamos haciendo desde hace tres mil años. Y ahora es cuando vamos a contarlo.
Iniciativas como «Orgullosos de nuestra historia» cumplen con el precepto latino de Horacio, «Prodesse et delectare», o lo que es lo mismo, enseñar deleitando y aprender disfrutando. Esta loquísima combinación es la base del Gades Romana y es la manera más gaditana que tenemos de reivindicarnos ante el espejo. Porque debajo de los disfraces, detrás de las casas de cartón piedra, más allá de la fuente de las Puertas de Tierra hay una historia de la que debemos sentirnos orgullos. El pasado miércoles se presentaba en el Salón de Plenos del Ayuntamiento la monumental –por el tamaño y el peso, también- «Gades, municipium, civium romanorum. Entre los Balbo y Avieno», una obra en la que han participado medio centenar de estudiosos que nos cuentan, con pelos y señales y con todo el rigor académico, los motivos por los que tenemos que sentirnos orgullosos. De cómo era la pequeña aldea gaditana que se rindió a Escipión, de sus privilegios, de lo que pensaban los impostados ciudadanos gaditano-romanos, de su economía, su religión, su educación, su cultura.
Un legado que quedará cuando se apaguen las luces y caiga el telón de los espectáculos que se han programado, cuando guardemos la túnica y la corona de laurel en el trastero, cuando la cuadriga que corona la plaza de San Juan de Dios no sea más que un recuerdo prendido de la mala memoria; y que se puede descargar de manera legal y gratuita desde cadizromana.es
Así que ya sabe, demos la bienvenida a «Gades, municipium, civium romanorum. Entre los Balbo y Avieno». Es un libro; no canta ni baila, pero no se lo pierda.
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